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El abrazo del oso

Errejón vuelve al Congreso con voluntad de favorecer un gobierno progresista

Santi Fernández Patón

La debacle de las candidaturas ciudadanas en las elecciones municipales del pasado mayo puede ser entendida como un cierre de ciclo, el que empezó con la toma de las plazas en mayo de 2011, continuó con la irrupción de Podemos y el municipalismo y termina cuando las elecciones del 10N han rearmado a los dos partidos de siempre. De hecho, la previsible investidura de Pedro Sánchez y el gobierno de coalición con Unidas Podemos parece el primer acto de esta nueva etapa.

El 15M no fue solo una impugnación al Régimen del 78, no fue solo el “No nos representan”, el “No queremos estar en manos de políticos y banqueros”. No fue solo el estallido alegre de miles de cuerpos cambiando para siempre su manera de estar con los otros. Tuvo también su vertiente conservadora, toda esa juventud, la más titulada de nuestra historia, educada en el mito de la socialdemocracia igualitarista y del pleno empleo, al menos entre los sectores del club de la clase media, que nadie consigue definir, pero al que por lo visto se ingresaba con el carnet de una licenciatura universitaria. En suma, soterradamente, y de manera legítima, una generación exigía el lugar que le habían prometido, pero que ahora le taponaban: puestos de trabajo para los que se había formado, tribunas mediáticas, estrados en la cultura y, por descontado, en la política. En el fondo, se estaba señalando una particularidad de nuestro país, que décadas después de la Transición no había habido un recambio de élites.

La eclosión de Podemos en 2014, con las elecciones europeas, cabe entenderla también desde este prisma. No era el partido-movimiento nacido del 15M, o muy pronto dejó de serlo: los hiperliderazgos, las soluciones autoritarias a problemas internos, las consultas convertidas en plebiscitos, las modificaciones programáticas, la disolución real de los círculos, la amalgama con Izquierda Unida, las divisiones continuas, etc., hicieron añicos demasiado pronto todo espejismo. Antes de ello, no obstante, frente a la imposibilidad de llegar a tiempo, cuando Podemos renunció a formar candidaturas en las municipales de 2015 se abrieron aquellas ventanas de oportunidad. Por ella entraron al asalto las candidaturas ciudadanas, estas sí, herederas (cuando realmente eran ciudadanas, y no Podemos o IU con otras siglas) de las premisas del 15M, basadas principalmente en métodos internos de funcionamiento que llevaran los modos propios de los movimientos sociales a la política institucional. Me he explayado sobre ello en otro sitio (https://www.traficantes.net/libros/municipalismo-y-asalto-institucional).

Las causas de que estas candidaturas fueran barridas del mapa en las elecciones municipales del pasado mayo son múltiples. Señalemos el pragmatismo del electorado, el miedo a VOX, un inequívoco giro conservador de cierto votante aún joven, la desconfianza hacia la vía institucional de otro sector bisoño que ha tomado las calles cada 8M y que también vemos en el movimiento climático, pero al que el municipalismo apenas supo seducir. Son solo algunos apuntes en los que en un espacio como este no puedo profundizar.

El cierre conservador del 15M

Con todo, el cierre realmente conservador de ese ciclo lo representa el errejonismo. Es sin duda Íñigo Errejón y su patético intento de rebañar votos al PSOE y a Podemos quien mejor encarna los anhelos de una juventud que no aspira tanto a cambiar las tornas del sistema representativo como a, sencillamente, tomar las riendas, bajo el entendimiento de que está en su derecho, siquiera por recambio generacional. Y así es, sin lugar a dudas, pero esa complacencia con el Régimen nunca estuvo en la agenda 15M ni, desde luego, en la de los movimientos sociales que más tarde apostaron por la vía institucional, y por tanto orbita en una galaxia solitaria.

En la otra galaxia, la de los mayores, la de quienes no confunden lo que sucede en Madrid con el resto del Estado, se consuma sin grandes escollos retóricos el giro a la socialdemocracia. El amoroso abrazo entre Sánchez e Iglesias ha desatado numerosas lecturas, algunas incluso contradictorias. En cualquier caso, algo parece evidente: la desesperación con la que Podemos ha pugnado por entrar en el gobierno, sin importarle una carísima repetición electoral, no se entiende solo como la única estrategia posible para su supervivencia, sino también para que confirmemos la aceptación del partido del juego socialdemócrata en toda su amplitud. Iglesias ha caído, con ojillos tiernos y suspiros desfallecientes, en brazos de ese cierre conservador del 15M que aspiraba a aglutinar Errejón. Ese abrazo es el primer acto de un nueva representación en la que reconocemos a los mismos actores, pero ahora con nuevos papeles.

Quizás los que siempre quisieron.

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