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El discurso del Estado de la Unión del Presidente Biden

El presidente de Estados Unidos, Joe Biden

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El Capitolio estaba expectante mientras un congreso vestido de los colores de Ucrania, reproducidos en banderines, pines y prendas de vestir, recibía al presidente y a su gabinete en un ambiente especialmente emotivo. Por primera vez desde la irrupción de la pandemia, escaseaban las mascarillas y, entre abrazos y apretones de mano, rostros descubiertos y sonrientes celebraban de forma visible la sensación de una vuelta a la normalidad post-covid. 

Una vuelta a la normalidad solo relativa. Se trataba del primer discurso del estado de la Unión, y el presidente dedicó casi una tercera parte del mismo a la nueva excepcionalidad: la invasión rusa de Ucrania. Como hiciera en su discurso de investidura, Biden habló desde el corazón. Y pasó de la rabia severa, en la primera parte de su discurso, a la súplica benévola en la segunda. En su estilo directo y a veces campechano, cercano siempre, y con un verbo no siempre fluido, su elocución provocó repetidas ovaciones que, de forma más bien insólita en los tiempos que corren, hermanaron a demócratas y republicanos, en un rechazo rotundo a la agresión bélica, una expresión de admiración hacia la valentía del pueblo ucranio, y un desprecio absoluto a la figura de Putin y a su camarilla de oligarcas. Sentada junto a la primera dama, la embajadora de Ucrania en EEUU, con los ojos empañados de lágrimas, recibía el aplauso de sus señorías que por momentos no parecía tener fin. La decisión de cerrar el espacio aéreo a los rusos, perseguir a los oligarcas y sus bienes de lujo, y liberar crudo para mitigar la previsible crisis energética fueron las medidas concretas que el presidente avanzó en un tono desafiante que sin duda encontrarían reconfortante quienes durante este año han venido acusando al presidente de ser demasiado mayor para el cargo que desempeña.

“La libertad vencerá sobre la tiranía” … “Putin nunca logrará conquistar los corazones del pueblo ucranio,” afirmaba Biden. Pero él debía tratar de seguir conquistando el de sus ciudadanos, que, pese a la recuperación de la economía y de los puestos de trabajo, le castigan con un índice de impopularidad que ronda el 40%, en gran parte a causa de la creciente inflación. Para hacerlo, hizo un repaso sobre lo que considera algunas de sus más notables victorias hasta la fecha como el plan de medidas de estímulo adoptado para combatir los efectos económicos de la pandemia o su ley de infraestructuras que, prometió, se desarrollaría con empresas y productos enteramente nacionales y que habrían de conducir al país a una década de inversiones en retos ambientales, internet de alta velocidad, autopistas y puentes, todo lo necesario para modernizar al país y seguir compitiendo con China en el terreno económico.

Biden aprovechó también para recordar lo mucho que estaba aún pendiente en su agenda, saludando y agradeciendo de forma explícita a algunos de sus invitados en el hemiciclo como forma de ponerle rostro humano a algunos de los problemas más acuciantes. Defender el sistema electoral; rebajar los costes de los medicamentos, la energía, el cuidado infantil y el de pacientes de larga duración; reforzar el sistema de universidades públicas y a los sindicatos; aumentar los recursos y la formación destinados a las fuerzas del orden; aumentar los controles del uso de armas; abordar los problemas asociados al control de fronteras y al flujo de personas (como los del tráfico de estupefacientes y de seres humanos); defender la la salud reproductiva y la vida libre de violencia de las mujeres y los derechos de los colectivos LGBTI; combatir la epidemia de opioides por la que atraviesa el país; abordar los déficits en salud mental incluidos los provocados en los jóvenes por las malas prácticas de las redes sociales así como, en alusión directa a su difunto hijo, mejorar la atención a los veteranos de guerra y promover la investigación y el tratamiento del cáncer. 

Para lograr muchas de estas medidas, y para seguir combatiendo la pandemia, Biden necesita el apoyo de ambas cámaras. Y al reclamarlo de forma explícita trató de apelar a un sentido común, en un tono a medio camino entre la súplica y el entusiasmo posibilista que se pretende contagiar. “El estado de la Unión está fuerte porque Vds. los americanos, son fuertes.” En su tono, la profunda convicción de que las causas que proponía (y que decía poder defender, en su mayor parte, sin que las familias con ingresos menores a 400.000 dólares anuales pagaran ni un solo dólar adicional en impuestos), eran casi de sentido común, y que sólo el miedo, la falta de confianza, la falta de fe en las posibilidades de lo colectivo y de la unidad nacional, mucho más que la disparidad de ideológicas, estarían saboteando. Cuestión, como la de resistir la agresión de Rusia, casi de sentido común, cuando lo que se defienden son los valores de la libertad, la democracia y las exigencias más básicas de una justicia expresada en mínimos de decencia. Aunque por todo ello haya que pagar un precio.

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