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Manada

Concentración tras la violación en sanfermines de una mujer entre cuatro hombres.

Ángela Cañal

En la película 'Acusados', con la que Jodie Foster ganó su primer Oscar como mejor actriz, la abogada que interpretaba Kelly McGillis conseguía llevar ante los tribunales a los testigos de una salvaje violación en grupo cometida en un bar. Los hombres sentados en el banquillo no habían tocado a la víctima, pero no habían hecho nada por impedir la agresión, ni tampoco la habían denunciado a la Policía. Al contrario. Cerveza en mano, como sádicos hooligans, aplaudían, jaleaban a los violadores, se reían, pedían más.

Es difícil no recordar esta película durísima al leer el vomitivo (y terrorífico) cruce de mensajes en whatsapp de La Manada, el grupo de amigos de los detenidos por la violación de una mujer durante los Sanfermines, que han sido también involucrados en otra agresión similar en Pozoblanco (Córdoba). ¿Hay encaje legal para actuar contra ellos, por encubrimiento, por conspiración para cometer un crimen, por incitación a la violencia, por apología del delito? Lo desconozco. Quiero pensar que sí. O más bien, no soy capaz de pensar que algo así pueda quedar impune. ¿Se atreverá alguien a decir que es una “charla de vestuario”, como ha alegado Donald Trump tras conocerse sus asquerosos comentarios sobre cómo la fama le permite hacerle a las mujeres lo que le da la gana? 

Todo lo que rodea a este caso provoca dolor, rabia, asco, mucho miedo. Un profundo escalofrío al conocer, por ejemplo, que la víctima de Pozoblanco, que se despertó desnuda y seminconsciente en el asiento trasero de un coche, decidió no denunciar porque después de contarle lo ocurrido a un policía local, el agente no la creyó. Sabemos, lamentablemente, que casos así no son aislados, y es doloroso pensar cuántas denuncias acaban no presentándose por la nefasta intervención de estos bienintencionados samaritanos.

El silencio del polícia, que no cree a la víctima. La compañera de trabajo, que te recomienda no denunciar a tu jefe por acoso sexual, porque con todo lo que has pasado no vas a ganarte encima la fama de conflictiva en la empresa. El abogado que (está ocurriendo) aconseja a la mujer maltratada tramitar primero la separación y dejar la denuncia para más adelante, que a los jueces no les gusta eso de mezclar violencia con la custodia de niños, y tienden a ponerse en contra de la mujer. El portero de discoteca que ante una denuncia de agresión, responde a la víctima “si le estabas bailando, ¿qué esperas?”. Tal vez los guardias civiles o la juez (no puedo imaginarme su desgarro ante un caso como el último asesinato de Olivares) que, ante la petición de una orden de protección, no son capaces de ver el peligro al que se expone la mujer que se atreve a denunciar a su agresor

No me gusta exagerar. No ocurre siempre. Pero hay veces que los corderos, con nuestro silencio (permítanme cerrar esta columna con otra referencia a mi admirada Jodie Foster) podemos ser casi tan letales como los lobos.

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