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Cero grados: ni frío ni calor

Foto: Pixabay

Isabel Pedrote

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Siempre he sentido debilidad por los chistes tontos y con un toque surrealista. Cuando era niña solía contar uno que me encantaba y que desnuda de un brochazo la impostura de la falsa ecuanimidad y las equidistancias imposibles: “Yo, cero grados: ni frío ni calor”. Creía que el protagonista del chiste tenía pocas luces y confundía por pura torpeza el punto central con uno de los extremos, porque cero grados es mucho frío y la temperatura templada en realidad está en torno a los 20. Qué burro, pensaba con candor infantil. Con los años descubrí que no se trataba de un bobo ni de un ignorante, sino de un ejemplar muy común en el periodismo y la política --y también en la vida diaria- que emboza juicios escorados en una fingida imparcialidad con el ánimo de procurarse alguna ventaja o mantenerla. Y cree que no se le nota.

El periodismo de versiones es el ecosistema ideal para cultivar el embrollo: se coge lo que dice uno y lo que dice el otro, y a la mitad. Si en la esfera política y en tiempos normales este tipo de prácticas resultan nefastas, con una situación trágica que nos atropella a cada segundo, y que apenas nos deja un instante de resuello, tiene unos efectos devastadores. Entre lo que es verdad y lo que no lo es no cabe la equidistancia, solo es posible la verificación. Entre quienes sostienen que la tierra es redonda y los que aseguran que es plana, la solución intermedia no es la forma romboide. Y no, el papel de los que presumen de neutrales no consiste en comentar que hay margen para el debate.

Durante estos amargos días de pandemia, con la humanidad perpleja, estremecida y sin saber qué hacer, al ponderado de conveniencia se le detecta con facilidad. Tras adquirir conciencia de la gravedad de la plaga, la reacción en España fue el agrupamiento ante la negrura del abismo, pero enseguida los viejos enemigos se aclimataron a las circunstancias y recolocaron las mezquindades en su lugar habitual, con el añadido del espectáculo deplorable de quienes huelen una oportunidad inesperada en la desgracia. La ciénaga es más viscosa que nunca porque en ella ahora se chapotea con muertos que se cuentan a miles. Es inadmisible repartir responsabilidades a modo salomónico como si estuvieran en el mismo plano difundir bulos que desmentirlos, atacar que defenderse, manipular que refutar, enredar que aclarar, acusar que rebatir.

Cuando trato de evocar mi primera sensación de injusticia, el recuerdo que me viene a la memoria es la bofetada que me llevé mientras respondía con un manoteo a una artera patada de uno de mis hermanos. Mi padre irrumpió en la pelea, cuya algarabía había rebasado el tono de lo soportable, y la despachó con un par de tortazos, uno para cada uno, y se marchó tan campante con la convicción de que había obrado con probidad. En aquella época los castigos se servían a granel en las familias numerosas porque los padres carecían de tiempo y finura para andarse con averiguaciones, pese a que el daño colateral fueran los lagrimones de una inocente circunstancial, que no tardó en tomarse la revancha con un pellizco. Ojalá los errores en la tarea de atribuir culpas que estamos viendo ahora tuvieran esa carga de ingenuidad y no tanta malicia.

Los oportunistas se han agarrado a la falsa equidistancia como un náufrago a un tablón para ver si sobreviven al hundimiento. Bajo el disfraz de juiciosos y moderados vadean obscenidades como si fueran legítimas armas políticas, disculpan usos moralmente intolerables, conceden rango de normalidad a los exabruptos incendiarios y ponen a medir en una balanza casos que son metafísicamente incomparables, como si alguna vez hubiéramos vivido el infierno de una pandemia. La Biblia es implacable con los tibios de corazón, aquellos que no se sienten compelidos a rechazar el abuso y el engaño, y que los permiten con su indiferencia. Los tiene muy calados. La verdad es que no es difícil atisbar el colmillo del trepa bienqueda que se abona sin disimulo a la pueril teoría del cero grados: ni frío ni calor. Y cree que no se nota.

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