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Deprimendia
Hace unas semanas, el cineasta Michael Moore, popular autor del documental 'Bowling for Columbine' y una de las voces más a la izquierda del panorama cultural norteamericano, exponía en su blog bajo el desalentador título '5 reasons why Trump will win', los motivos por los que el candidato republicano puede imponerse en las elecciones presidenciales del próximo 8 de noviembre.
Entre ellas, la existencia de un fenómeno desconocido en la era Obama: el de los “votantes deprimidos”. Demócratas de toda la vida aterrorizados con Trump que irán disciplinadamente a votar por Hillary Clinton -también los que apoyaron a Bernie Sanders en las primarias-, pero lo harán sin entusiasmo, sin hacer ruido, sin tratar de convencer a sus vecinos, familiares o compañeros de trabajo para ir a las urnas. Votarán a Hillary, pero sin presumir. Simplemente, no les sale. Esa falta de movilización, con lo ajustada que está la carrera electoral (las últimas encuestas apuntan a un virtual empate), puede ser letal, alerta el cineasta: si cada elector no arrastra con él a cinco posibles abstencionistas como mínimo, la candidata demócrata estará perdida.
Le pasa un poco a estos votantes de Hillary como a los cargos y militantes socialistas que (sí, alguno hay) son capaces de entender las circunstancias que han conducido a la abstención ante Rajoy. Frente al relato implacable y redondo del 'no es no', el relato de la traición a los valores socialistas, el relato de la rendición ante la derecha, oponen un argumentario (que era la única salida responsable ante el bloqueo del país, que íbamos a la abstención o a elecciones) que suena apagado, de cabeza baja, de voz sin convicción. Un “informe caritas”, como diría el veterano Luis Pizarro, verdaderamente descorazonador.
Con la abstención, quizá inevitable, quizá no, los socialistas han arrojado nuevas toneladas de arena a una travesía en el desierto que arrancó aquel mayo de 2010 en el que Zapatero anunció su plan de recortes sociales. Hoy hay un desconcierto parecido, una decepción parecida, el mismo derrumbe emocional. “¿Qué les digo, dime, cómo se lo cuento a la gente de mi pueblo, como convenzo a los afiliados de mi agrupación?” preguntaban entonces en Ferraz dirigentes regionales, alcaldes, concejales, pequeños cargos locales. En Madrid les explicaban que era un esfuerzo necesario, un sacrificio colectivo en un momento de crisis, como decía el presidente. Y ellos lo asumían. Pero kilómetros después, aquellas pocas gotas de convencimiento se habían quedado en la carretera y ante la mirada de sus paisanos parecían impotentes, desarmados, capaces solo de tirar de guión y aguantar el tipo.
Seis años después de aquello, con unos líderes en guerra abierta por el poder y una militancia mitad indignada y mitad deseando meterse en la cama cuatro años, ¿cuánto puede durar esta nueva travesía? La impresión es que la estrategia esta vez no pasa ya por intentar convencer a los indignados de por qué se han dejado pasar a Rajoy. Seguramente, porque muchos se han resignado a la realidad de que es un argumento muy difícil de vender. El plan de la gestora, de momento, parece ser sencillamente dejar pasar el tiempo. Que los días, los meses, pudran de aburrimiento a Pedro Sánchez. Confiar en que la herida vaya sanando sola, recomponer como puedan al PSOE como primera fuerza de la oposición y abrir espacios para un nuevo liderazgo. En definitiva, que toda esa arena vaya cayendo sin más en el reloj. Que sea el tiempo, solo el tiempo, como ha dicho Hernando, quien les de o les quite la razón.