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Ojos que no quieren ver
Bea, Cristina, Carlos, Lucía, Candela… Son nombres ficticios, sí, pero se refieren a personas reales. Niños y niñas que fueron víctimas de abusos sexuales por su entorno más cercano: sus padres, familiares, profesores, etc.
Estos casos se muestran en el informe Ojos que no quieren ver que desde Save the Children presentamos hace unas semanas y en el que analizamos qué son y qué no son los abusos sexuales en la infancia. Pero, sobre todo, este informe pone el foco de luz en qué fallan los sistemas de protección autonómicos y estatal, tanto en la prevención, detección y atención a víctimas, así como el comportamiento del sistema judicial en los procesos de este tipo. Además, explica cómo los fallos del sistema pueden en ocasiones condenar a niños a seguir sufriendo abusos o a ser perjudicados por decisiones de adultos y profesionales que no saben, no pueden y, en definitiva, no quieren ver la desoladora realidad.
La reflexión, más allá del fallo del sistema, es el fallo de toda la sociedad. Los responsables de educación, salud, justicia y otras áreas tienen el deber de prevenir, detectar y denunciar estos casos, atendiendo siempre al interés superior del menor, que está ya consolidado como principio jurídico y que debe ser el objetivo último de cualquier intervención con niños y niñas en situaciones de riesgo.
Lamentablemente, esto no es así. El último terrible y descorazonador ejemplo lo tenemos en la detención de una persona de 22 años en Marbella que colaboraba como voluntario en una asociación reconocida en la ciudad. Se trata de un joven que abusaba de menores de edad y que tenía antecedentes policiales por tenencia de material pedófilo y de pornografía infantil.
¿Cómo puede suceder esto? Es algo que nos seguimos preguntando. Sucede en gran parte porque las mejoras legislativas en materia de infancia, que si bien se producen, no son suficientes. La inclusión en la reforma de la Ley de Infancia de 2015 de la obligatoriedad de presentar un certificado negativo de delitos sexuales a toda persona que trabaje o colabore en actividades con niños, un supuesto filtro de seguridad y protección, no ha servido en esta ocasión. Esta persona no estaba condenada, sino que sólo tenía antecedentes policiales. No había sido aún juzgada y, por tanto, podía acercarse con total libertad a los niños, ganarse su confianza, identificar a los más vulnerables y abusar de ellos.
“Cuándo nos enteramos, no dábamos crédito”, comentaban desde la asociación. Otro de los falsos mitos acerca de los abusadores. Se piensa que son monstruos, psicópatas, que deberían haber mostrado alguna señal que nos llevara a identificarlos. Pero no, no van con un cartel en la frente con la frase “soy un abusador sexual de niños”, son personas absolutamente normales. Por ese motivo, ya que es tan complejo reconocer a un abusador, las estrategias de protección no están enfocadas hacia ellos, sino hacia fortalecer la concepción de los niños de su propia sexualidad, de lo que está bien y lo que no, promoviendo una educación afectivo-sexual en casa y en el sistema educativo.
Otra de las conclusiones no escritas que podemos dilucidar de nuestro informe es que los datos más fiables y con los únicos que contamos en realidad pertenecen a un estudio de hace 23 años. Aún así, estos datos, que oscilan en varios puntos (estimaciones de entre el 10% y el 20% de los adultos han sufrido abusos sexuales durante su infancia), nos parecen los más fiables. Esto nos lleva a concluir que la falta de datos, de información, es otro de los puntos débiles en el sistema a la hora de tener información verdadera del fenómeno.
Además, llevamos tiempo reclamando a las administraciones su compromiso a la hora de recabar datos y fortalecer la coordinación entre agentes claves en la detección y atención (colegios, centros de salud, servicios sociales, entidades sociales) a víctimas, que permita tener una mirada común e información homogénea al respecto.
Para acercarnos a esa mirada común, desde Save the Children llevamos a cabo hace unos días, y en colaboración con el Defensor del Menor de Andalucía, las jornadas No ves, no oyes, no dices, que refuerza nuestra lucha en este tema con actores clave contra una de las más crueles formas de violencia contra la infancia.
Violencia que, en todas sus formas, es una lacra que permanece aún oculta y, en algunas ocasiones y según la forma de violencia de la que se trate (acoso escolar, castigo físico leve, el famoso cachete), es aceptada o incluso justificada por parte de la sociedad. Violencia que no podemos seguir tolerando.
En el caso específico de los abusos sexuales, probablemente todo el mundo condenaría que un niño fuera sistemáticamente abusado por algún familiar o alguien muy cercano, sin embargo, seguimos encontrando casos dónde la inacción, la falta de formación, de sensibilidad, la vergüenza o el miedo a la denuncia convierten la vida de los niños en un laberinto de pesadillas. No contribuyamos a seguir perpetuando estas situaciones. No podemos dejar de oír, de ver y de decir…
Javier Cuenca, responsable de Andalucía de Save the Children
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