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Muñecas ensangrentadas

Concentración contra la violencia machista

Miguel Lorente

Las muñecas se llenan de sangre después de que las manos asesinas se hayan llenado de muerte, ocurre con frecuencia en los homicidios por violencia de género.

En 2014, el 29,6% de los hombres que asesinaron a sus parejas o exparejas se suicidaron, y un 7,4% intentaron hacerlo. Puede parecer un síntoma de locura, pero en verdad forma parte de la escenificación de la voluntad y odio de estos asesinos.

Dos de los últimos homicidios por violencia de género han tenido una característica común en este sentido. En los dos homicidios, el ocurrido en Orense (8-5-15) y el cometido en Denia (14-5-15), los agresores, tan decididos ellos y firmes a la hora de matar a puñaladas a sus mujeres, después se llenaron de dudas e inseguridad al aplicar el filo del cuchillo sobre sus muñecas, que quedaron ensangrentadas por un destino premeditado y planificado. Los dos fueron trasladados al hospital, pero ambos dejaron el testimonio de su sangre como argumento y justificación.

Durante mucho tiempo se ha jugado con el suicidio de los homicidas en violencia de género como demostración de la “locura permanente que acompañaba a sus vidas”, o como la confirmación del regreso de la razón tras la “locura temporal” que llevó a matar a sus mujeres. Vuelve la cordura, y al darse cuenta de lo realizado, deciden acabar con su propia vida; esa es la explicación que dan. En cualquiera de los dos planteamientos, la idea es jugar con la locura del homicida y de ese modo quitarle responsabilidad, pero, sobre todo, ocultar la historia de violencia que había recorrido hasta finalizar en el homicidio. Es otra de las construcciones de la cultura que da lugar a estos homicidios, algo que reflejan los Barómetros del CIS cuando alrededor del 50% de la población considera que el trastorno mental y el consumo de sustancias tóxicas son causas asociadas de la violencia de género.

La realidad viene caracterizada justo por lo contrario. Es lo que se conoce en Medicina Legal como “homicidio-suicidio”, conducta que se da fundamentalmente dentro de los crímenes morales, no tanto en los instrumentales, y en personas que se sienten integradas socialmente. En una de las últimas revisiones sobre esta conducta criminal publicada en la revista “The Journal of the American Academy of Psychiatry and the Law” (2009), Scott Eliason, de la Universidad de Washington, recoge que en la inmensa mayoría de los casos el agresor es un hombre que asesina a su mujer. Otros trabajos muestran que se trata de individuos que perciben un cierto reconocimiento y respeto por sus entornos de relación (familia, amistades, trabajo, vecindario…), por lo cual no quieren enfrentarse a esos contextos como autores de un homicidio, máxime cuando la persona asesinada es conocida y apreciada por esos mismos entornos, como ocurre en violencia de género.

Por ello deciden cometer el homicidio como una forma de imponer sus ideas sobre las de la mujer que se enfrenta a ellos, pero luego no quieren ser cuestionados por el crimen cometido, de ahí que busquen la salida “honrosa” del suicidio. Otras veces se quedan en el intento o en su escenificación.

La situación no es nueva. El suicidio ha aparecido asociado al honor en muchos momentos de la historia. De hecho, antes de nuestra era ya hubo autores como Epicuro y los estoicos (s. III aC) que lo defendieron. Muchos han considerado el suicidio como una forma de limpiar la imagen negativa generada en determinadas circunstancias, y la manera de pagar el precio de su mal comportamiento. Entregarse de manera voluntaria a la muerte ha sido presentado tradicionalmente como una forma de limpiar la vida, o de darle el sentido trascendente que no ha tenido hasta ese último momento. Un ejemplo de esta asociación del suicidio con el honor lo tenemos en la cultura japonesa, en la que la muerte por “hara-kiri” ha sido considerada como una conducta de honor, hasta el punto de que para muchos autores explica por qué hoy en día la tasa de suicidio juvenil en Japón es 2,5 veces más alta que en EE.UU.

Los asesinos por violencia de género juegan con estas referencias clásicas al planificar el homicidio de la mujer, y luego “limpiar” su imagen por medio del suicidio, lo cual les permite, además, presentarse como más hombres. Algunos lo hacen consumando el suicidio, pero otros se quedan en la escenificación para obtener los beneficios del significado sin pagar el precio de la vida.

Los homicidios por violencia de género nacen de la razón, no de la locura. Son consecuencia del control impuesto por la violencia a lo largo del tiempo de relación, no de una pérdida de control explosiva o de un arrebato. Forman parte de esa voluntad de los homicidas de no permitir que las mujeres se impongan a sus criterios y cuestionen su hombría con su decisión. Por eso se trata de un crimen moral, a diferencia de los homicidios instrumentales, que se hacen para conseguir algo material e inmediato a cambio, porque buscan imponer sus referencias y reivindicarse como hombres ante todos los demás. Esa es la razón para que la otra conducta que caracteriza los homicidios por violencia de género sea la entrega voluntaria a la Policía o Guardia Civil.

Las dos conductas parten de la idea de matar a la mujer y contemplan desde el principio lo que harán después, bien a través del suicidio o bien de la entrega voluntaria, lo cual nos revela el proceso previo que hay en cada homicidio, y cómo éste se puede alimentar o cuestionar según las referencias del contexto social.

Un teatro de títeres social

La violencia de género se caracteriza por ser un proceso que los anglosajones describen como “deshumanización del objeto de la violencia”, es decir, como una cosificación que termina por convertir a la mujer con la que conviven en objeto. Para estos agresores las mujeres son sus “muñecas”, una especie de títeres que mueven a su antojo con los hilos de la violencia y las cuerdas amenazantes de sus palabras. Por eso juegan con su vida hasta que al final deciden romperlas y dejar esa última imagen de “muñecas ensangrentadas” impregnando el recuerdo. Y lo hacen a través del homicidio de ellas, pero en ocasiones también por medio de los intentos de suicidio de ellos.

Son las muñecas del machismo en este teatro de títeres en que han convertido a la sociedad, y mientras que el feminismo corta los hilos de la desigualdad para darle libertad a las mujeres y a toda la sociedad, otros intentan mantener sus privilegios anudando los hilos a las muñecas de hombres y mujeres para que no escapen de su destino en la feria del machismo.

La realidad no es un accidente, es el resultado de lo que hagamos o dejemos de hacer. Y si vivimos en la cultura de la desigualdad y tenemos un posmachismo que presenta a las mujeres cargadas de perversidad y autoras de “denuncias falsas” para quitarle a los hombres “la casa, la paga y los hijos”, muchos de los hombres violentos ya que están usando la violencia a diario encontrarán más razones y apoyos para continuar con la violencia hasta las últimas consecuencias.

Cada día vemos cómo desde el posmachismo llaman al odio sin que parezca que nada esté sucediendo. No debemos permitirlo.

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