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Maldito (o bendito) lío
El resultado de las elecciones autonómicas y municipales ha dejado un escenario político más fragmentado que nunca. Un modelo más plural y con aire fresco, celebran los optimistas, en el que las mayorías absolutas son una reliquia, los ciudadanos toman la voz y frente al autoritarismo se impone el diálogo constante, la transparencia y la ejemplaridad como forma de gobernar. Un sistema inestable y explosivo, previenen de su lado los agoreros, que anticipan un Congreso de los Diputados ingobernable, presidentes del Gobierno sostenidos por cinco o seis partidos con exigencias tal vez irreconciliables, estrategias cortoplacistas y, en definitiva, un esquema a la italiana, caldo de cultivo de chantajes políticos o, peor, de corrupción.
Tengan razón unos u otros, o si nos quedaremos en el medio, lo cierto es que el panorama obliga a cambiar la forma de hacer política de una manera que ni los antiguos ni tampoco los nuevos actores han practicado nunca en una España marcada por el bipartidismo desde los orígenes de la democracia. Todo apunta a que no habrá demasiados acuerdos estables entre partidos, con el habitual reparto de consejerías o delegaciones, sino apoyos puntuales que van a obligar a un cierto contorsionismo político y a la negociación permanente. Un nuevo tiempo que genera ilusión, y también interrogantes. Entre otros, lo que pasará estas próximas semanas y meses.
Para Podemos y Ciudadanos, los resultados electorales les hacen muy complicado mantenerse de perfil en materia de pactos, con el propósito de llegar inmaculados a las generales de otoño. Si optan por los acuerdos, como parece que va a ocurrir, ¿les penalizarán sus simpatizantes por servir de muleta a los partidos de la casta? ¿Se mantendrán inflexibles en sus condiciones, aunque muchos ayuntamientos y autonomías importantes se queden en tenguerengue durante meses? ¿Podrían permitírselo, teniendo Podemos que pactar si quiere gobernar en lugares como Madrid o Cádiz? ¿Les pondrán los líderes morados y naranjas a los candidatos tradicionales en otros territorios los mismos deberes que a Susana Díaz en Andalucía? ¿Y los aceptarán éstos, dejando en evidencia a la sevillana?
¿Por qué parece darse más o menos por hecho que Ciudadanos dará vía libre al PP para conservar, entre otras, las alcaldías de Granada, Almería, Málaga y Jaén? ¿Es que están dispuestos los populares a hacer primarias, que es una de las exigencias teóricamente irrenunciables de Albert Rivera?
Si en las municipales Podemos no es en realidad formalmente Podemos, ¿cómo se negocia con Podemos? ¿Por qué parece que, ahora que han sacado unos resultados más que decentes, Iglesias y Errejón han decidido que en realidad, aunque de aquella manera, sí se presentaban a las municipales? ¿Es planteable un acuerdo para que el PSOE apoye a 'Kichi' González en Cádiz a cambio de respaldo para Juan Espadas como alcalde de Sevilla, o que favorezcan la investidura de Susana Díaz?
¿Seguirán las candidaturas ciudadanas las directrices de Pablo Iglesias, o irán por libre? ¿Será la primera medida de Manuela Carmena dar de baja las cuentas del Ayuntamiento en los bancos que desahucian? ¿Respetarán estas agrupaciones el compromiso de someter a referéndum previo cualquier pacto, o harán una excepción como en las autonómicas andaluzas? Y si se vota, ¿qué dirá la gente? Si muchos de los concejales electos ni siquiera son militantes de Podemos, ¿es papel mojado la promesa de expulsar mediante una votación revocatoria a los cargos públicos que no cumplan?
En definitiva, ¿se verán arrastradas las fuerzas emergentes a la realpolitik o, al revés, contagiarán de utopía a los partidos clásicos? Y lo verdaderamente importante, ¿serán entre todos capaces de articular un sistema que funcione, que resuelva problemas, que haga cosas? Del acierto, la inteligencia y la flexibilidad de todos depende que la política española se convierta en un espacio multicolor y armonioso como el arco iris, o en una olla de grillos, una batalla de egos donde nadie se entienda con nadie y caigamos en un monumental atasco.