El encargo a Norman Foster del cartel de la Maestranza, último eslabón de un arte que va más allá de la cuestión taurina
Se anunció el pasado mes de diciembre: Norman Foster, arquitecto de renombre, premio Pritzker y premio Príncipe de Asturias a las Artes, ha recibido el encargo de la Real Maestranza de Caballería para realizar el cartel de la temporada taurina sevillana 2023. El británico (Reddish, Stockport, 1935) ha visitado varias veces la capital hispalense y es conocida su afición taurina. Pero además, responde a la perfección a la línea seguida por la Maestranza en los últimos años, y que –al margen de opiniones a favor o en contra de los toros– ha acabado configurando una colección única con primeros espadas del arte nacional e internacional que alberga el Salón de Carteles del coso sevillano.
Dicha tradición se inauguró en 1994 a iniciativa del pintor y caballero maestrante Juan Maestre (1954-2006), quien concibió la idea de invitar a artistas contemporáneos relevantes a realizar el cartel anunciador de cada año para la tricentenaria institución, rompiendo su histórica tendencia clasicista. Al mismo tiempo, se inauguraba la tradición de elegir a figuras destacadas de las letras, el periodismo y la política para pronunciar el pregón taurino del Domingo de Resurrección.
El primer invitado entre los artistas plásticos, Luis Manuel Hernández, no se alejaba de los postulados del realismo academicista, pero el hecho de que en su obra no aparecieran toros ni toreros, sino la plaza vista desde la otra orilla del Guadalquivir y enmarcada en la heráldica maestrante, supuso un primer paso.
Tampoco mostraba ninguna figura viva o muerta el sevillano Joaquín Sáenz, quien al año siguiente se asomaba al albero de la Maestranza desde una robusta y alegórica moldura. La figura del toro aparecerá por primera vez, solitaria y sobreimpresionada sobre el rojo y el albero, en el cartel de 1996, a cargo de Eduardo Arroyo. Y también se inspiraría en un toro solitario, con el contraste de un fondo rojo y la sombra oscura sobre el suelo diáfano, Félix de Cárdenas en 1997.
'Brazo de gitano'
Un año más tarde, Ricardo Cadenas optaba por retratar al torero posando serenamente. En concreto, se trataba de un homenaje a Pepe Luis Vázquez a partir de una fotografía que el propio diestro había entregado al pintor. La internacionalización de los carteles no llegaría hasta 1999, cuando la Maestranza encargó el cartel al pintor colombiano Fernando Botero. El artista quiso esta vez destacar la figura del picador, entrado en carnes según su canon habitual, ocupando prácticamente todo el espacio del ruedo.
En 2000, le llegó el turno a uno de los grandes pintores españoles, el gaditano Guillermo Pérez Villalta, quien quiso plasmar la arquitectura de la Maestranza y sus alrededores en un juego geométrico de audaces perspectivas. En 2001, el neoyorkino Larry Rivers daba de nuevo dimensión internacional a la cita taurina con una vuelta de tuerca a su conocida estética pop. Aquel pase por alto fue considerado casi más escultura que pintura, al ser realizado sobre capas de polespán, lo que daba una especial profundidad al conjunto.
Al año siguiente, la pintura sevillana volvía a reclamar su sitio con una espléndida y colorista obra de Juan Romero, al que seguiría una Carmen Laffón dibujando al pastel la cabeza de toro expuesta en la Maestranza, y añadiendo, junto a los nombres de toreros legendarios, los de otras personas de su entorno íntimo.
Cabe destacar que todos estos lenguajes pictóricos fueron bien recibidos por los maestrantes y la afición, demostrando que los gustos se estaban actualizando con los nuevos aires creativos de principios de siglo. Sin embargo, muy pronto iban a surgir las discusiones. La primera vino de la mano de napolitano Francesco Clemente, cuyo juego con la iconografía del minotauro y su laberinto no surtió el efecto deseado. En las páginas del desaparecido El Correo de Andalucía, el crítico Álvaro Rodríguez del Moral refería la guasa por la cual se había definido la obra de Clemente como “un brazo de gitano cortado por la mitad”.
Moscas y supersticiones
El torero adorando con colores de arlequín del sevillano Paco Reina pasó sin demasiada trascendencia por la galería, para dejar que la polémica regresara en 2006 con otro neoyorkino, Alex Katz, y sus toro y torero minimalistas, apenas esbozados en negro sobre blanco en una simplísima composición. “Gráfico, sintético, elemental y sobrio”, lo definió el creador estadounidense, mientras que más de uno preguntaba si era obra del hijo pequeño de algún maestrante. Muchos acabaron identificando el cuadro como “el de las moscas en el yogur”.
Menos controvertida, pero igualmente arriesgada, fue la propuesta de Manolo Quejido para el cartel de 2007: una superficie roja, la del burladero, rematada en la parte superior por las manos y parte del rostro de un torero con montera. Y en 2008 llegó Miquel Barceló, el primer encargo no realizado por Juan Maestre, que había fallecido el año anterior tras luchar con el cáncer. Barceló representó a un toro poco proporcionado y atravesado por una enorme flecha que causó estupor entre los aficionados. “La imagen inspira cierta crueldad y nada tiene que ver con el ensalzamiento de la belleza y la verdad de la fiesta de los toros”, denunció entonces el portal Sevilla taurina, aunque con el tiempo el creciente prestigio del mallorquín y ciertas aportaciones críticas favorables matizaron la mala impresión general. Lo que nunca le perdonaron es que abusara del color amarillo, que en el ámbito taurino es sinónimo de mala suerte.
Manuel Salinas, artista de la tierra, abordó el encargo de 2009 con un toro radicalmente diferente, corpulento y mirando de frente al espectador. Medio en broma medio en serio, en la presentación de la obra aseveró que esperaba “poder seguir viviendo en Sevilla”, tanta era la tensión generada en torno a estas obras tras los polémicos precedentes. Alfonso Guajardo-Fajardo, teniente de hermano mayor de la Real Maestranza de Caballería, llegó incluso a pedirle que le mostrara el boceto. “Por la experiencia de años anteriores. Tenía yo más miedo que él, a los 15 días ya lo tenía hasta firmado”, comentó en la presentación de la obra, para mostrar su aprobación: “Es el idóneo para esta temporada. Un toro con trapío”.
De El Gallo a Lorca
Otro sevillano de prestigio, Luis Gordillo, tomaría el testigo en 2010 con una sugestiva estampa fragmentaria de una faena de El Cid. El propio pintor reconoció haber limitado los riesgos para no echar más leña al fuego. Pero la calma duró poco. Al año siguiente, José María Sicilia provocaba perplejidad con una testuz y unas astas de toro –de Juan Pedro Domecq, indicaría luego– recortada sobre un simple fondo blanco. El valenciano Manolo Valdés logró hacer olvidar parcialmente el malestar al año siguiente con una sencilla evocación de Joselito El Gallo, como hizo el hiperrealista gaditano Hernán Cortés en 2013 con Juan Belmonte. Una de sombra de toro sobre la arena, obra del chileno Guillermo Muñoz Vera, y un composición a modo de collage del sevillano Juan Fernández Lacomba, en 2014 y 2015 respectivamente, fueron el puente hasta la siguiente obra, la del cartel del arquitecto Juan Navarro Baldeweg, de la que se destacaron sus “ecos goyescos” para paliar en parte una ciertas sensación de decepción.
Aunque arriesgado en su fuerte cromatismo y su composición, el madrileño Carlos Franco Rubio pasó el examen de la afición en 2017, para de nuevo abrirse la división de opiniones en 2018 con el francés Claude Viallat y sus fauvistas toro y torero. Desde entonces se ha mantenido la discusión, ya fuera con la propuesta de María Gómez (2019), tras el fallecimiento de Miguel Ángel Campano, al que se le había encargado la obra en un principio; del pintor alemán Albert Oehlen (2020), que adaptó un dibujo suyo de 20 años atrás, o del pintor y cineasta Julian Schnabel (2021). El último impacto, por cierto, vino con el último cartel, una pieza “de inspiración lorquiana” del vietnamita Danh Vo en la que, sobre una superficie roja, podían leerse los versos del Llanto por Ignacio Sánchez Mejías del poeta granadino, “A las cinco de la tarde”, “A las cinco en punto de la tarde”.
A la espera de conocer la propuesta de Foster, lo seguro es que la galería de la Maestranza han pasado a ser ya un asunto recurrente de discusión en una ciudad que gusta especialmente de las polémicas en torno a los carteles, y que va más allá del debate toros sí o toros no.
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