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Con inmenso pesar

El cardenal Cañizares
20 de diciembre de 2020 20:51 h

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Con inmenso gozo, así empezaba el radiomensaje dirigido a los fieles españoles por Pío XII en abril de 1939: “Nuestros queridos hijos de la Católica España, sobre el Jefe del Estado (Franco) y su ilustre Gobierno, sobre el celante Episcopado y abnegado Clero, sobre los heroicos combatientes y sobre todos los fieles, Nuestra Bendición Apostólica”.

El papa y la Iglesia católica estaban felices porque habían ganado los suyos, habían acabado con el laicismo y el materialismo. Los cientos de miles de asesinados, en cunetas, cementerios y fosas comunes, la represión que comenzaba, la muerte del adversario, la vida, el valor más importante del cristianismo, no les importaba, en todo caso, sus muertos.

No sería el último caso, por solo citar los hispanoamericanos, tan queridos para el integrísimo hispano peninsular, el papel de la Iglesia católica en el Chile o la Argentina golpista y militar, merece el mismo reproche. La alianza de la jerarquía católica con la muerte es proverbial e ideológicamente rechazable, si siquiera simpatizáramos lo mínimo con la doctrina de Cristo. El caso de la Iglesia en el País Vasco, su convivencia con la muerte, apenas quema en el episcopado español sin ninguna consecuencia.

Y más, hasta 2001 no fue erradicada totalmente de la legislación vaticana la pena de muerte, vigente en el Tratado de Letrán desde 1929. No tengo tiempo para referirme a los muchos siglos anteriores y a la muerte, mientras escribo estas letras frente a los restos del Castillo de la Inquisición en los primeros escalones de Triana.

Con inmenso pesar se ha dirigido a los suyos, y de camino a todos, en ejercicio de su libertad de expresión, el cardenal Cañizares. Pide banderas a media asta y crespones negros contra la ley de eutanasia en trámite, previsiblemente aprobada con la inmensa mayoría democrática de los españoles. Cañizares, como émulo europeo pero con faldas de la ultraderechista Sarah Pallin, se ha referido a la ley de eutanasia como expresión de la cultura de la muerte. Antes, él y otros prelados han dirigido similares misiles contra el derecho de las mujeres a abortar –antes contra el divorcio o el matrimonio entre homosexuales– aunque apenas se oyen susurros cuando miles de fieles mueren de hambre, carecen de vivienda y los mínimos derechos que deben adornar la dignidad de la vida, según la doctrina cristiana.

El desapego de la gente crece ante la querencia del clero por el predominio de sus ideas espirituales sobre las ideas de igualdad de la mayoría democrática de la gente; es una constante en los últimos años que no se compadece con el tiempo que vivimos. Lo hemos podido comprobar recientemente en la lucha de las mujeres argentinas por el derecho a abortar. La victoria de los derechos civiles en una hasta ahora catoliquísima Irlanda empieza a mostrar el fin de un tiempo oscuro anclado en la idea paulina de superioridad de la doctrina católica sobre las leyes civiles democráticas.

Según un sondeo, hasta en el último fortín católico de Polonia –si excluimos la cristera España– la gente se distancia de la jerarquía católica y sus alianzas políticas. El rotativo francés Le Monde titulaba hace unas fechas: “La crisis de la Iglesia acelera la descristianizacion de Polonia”. En contra, como en España, de la propia predicación del papa Francisco, la alianza y complicidad de la jerarquía católica polaca con el partido de extrema derecha que gobierna Polonia, con sus cruzadas contra la homosexualidad o el aborto en un ejercicio abyecto de hipocresía, alejan a los polacos de sus atavismos religiosos históricos.

En España, prelados medievales como Cañizares, la oposición desleal activa contra las leyes civiles por parte del episcopado, los privilegios mantenidos frente a la generalidad de la ciudadanía española, no parecen suficientes razones para que el Gobierno de coalición asuma la responsabilidad de establecer otras relaciones con la Iglesia más acordes con el tiempo que nos toca vivir.

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