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La incultura y los transgénicos: gigantes y molinos

molinos

Clara Grima

Tengo un podcast. Sí, yo también. Como dice mi madre soy Mariquilla, la primera o, como digo yo, a mí a moderna no me gana nadie. Se llama “Los 3 chanchitos” (la historia del nombre es larga y no viene a cuento) y en él comparto micrófonos con dos amigos: Enrique F. Borja, doctor en física, y Alberto Márquez, doctor en matemáticas, como yo. No es, como mucha gente piensa, un podcast de ciencia: es un podcast cultural (y de humor). Evidentemente, habida cuenta de la formación de los tres chanchitos, se habla mucho de ciencia. Bueno, eso y el hecho indiscutible de que, bien entrado el siglo XXI, cualquier medio cultural debe incluir a la ciencia. En uno de los últimos programas (que se emiten, por cierto, en SevillaWebRadio.com, la primera radio online sevillana) hablábamos de científicos sobrevalorados e infravalorados. A raíz de esto, un amigo nuestro, Jośe Miguel Mulet, profesor titular de biotecnología en la Universidad Politécnica de Valencia e investigador en el Instituto de Biología Molecular y Celular de Plantas, nos decía en Twitter que uno de los grandes olvidados, al menos a nivel popular, es Norman Borlaug. Y tenía razón porque cuando lo dijo no recordaba quién era.

A poco que busqué lo recordé. Es cierto que no sabía su nombre pero sí había oído hablar, entre otros a Mulet, de este gran hombre que ha salvado más vidas en nuestro planeta que ningún otro. ¿Cómo? Iniciando lo que se ha venido a llamar la Revolución Verde. Desde México, allá por los años 60 del pasado siglo, el Dr. Borlaug estudió y diseñó técnicas de mejora vegetal que permitieron aumentar de forma excepcional la producción de trigo y maíz e iniciar una revolución biotecnológica que ha supuesto salvar la vida de millones de personas. Y sí, le dieron el Nobel por ello. El de la Paz, por su contribución a la alimentación de millones de personas, con ciencia.

No sé ustedes pero yo me maravillo con estas cosas. Me maravillo continuamente con los avances en ciencia y tecnología en cualquier área: todos, o casi todos ellos vienen, básicamente, a mejorar nuestra calidad de vida y a alargarnosla. Me maravilla que hayamos sido capaces de generar insulina para diabéticos insertando genes humanos en bacterias y evitar así todos los efectos adversos de la insulina de origen animal. Sí, la insulina que usan los diabéticos es transgénica. Y ahí está, mejorando y salvando la vida de los enfermos de diabetes, por ejemplo.

Es por eso que no entiendo que aún hoy en día se puedan publicar panfletos tan histéricos y desinformados como este. Una muestra más de nuestra incultura científica. El propio encabezado del mismo roza la paranoia e inculca un miedo en la sociedad basado únicamente en prejuicios sin ninguna base científica: “La maquinaria política transgénica sabe bien que tiene que sustituir el mundo bio y demodiverso por tecnología esclavizante y por el dictado individualizador de un puñado de transnacionales”. Pero, por favor, ¿a usted cómo le pagan por escribir esta columna? ¿Con sal? Espero por su bien que sí, porque los billetes de euro también están fabricados con algodón transgénico, no los toque bajo ningún concepto.

Se habla en el artículo de una demanda presentada por 53 personas: campesinos y campesinas, artistas (cómo no), personas investigadoras y activistas de derechos humanos. ¿Personas investigadoras son científicos? No lo sé, porque según el título y el contenido del artículo se trata de una batalla cultural. ¿Cultural? ¿En serio? Si tuviésemos más cultura científica no veríamos monstruos donde no los hay, gigantes donde solo hay molinos (aprovechando lo del cuarto centenario de la muerte de Cervantes). Y sí, claro que Monsanto gana mucho dinero, vendiendo semillas transgénicas y semillas para cultivos biológicos.

Norman Borlaug también defendió en su día a los transgénicos y, claro, Greenpeace le saltó al cuello. Termino usando la respuesta que dio el Dr. Borlaug en aquella ocasión porque no creo que pueda decirlo mejor ni más claro:

“Lo dicen porque tienen la panza llena; la oposición ecologista a los transgénicos es elitista y conservadora. Las críticas vienen, como siempre, de los sectores más privilegiados: los que viven en la comodidad de las sociedades occidentales, los que no han conocido de cerca las hambrunas. Yo fui ecologista antes que la mayor parte de ellos. Pero tienen más emoción que datos”.

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