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Estévez y Paños ceden el escenario a las mujeres: “Para que haya buena vanguardia tiene que haber buen flamenco clásico y ortodoxo”

Flamenca 391 / Estévez, Paños y Compañía

Alejandro Luque

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A punto de cumplir 20 años con su compañía, Rafael Estévez (Huelva, 1979) y Valeriano Paños (Barcelona, 1976) son hoy, probablemente, los coreógrafos más cotizados del panorama flamenco y barrios adyacentes, pero también forman un tándem interpretativo que ningún buen aficionado quiere perderse. A montajes tan celebrados como La consagración, Bailables, El sombrero o La confluencia, viene a sumarse ahora una nueva pieza que encierra, de entrada, una sorpresa: ninguno de los dos subirá al escenario. Por el contrario, serán cinco mujeres las que protagonicen de principio a fin Flamenca 391, obra realizada con GNP Producciones y cuyo estreno está previsto para el próximo 21 de diciembre en Coslada.

“Ahora nos miramos en los ensayos y nos decimos con la mirada: ‘Teníamos que haber estado’”, bromea Rafael Estévez al teléfono, en un descanso de los ensayos. “Pero la idea surgió de la apetencia de trabajar, por una vez con la compañía, viéndolo todo desde fuera. Nos apetecía trabajar con estas cinco mujeres poderosas, maravillosas, tres generaciones de bailaoras-bailarinas que comparten escenario. No damos un paso atrás, sino hacia el formato de la compañía. Queríamos darnos el gusto de poder dirigir y producir a artistas que nos apetecen y que no tienen compañía, pero no descartamos juntar algún día a estas cinco mujeres con los cinco hombres de La confluencia”, añade entre bromas.

El título y la inspiración primera de este espectáculo la toman los creadores de la portada del número 3 de la revista 391, creada y dirigida por el dadaísta Francis Picabia en 1917, pero aseguran que es solo un punto de partida. Una vez metidos en faena, abordan un repertorio formado por algunos cantes que Pastora Pavón, La Niña de los Peines, le cantó a Carmen de Burgos en una entrevista, así como otros que grabó a lo largo de su carrera como Rumba de los ojitos negros, Soleares o Bamberas, entre otros. También asoman en los créditos escritoras y poetisas andaluzas del siglo XVI al XX, como Mercedes de Velilla, Patrocinio de Biedma, Sor María de la Antigua, Zenobia Camprubí, Carolina de Soto Corro o Cristobalina Fernández de Alarcón.

Perspectiva propia

Estos materiales son trabajados sobre las tablas por Rosana Romero, Raquel Lamadrid, Nadia González Tingherian, Macarena López y Nerea Carrasco, mientras que la cantaora Sandra Carrasco presta su voz a estos cantes en una banda sonora original compuesta por Luis Gustavo Prado y que también cuenta con música creada por Antonio García Escolar y el propio Rafael Estévez.

“No nos mueve un impulso historicista sobre las vanguardias”, advierte Estévez. “Tampoco se trata de un espectáculo feminista en sentido estricto, aunque sí muy femenino, desde su interior, sus sentimientos, sus alegrías, sus anhelos, sus logros, todo metido en un cóctel que carece de hilo argumental, pero que está muy bien cosido por debajo. Tenemos nuestra propia perspectiva, y lo que tomamos de aquel tiempo lo proyectamos de una manera abstracta. Hemos reconstruido bailes antiguos para reproducirlos en una propuesta totalmente nuestra”.

Para esta pareja de artistas inquietos, la mirada sobre el pasado “es necesaria, pero nosotros no usamos el retrovisor para ver qué ha quedado pendiente, sino que tenemos presente que para que se dé una buena vanguardia tiene que haber un buen flamenco clásico y ortodoxo. No creemos que haya que avanzar con el único objeto de transgredir. Nuestra base es todo el legado que tenemos, que es muy rico y debemos ensalzarlo. Y si en los dos extremos, la vanguardia y el clasicismo, hay calidad, gloria bendita”.

Tan en serio se toman el asunto que, a pesar de haber puesto a sus pies todo tipo de auditorios flamencos, se resisten a considerarse una compañía del género. “Somos una compañía de danza, en la que el flamenco, desde luego, es una parte muy importante. No nos gusta autoetiquetarnos con algo que no somos al cien por cien”.

Reivindicar la base

Estas expresiones de humildad coinciden con un momento algo agitado en el mundo del flamenco, que se ha manifestado –sin ir más lejos– en forma de encendidas polémicas en la última Bienal de Sevilla, de marcado acento disruptivo. “Un director artístico hace lo que tiene que hacer y hay que respetarlo, como debemos respetar al público, a los críticos y desde luego al público. Hay que hacer las cosas desde el corazón, la verdad y el rigor, y ser valientes en el sentido de que, si no estás haciendo flamenco, o no vas a un festival del género, o lo haces con todas las consecuencias”.

“No entramos en etiquetas”

Estévez reconoce que en sus propuestas “hay de todo, por eso no lo llamamos flamenco. Pero creemos que no hay nada más sofisticado y potente que un señor o una señora bailando por soleá o por seguiriya. Desgraciadamente, es algo que no vemos más a menudo en teatros o programaciones, pero nos gusta que fuera posible verlo en un lugar que no sea una peña, o en horarios intempestivos”, comenta.

Y concluye subrayando sus principios: “Reivindicamos la importancia de los creadores, hombres o mujeres, gitanos o no, heterosexuales y homosexuales. No entramos en etiquetas. Hacemos arte, todos somos seres humanos y todos somos importantes para que el flamenco haya llegado adonde está. Lo importante es reivindicar la base, todos esos artistas conocidísimos o en el anonimato que aportaron sudor, lágrimas y esfuerzo para que hoy podamos estar hablando de esto. Lo importante es el legado, en el arte en general y en el flamenco en particular. Somos únicos en el mundo, y no lo digo desde un sentir etnocentrista. Sabiendo de dónde venimos, sabremos dónde estamos y adónde podemos ir”.

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