Cuando hablamos de prostitución nos llega la imagen de una mujer muy joven, de origen extranjero y rasgos exóticos, situada generalmente en un contexto de pobreza y engaño. Esta es la imagen que da forma a ese perfil con el que identificamos al conjunto de personas que se encuentran ejerciendo el trabajo sexual. Son una serie de patrones e ideas preconcebidas que, sin necesidad de haber tenido nunca contacto con una realidad concreta, nos permite, como si de un colador social se tratase, identificar a una persona como parte de un grupo y juzgarla.
Estos estereotipos no sólo sirven como referente simplificador para analizar la realidad, sino que determinarán las respuestas que la sociedad da a la misma. La prostitución identificada como lo opuesto a la mujer honrada, libre y sana obtiene de la sociedad respuestas filtradas por ese mismo estereotipo: ayudas para la reinserción, ayudas para las víctimas, ayudas para prevenir ITS... ¿Pero qué pasa cuando una mujer se dedica toda una vida a desempeñar esta profesión por decisión propia?
La historia de Pepi guarda relación con la historia de muchas mujeres. Muy joven se casó y tuvo hijos, cumpliendo de esta forma con las expectativas que de ella se esperaba. Su matrimonio pronto se manifestó como como una relación de abusos y malos tratos insostenible y decidió abandonar a su marido. Madre sola y sin recursos, no se le presentaba una vida fácil. Dispuesta a buscar trabajo choca con un mercado laboral en el que no hay cabida para mujeres como ella (sin estudios, sin experiencia, sin … ). El servicio doméstico y los cuidados se le presentan como una posible vía (y quizás la única) para salir adelante, pero los bajos salarios y la total falta de derechos en este sector no dan más que para subsistir dentro del mismo círculo vicioso entre la precariedad y la falta de alternativas.
“No recuerdo muy bien cómo empecé, alguien me habló de la prostitución y de que eso me permitiría vivir sin problemas. El primer cliente fue difícil, no sabía nada del tema, pero poco a poco fui cogiendo experiencia, aprendí a conocer y negociar con los clientes, a tratar con la policía, que en aquellos años del franquismo no era tarea fácil. He vivido todo tipo de situaciones, épocas malas y otras mucho mejores en las que he llegado a ganar bastante dinero y mantener un nivel de vida bastante bueno.”
Para Pepi, como para otras mujeres, el ejercicio del trabajo sexual se plantea como una estrategia que hace posible llevar a cabo un plan de vida, ya sea el continuar una vida sola con un hijo a cargo, ya sea el de emprender un proceso migratorio, comenzar a estudiar una carrera, etc. Pero al igual que sucede en la vida de tantas mujeres, el trabajo duro y la constancia de Pepi no obtiene la recompensa que se merece, y lo que podría haber servido de medio para alcanzar metas y mejorar su vida se convierte en un acto de mera subsistencia sin futuro.
Los años han pasado y a sus 65 años su cuerpo no es el de antes y sufre el paso del tiempo, los achaques de la edad. A pesar de ello aún conserva algunos clientes fieles, pero no son suficientes y después de más de más de 40 años trabajando se ve obligada a reinventarse de nuevo y ahora regenta un pequeño piso en el centro de la ciudad. Los ingresos no le alcanzan para cubrir sus necesidades “Los clientes pasan por delante, pero no se paran, muy pocos deciden entrar y la mayoría prefiere buscar en otras casas que cuentan con mejores condiciones. Esta casa es el fiel reflejo de mi estado de ánimo”, nos dice mientras se mira las piernas. Sin perspectivas de mejora, con un futuro más que incierto y un presente peor no podemos más que preguntarnos junto a ella ¿qué ha pasado?.
Y es que las condiciones de las trabajadoras sexuales en España no han cambiado nada desde aquel día en que Pepi empezó a ejercer. De todos los años dedicados a su trabajo y sus clientes no queda ningún reconocimiento, ninguna prestación, ningún derecho... nada. Hoy al igual que ayer, se continúan penalizando las tareas que de una u otra forma han servido a muchas mujeres para lograr la independencia económica al margen de un mercado laboral que le cierra las puertas.