¿Qué se siente?

Los que promueven e incentivan el dolor, la injusticia universal y la tiranía de la eterna deuda, tratan de prohibir ahora la rabia. No te rindas.

La Clase Optimist contrarresta el “odio en internet” incitado por la desigual y perniciosa Clase Pesimist. A lo tonto, Goebbels, lateral derecho de brusco regate, juega al play simulado y en diferido. No se pierdan el Plan Pons en siete días, siete mil puestos de trabajo al día.

Esta vulgar cultura instantánea y vigilante no cesa de capturar enemigos a su paso firme y marcial. Ya lo hicieron con Elvis, la pelvis, cuando la gente empezó a mover las caderas, la cosa se puso escandalosa y hubo que tomar medidas. Al chico le arrancaron el tupé de cuajo y lo mandaron a la mili, a Alemania. Ya pagará el coronel Parker las consecuencias del histórico renuncio.

Del mismo modo que el hombre blanco asimiló el ritmo y el blues de los negros, a cambio tal vez de unas cuantas libertades, el hombre austero se apropia de las consignas molestas en audaz sucesión de telediarios mudos; hace mucho tiempo que en mi casa, y en la tuya, las noticias se asoman al salón sin voz, acalladas por una banda sonora contraria a la dirección del viento. De ahí que los misioneros del dinero reduzcan la emisión de emociones a la categoría de aforismo chungo. Hoy molan las fotos de grupo, turbias y eufóricas. Las meteduras de pata rentables. Y las verdades gruesas: “Nos jugamos el futuro, la final de la Champions”.

Los que ya sólo aspiran a ganar una copa europea, se abandonan a la suerte. Si pierden, dirán que hemos perdido nosotros. Si ganan, habrá desfile. Lo importante, que diría un asesor de nada, es la imagen. La palabra vale lo que vale un golpe donde más duele. “Sí, se puede”. El lema rebelde, una vez asimilado, cruza la calle, se instala en la grada, y la afición cambia el futuro por la salvación de su equipo. ¡Claro que se puede! En el último minuto y de penalti, sufriendo. Y al final, un clamor general retuiteado.

“¿Qué se siente?”, pregunta el reportero a pie de campo. “No tengo palabras”, confiesa el delantero local. Todo el fin de semana escuchando la cantinela.

Podríamos imaginar. “¿Qué se siente cuando las familias se arruinan, y buscan consuelo en la velocidad del tiempo, a causa de los recortes financieros, sociales y políticos que usted, y usted, y usted, ha impuesto?”. “No tengo palabra”. Que suene el rock de la cárcel.

Elvis retornó a la escena gordo y barbitúrico. El coronel Parker se embolsó una millonada de dólares a su costa, el público se recreó a gusto en lo que pudo haber sido, no en vano Elvis era Elvis, a secas, y también su propio sucedáneo. Una mente suspicaz. El hombre que anunció el futuro del rock and roll y la muerte de la inocencia.

A Elvis, gran follarín, un tipo listo y vacilón, jamás se le hubiera ocurrido alardear de superioridad, ni siquiera intelectual, ante su amplia audiencia femenina, y mucho menos en las distancias cortas. Elvis conocía los bajos instintos del ser humano, de medio cuerpo para abajo, de hecho los había inventado él mismo una tarde de calor sofocante por la parte de Memphis.

Muerto el baile en Europa, se avecinan los fastos fúnebres. Más nerviosos que un perro en una lancha, acuden los votantes a los colegios electorales, no sin antes perder la voz la noche del partido. Habla, pueblo, ronco. Desde aquí pedimos disculpas a los vecinos por adelantado. El sábado nos van a escuchar.