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No voto con la vagina pero me termina gobernando un falo

Casi 31 millones de personas vieron la investidura de Trump por televisión

Ana Pérez Luna

Fue el pasado noviembre, al final de la campaña para las presidenciales de EE.UU., cuando Susan Sarandon hizo unas declaraciones de lo más desafortunadas. “No voto con mi vagina” manifestaba la prestigiosa actriz dejando claro así su rechazo a la que pudiera haber sido la primera mujer Presidenta de los EE.UU.

Tan contundentes fueron sus manifestaciones que terminaron difuminando la figura de Donald Trump y poniendo con sus palabras en el centro de la diana a Hillary Clinton. Su no apoyo a Trump no fue noticia; por contra, su rechazo a Clinton retumbó hasta el último de los rincones tras hacerse eco medios de comunicación de todo el mundo.

Admito mi indignación desde que oí las declaraciones por considerarlas un error descomunal. Otra vez una mujer contra otra y en un contexto tan delicado y necesitado de presencia femenina como el político. Resulta evidente que las declaraciones de la influyente cineasta no han sido las que han llevado a este individuo a la presidencia de los Estados Unidos. Pero desde luego no han ayudado a evitarlo. Es más, aunque sólo hubiera sido en una mínima proporción, ayudaba a incrementar el rechazo a la candidata del partido demócrata... que por lo visto era muy establishment. Ojalá no se dé el caso, pero quizás pronto sepamos cuán establishment nos gustaría que fuese Donald Trump.

Y no podemos hablar del elemento sorpresa, pues lo que es y lo que representa el Presidente de los EEUU no era en absoluto algo inesperado. Muy al contrario, este desmedido y estridente personaje no escondió durante su campaña ni una sola de sus filias ni de sus fobias. La misoginia, la xenofobia, la intolerancia y la ostentación han estado presentes en él y en su discurso en todo momento. Quizás por eso se hace aún más necesaria la reflexión ¿Eran necesarias de verdad opiniones como las de Susan Sarandon desde sectores, digamos progresistas, conociendo perfectamente lo que estaba en juego y cómo se las gasta el líder republicano? ¿O perjudicaban más que ayudaban?

Por suerte, el movimiento feminista nunca decepciona y aunque por momentos pueda parecer que dormita, nada más lejos de la realidad, permanece tan al pie del cañón que es capaz de dar una respuesta tan contundente y ejemplar como la que acaba de dar la Women's March. A tan solo 24 horas de su investidura, Donald Trump se encontró con un terremoto de más de 500.000 mujeres tomando las calles de Washington y una réplica en 700 ciudades que sobrepasaba en grados la escala Richter de la tensión política.

La buena salud del movimiento feminista

Las imágenes de “La marcha de las mujeres” dan fe de que el movimiento feminista sigue gozando de la misma buena salud de siempre. Son muchas las conquistas que el feminismo tiene a sus espaldas tras tres históricas “olas” desde sus inicios hasta nuestros días, y cada nueva movilización es una inyección de adrenalina para quienes creemos y nos consideramos parte de él.

Hace tan sólo tres años, se produjo en nuestro país, a menor escala, aunque también con el apoyo y la solidaridad de otras ciudades del mundo, un movimiento similar al que estos días presenciamos. En aquella ocasión fue contra el gobierno del PP (tan legitimado en urnas como Donald Trump) y las pretensiones  del ministro Gallardón con respecto al aborto. El conocido Tren de la Libertad se puso en marcha en cuestión de días, y fuimos miles de mujeres las que nos organizamos para subirnos a él y manifestarnos en masa contra un anteproyecto de ley que suponía un tremendo retroceso con respecto a libertad sexual y reproductiva de las españolas.

El resultado fue tal que mientras otras leyes impulsadas por el mismo Gobierno, por ejemplo la reforma laboral, siguieron su curso, y aún hoy suscitan debates sin mayor éxito en torno a su derogación, la reforma de la ley del aborto no llegó a ver la luz y el propio presidente del Gobierno se vio obligado a renunciar a ella y al ministro.

Confieso haberme sorprendido estos días preguntándome si, quién sabe, quizás no terminará siendo este nuevo y áureo mandatario con ese estilo imposible entre barroco y el más puro kitsch el responsable indirecto de la cuarta ola en la historia del feminismo internacional.

Dada la fortaleza de este movimiento y los retos que tiene en un horizonte nada lejano, quizás se encuentre en un momento de lo más oportuno para plantearse cuestiones que pudieran suponer un avance cuantitativo. La capacidad de reacción es, sin lugar a dudas, uno de los fuertes del movimiento de las mujeres. Sin embargo, no parece serlo tanto una cierta política de previsión y planificación, una verdadera estrategia, que como hemos visto en EEUU brilla por su ausencia.

Desde luego que Trump dirija la mayor potencia mundial merece una reflexión, pero lo merece mucho más que esto no se haya podido evitar. Dicen que es mejor prevenir que curar, y en este sentido sería quizás más eficaz que las mujeres en lugar de “no votar con la vagina”, fuésemos capaces de ponernos de acuerdo y evitar que en la gran  mayoría de los casos nos termine gobernando un falo. Más allá de la masiva reacción, tan necesaria ante agresiones intolerables como las de Trump, quizás la conquista de otros derechos aún pendientes en el ámbito de la igualdad pase por una elaborada estrategia política.

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