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Los “acostaos” de la derecha y asimilados

Casado y Abascal en el Congreso

Javier Aroca

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Podrán superarse, hay tiempo, pero las actuaciones parlamentaria recientes de Pablo Casado y Santiago Abascal se recordarán como las más bochornosas que el parlamentarismo español recuerda en tiempos de necesidad. No es necesario referirse a sus intervenciones por separado, se pueden considerar sin temor a equivocarse como dos versiones de lo mismo. No están escritas con una sola pluma, sería muy cantoso, pero sin lugar a dudas, plumas mojadas en el mismo tintero. El bebedero de ideas ultraderechistas de la factoría FAES.

Como cabría esperar, el comienzo consistió, común y de ordinario en el imaginario derechista, en la entrega sin ceremonia del carné de militante de uno o de otro, a todos los muertos por la pandemia, sus familias, contagiados, internados, en la UCI, los sanitarios, servidores públicos y a todo bicho cabreado -muchos con razón- por esta peste del siglo XXI.

Pedían presencia parlamentaria, control y responsabilidades. Hacen bien si es crítica. Pero mientras eso decían, los parlamentos y asambleas de aquellas comunidades en donde el uno gobierna con el apoyo del otro permanecen cerrados, y algún presidente (Moreno Bonilla) en Andalucía, ni ha comparecido. Es más, en un alarde de provocación chabacana y propia de matones de banda, amenazaron con ir presencialmente, saltándose la cuarentena. No fueron. Mejor, pero qué ejemplo. Muchos ciudadanos -es un decir- ante tamaño gesto valiente, no dudaron en cabalgar sus coches y esparcir por doquier sus miasmas en sus segundas viviendas o alojamientos de fácil.

Los oblatos de José Maria Aznar, huido, pidiendo responsabilidades sin recordar, en puro estado de amnesia institucional y constitucional, que en Madrid, principal foco de la pestilencia, gobiernan desde hace décadas, con competencias exclusivas en Sanidad, habiendo golpeado durísimamente la sanidad pública, privilegiando la privada y poniendo en manos de la especulación capitalista depredadora de amiguetes la merecida y digna retirada de los mayores en residencias, felonía social que solo la Justicia podrá aclarar y la ciudadanía no callar.

La extrema derecha en sus dos versiones no se ha comprometido a nada. No es ya que no votaran a favor de las medidas socioeconómicas para los más desfavorecidos, víctimas principales y más duraderas de esta pandemia; es que ni siquiera están dispuestos a un pacto de Estado para la recuperación, llámese de la Moncloa o de Cádiz. Tampoco Casado se ha comprometido públicamente a una mejor y mayor financiación de la sanidad pública, que es tanto como decir con sus trabajadores, mientras agita aplausos desde los balcones. Una paguita pide, eso sí, pero bajando los impuestos. Mientras, su émula madrileña, Ayuso, promete trasformar la sanidad pública de Madrid en una industria.

Era de esperar. En los pactos históricos citados no estuvo la derecha franquista. Su cabeza y fundador, antiguo ministro de Franco, sólo suscribió la parte económica, en donde casi todo el esfuerzo lo ponían los trabajadores. No es de extrañar. Tampoco estuvo la Iglesia, hoy ausente pendiente de sus rezos, misas y ceremonias clandestinas; ni la patronal, tan franquista antes como hoy insolidaria. Una patronal de la que se sienten cómodas correas de transmisión el PP y la extrema derecha. Tampoco Fraga y la derecha franquista, que representó y aún late en el PP, se puso abiertamente de parte de la Constitución a la que consideraba de “rojos”. La derecha nunca estuvo. Gobernó España cuarenta años por la “jilandé” y no se habitúa a que haya en España otro Gobierno que no sean ellos, a los que repetidamente niegan legitimidad.

La derecha española me trae a las mientes a José Manuel Caballero Bonald, el poeta gaditano. Cuenta que algunos de sus familiares dimitieron de la vida y se decidieron a pasar el resto de sus días acostados.

Las derechas españolas hacen lo mismo: mientras todos se sacrifican, ellos, la ultraderecha y una parte de la jacaranda canosa socialista, reposa acostada entre almohadas, almohadones y cojines, rodeados de puros, espirituosos, libros de oraciones, facilidades telemáticas y otras diversiones estáticas, y si acaso los jueves, como decía el poeta de su padre, se levantan, en este caso para acosar al Gobierno legítimo y darnos lecciones de patriotismo. Dimiten de responsabilidades y flojean, que lo suyo no fue nunca el esfuerzo, hasta tal punto de sofisticación -nunca imaginada por Caballero Bonald- que desde su lecho y bata de boatiné movilizan a pandilleros, bots, catarriberas y caballerizos mediáticos de la corte para que se encarguen de la labor de zapa de las instituciones democráticas del Estado, con propuestas golpistas si es menester. Junto a ellos, una tropa de merodeadores de la izquierda cuqui -con estivia-, cesantes de lo que fueron o aún aspirantes a ministros o directores de los que vengan. Se sienten desatendidos en su sabiduría. Nadie les pide consejo y menos los tienen en cuenta.

Nota bene: mientras escribía estas notas llegaba un despacho de la Agencia EFE, de su sección de ecos de sociedad. Nos daba la triste noticia de que los reyes y familia no podrán cumplir su tradición de pasar la Pascua en Palma. Cosas de la pandemia. No aclaraba el paradero del rey emérito.

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