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José María Velázquez-Gaztelu: “Yo ni soy policía ni un agente de la Santa Inquisición Flamencológica”

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Alejandro Luque

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La figura de José María Velázquez-Gaztelu (Cádiz, 1942) es un referente absoluto del periodismo musical, en concreto en la divulgación del flamenco, a la que ha dedicado su vida tanto desde la prensa como la radio y la televisión. Cinco décadas de trayectoria pespunteada de hitos, como los 115 capítulos de las series de Tve Rito y geografía del cante y Rito y geografía del baile, que le valieron el Premio Nacional de Flamencología de 1072, galardón que repetiría en 1979, 1997 y 2008. Desde 1984 es director, guionista y presentador del programa Nuestro flamenco, en Radio Clásica, RTVE. Desde 2008 es responsable de las páginas de flamenco del semanario El Cultural.

Desde Tía Anica la Piriñaca a Camarón y Morente, pasando por Mairena, Caracol y tantos otros, no hay un artista del género en el último medio siglo que no haya pasado por sus programas. Muchas de estas conversaciones acaba de reunirlas en el volumen De la noche a la mañana (Athenaica), el resumen de una vida dedicada a este arte secular.

Una carrera que comenzó con Pastora Pavón, la Niña de los Peines, y una entrevista fallida en tanto la gigantesca cantaora tenía ya las facultades mentales muy mermadas. “Aun tratándose de una entrevista que no se pudo realizar, no fue una entrevista frustrada. Fue el encuentro con una artista enorme, con una obra discográfica quizá de las más importantes y extensas de toda la Historia del flamenco, y el conocerla en esas circunstancias también tiene su importancia”, recuerda.

Lo cierto es que a partir de aquel encuentro comenzó una indagación que desborda lo periodístico. “La intención cuando yo hago un trabajo en mis programas de radio o televisión, o en mis artículos, no es limitarme a solo un aspecto del tema que estoy tratando. Intento estudiarlo, verlo y sentirlo en los distintos niveles en que se produce. Si yo lo trato solamente bajo el punto de vista musical, estoy limitando lo que estoy estudiando. Si lo hago en el aspecto antropológico, histórico o sociológico, igual. Intento tener una mirada lo más total y profunda de lo que estoy tratando”.

Fatigas y hospitalidad

Una de las primeras cosas que descubrió Velázquez-Gaztelu fue que en el flamenco, como en todo, también había clases. Y que las fatigas eran más habituales que el éxito y la fama. “Había un flamenco que triunfaba y se podía desenvolver económicamente bien, y luego otro que no había tenido acceso a los teatros ni a los tablaos, que efectivamente tenía más carencias económicas que el otro”, evoca. “Por eso existía lo que podríamos llamar el flamenco no profesional, subterráneo, pero que existía y también lo queríamos mostrar. Hay casos como el de Tomás Pavón, hermano de la Niña de los Peines, fue un artista de gran categoría pero que vivió muy modestamente, entre otras cosas porque era un hombre al que no le gustaba cantar en público ni mostrarse públicamente. Vivía de esas fiestas de señoritos que a veces también rehuía, pero no tenía más remedio que acudir a ellas para sobrevivir. O el hijo de Joaquín el de la Paula, que hacía las cosas de su padre en Alcalá de Guadaíra y vivía modestamente, o Manolito de María, del que ahora todo el mundo habla de sus soleares y sus bulerías, y a quien conocí con Caballero Bonald, que vivía en una cueva, en la pobreza”.

Por otro lado, en un tiempo en que para muchos los gitanos eran sinónimo de marginación y delincuencia, el periodista gaditano se sintió siempre “amabilísimamente recibido siempre en sus casas, y generosamente atendido. Por otro lado, tuve la oportunidad de asistir a muchas fiestas familiares, incluso bodas cuando tenían todo un ritual muy estricto, y siempre he tenido las puertas abiertas entre ellos. Nunca me he sentido rechazado, y tengo recuerdos de familias enteras recibiéndome como si fuera una más. Ha sido un aprendizaje muy positivo, y a través de esas experiencias pude conocer muchos aspectos del flamenco que quizá otras personas no tuvieron esa oportunidad”.  

A José María Velázquez-Gaztelu le gusta también desmitificar el mundo flamenco como un ámbito nocturno y alcohólico. “En una época, cuando hacíamos Rito por ejemplo, en los 60 y principios de los 70, en Madrid los tablaos flamencos tenían mucha importancia. Todos los grandes artistas estaban allí, desde Manolo Caracol a Camarón, pasando por Morente, Paco de Lucía, Manolo Sanlúcar… Y había momentos en que los señoritos, la gente adinerada, al mismo tiempo que eran aficionados, una vez se terminaba las fiestas en los tablaos, se iban a una venta de las afueras para seguir la fiesta con señoritos adinerados. Y eso era una ayuda importante para los artistas, una posibilidad para aumentar los ingresos que venía estupendamente a familias con muchos hijos. Sin embargo, en lo del trasnoche y la juerga hay mucho mito. También es verdad que entonces los mismos flamencos terminaban el trabajo en el tablao y a veces se reunían y ellos mismos cantaban y tocaban y bailaban y hacían su propia reunión, lo que estaba muy bien, porque se transmitían sus propios cantes… Eran fiestas muy agradables y muy interesantes en el terreno artístico. No había público, pero se manifestaban muy libremente y muy cómodamente. Pero en lo de la noche y el alcohol hay mucho mito y falsedad: los mismos flamencos se cuidaban muchísimo, no podían estar cada día bebiendo, podían enfermar. Hoy aún más, cuando los artistas van al gimnasio y corren maratones. Arcángel, por ejemplo”. 

Abierto a las vanguardias

Junto a Caballero Bonald, Fernando Quiñones, Félix Grande, Ricardo Molina o Manuel Ríos Ruiz, entre otros, Velázquez-Gaztelu pertenece a una generación de escritores que dedicaron mucha atención y tinta al arte jondo. “Como poetas, tenían una gran sensibilidad, y el flamenco les atraía. El flamenco es un arte muy potente, con mucha personalidad. Un arte muy creativo, en proceso evolutivo permanente, que a una persona culta le llama la atención. A Carlos Saura también, por ejemplo, le apasiona también. Siempre el flamenco ha despertado el interés de los intelectuales, recordemos a Manuel de Falla, a Lorca y tantos otros. Luis Rosales me contaba que uno de los factores más importantes del famoso concurso del año 22 en Granada era que el mundo intelectual se interesara por el flamenco. Se hizo un escrito firmado por una serie de intelectuales, Rusiñol, Zuloaga, Juan Ramón, y todos ellos conocieron esa circunstancia y empezaron a interesarse por el flamenco. Y Los Beatles, lo primero que preguntaron al llegar a España, era dónde podían oír flamenco”.  

Una característica que ha acompañado siempre a Velázquez-Gaztelu ha sido su apertura: apoyó a Camarón y a Morente cuando eran muy criticados, y lo ha seguido haciendo con las figuras más controvertidas.  “Creo que ahí influye mucho el que yo sea poeta. Considero la poesía un arte, naturalmente creativo. Todo lo que sea creación, innovación, renovación, revolución, el arte vivo y no el que está en un museo, el arte que se renueva... Si no hubiera creatividad, el flamenco se habría muerto ya. Morente fue muy amigo mío, como Manolo Sanlúcar, Paco de Lucía, todos los que eran la vanguardia. Gente de mi edad, de mi quinta, teníamos las mismas actitudes ante la vida, las circunstancias políticas, etc. Y teníamos muy claro el hecho creativo. Ahora entiendo muy bien lo que hacen Israel Galván, Rocío Molina, Andrés Marín, el Niño de Elche, con quienes tengo muy buena amistad. Por eso a veces me cuentan cosas que no le cuentan a nadie”.

Una figura falta en su interminable lista de invitados. “No, todavía no he entrevistado a Rosalía, naturalmente algún día lo haré con muchísimo gusto. El arte es libre y cada uno hace lo que siente y lo que tiene que hacer. Eso hay que respetarlo por encima de todo, y yo ni soy policía ni un agente de la Santa Inquisición Flamencológica”.

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