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Israel Fernández, un flamenco solidario en el corazón del Polígono Sur

flamenco

Alejandro Luque

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Todo surgió tras un reciente concierto de Israel Fernández en el Teatro de Los Remedios. Unos chicos del Polígono Sur a los que encontró por casualidad le dijeron que no habían podido asistir por no tener con qué pagar la entrada. El cantaor toledano pensó entonces que algo se podría hacer al respecto: consultó con su casa discográfica, Universal, que a su vez se puso en contacto con el Icas del Ayuntamiento de Sevilla, y se buscó una fecha para ofrecer un recital gratuito en la Factoría Cultural, en el corazón de Las Tres Mil Viviendas. Y se decidió que coincidiría con el Día Internacional del Pueblo Gitano. 

El evento, que tuvo lugar en la tarde de este jueves con las preceptivas medidas de higiene y distancia social, iba a ser en principio casi secreto, o al menos sin campaña de prensa. Pero la figura de Fernández, uno de los artistas flamencos más emergentes del momento, y la eficacia del tejido asociativo de la barriada hicieron que las invitaciones se agotaran en muy poco tiempo. Alumnos del proyecto Golé de la Fundación Manuela Carrasco, de la Fundación Alalá y del proyecto Fuera de Serie que lidera el bailaor Francisco José Suárez, Torombo, no quisieron perderse la cita junto a numerosos vecinos de la zona, especialmente jóvenes.

Antes del concierto, los citados chavales pudieron asistir a la prueba de sonido de Israel Fernández y su guitarrista, Diego del Morao, que se desarrolló entre la juerga flamenca y la convivencia. Luego, en primera fila, se sentarían algunos de los chicos que han participado con el cantaor en la grabación de un cante, La inocencia, que será lanzado en las próximas semanas. Juan Jiménez Cortés, de 13 años, aseguraba que la experiencia “es de las que se quedan marcadas para siempre”, mientras que Antonia Delgado y Rocío Sánchez, de 16 y 15 años respectivamente y alumnas de Alalá, añadían que la experiencia de tener cerca a un grande les ha servido para aprender, además de arte, saber estar. “Israel no es el típico famoso al que el éxito se le sube a la cabeza. Si es buen cantaor, es mejor persona”, subrayaban.

A su lado, Antonio Cortés, de 13, confesaba no formar parte de ningún proyecto, “pero el mánager me ha escuchado antes y me ha animado a que cante con ellos”. Todos sueñan con poder llegar a cantar como sus ídolos, y algunos tienen claro que aspiran a ser profesionales, salvo Juan, que quiere ser “cirujano pediátrico. Conozco bien ese mundo porque he tenido que entrar en varios quirófanos, y es una profesión que me gusta. Pero el cante no lo dejaré”.

Flamencura y gitanería

En camerinos, Israel Fernández es la demostración de que el flamenco es un arte solidario por naturaleza: “Siempre estamos ahí, a veces aportando más y otras menos, pero compartiendo nuestro arte allí donde se valora y donde creemos que puede hacer el bien”, afirma. Y el Polígono Sur no es una excepción: “Este es un sitio con tanto arte, tanta flamencura y tanta gitanería, que me siento muy identificado con él. Es un barrio humilde de gente trabajadora, como el mío, y me apetecía mucho hacer esto”.

Llega por fin el gran momento: Miguel Ángel Vargas, historiador del pueblo gitano, presenta el acto con una mascarilla que representa la bandera azul y verde con la rueda roja, y recuerda a los asistentes que hoy es un día de orgullo para toda una cultura. Del protagonista de la jornada dice que lo conoció en una gira hace muchos años, y que es “una buena persona, un buen gitano”. Y sale Israel Fernández a escena.

Durante más de una hora brinda sus cantes ante un público ducho en la materia. “Donde hay mucho arte, es difícil cantar”, confesará con humildad. Pero demuestra ser un sabio precoz desgranando un repertorio hondo y complejo, que no tarda en arrancar encendidos oles del patio de butacas. Espectadores de muy distintas edades, desde niños que apenas saben hablar hasta ancianos, siguen con atención el concierto. De todas las manifestaciones culturales que han visto pasar por ese escenario desde que se inauguró la Factoría Cultural, es sin duda el flamenco la que conecta de un modo más directo y más vibrante con su personalidad.

No es un espacio más

Así lo entiende también el delegado de Cultura del Ayuntamiento hispalense, Antonio Muñoz, desde su butaca de primera fila. “Desde el primer momento, concebimos la Factoría Cultural no como un espacio escénico más de la ciudad, sino como un vehículo para interaccionar con los vecinos, y en especial con los jóvenes. Y es indudable que el flamenco puede ser un elemento seductor para salir de la marginalidad a través de la cultura”.

“Como ya hicimos en pasadas ediciones de la Bienal de Flamenco, este concierto es la prueba de que la música flamenca sirve como reclamo y como espejo, y hace que la gente pueda encontrar en la Factoría cosas que no encuentra en otros lugares. No es un equipamiento aislado en el barrio. Y sería muy fácil programar solo cine o teatro, que también hay, pero hemos apostado por una tarea más callada y diferente, pero con resultados a medio plazo que pueden ser muy interesantes”, concluye Muñoz.

Tras la primera tanda de cantes, Israel invita a los chicos a interpretar en vivo La inocencia. Y como fin de fiesta, suben a las tablas algunos ilustres vecinos de Las Tres Mil, nombres que han paseado orgullosamente por todo el mundo el nombre de una barriada que ha sido durante mucho tiempo sinónimo de marginalidad y delincuencia, pero que, como dice uno de ellos, “huele a arte como huele la yerbabuena”. Bobote, legendario palmero, el bailaor Torombo, los cantaores Juanfran Carrasco y Ezequiel Montoya, acompañan a Fernández sacando a relucir ese talento que es marca de la barriada, y que, con solo una letra bien cantada, unas notas de guitarra o un paso de baile, tiene la capacidad mágica de hacer olvidar todas las adversidades.  

“Necesitamos activar la Factoría con más cosas así”, decía un aficionado a la salida. “A ver si se ponen las pilas algunos flamencos famosos...”

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