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ENTREVISTA
Miguel Ríos: “Cuando hay tantos festivales, es que van bien. No todo va a ser el boom del ladrillo”

Miguel Ríos, en una imagen de archivo

Alejandro Luque

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Si hay un nombre que encarne el advenimiento del rock en España, ése es Miguel Ríos. A sus 79 años, el cantante granadino, que anunció su retiro de los escenarios hace doce -aunque se autoproclama el “Antoñete de la música” por cortarse la coleta una y otra vez- celebra las cuatro décadas transcurridas desde el lanzamiento de Rock & Ríos, un doble álbum grabado en directo que hizo historia, y del que llegó a vender 400.000 copias. Volcado en las obligaciones de la Fundación que lleva su nombre, espléndido de voz y conservando una envidiable forma física, el artista quiso hacer balance para elDiario.es Andalucía de cómo ha cambiado la música en todo este tiempo.     

En 2011 anunció su retirada de los escenarios, pero siempre regresa. ¿Son la droga más dura?

Evidentemente, algo adictivo tiene. Pero algo de endorfinas si libera. Por lo visto, el que no resistiría fuera de los escenarios era cosa sabida, por lo menos entre mis compañeros. Pero mis intenciones eran sinceras. Me metí con el encargo de mi autobiografía como el náufrago se agarra a la tabla. Se me daba tan bien, según mi editora, que me creí que podía hacer carrera escribiendo, hasta que me metí con una novela, y me di cuenta que no conocía la vida de los personajes tanto como la mía. Y, vencido y desarmado, volví a lo mío y a El gusto es nuestro. Para mí el escenario es, como diría Antonio Vega, “El sitio de mi recreo”.

¿Cómo ha cambiado nuestra idea del rock desde 1982 hasta hoy? Lo llamamos igual, pero, ¿sigue siendo la misma cosa?

Básicamente, la música es un generador de vibraciones emocionales. Si ya no te remueven los tres célebres acordes, es que no estás en su onda. El rock es un continente, pero su contenido está en las vidas que lo pueblan. Desde que el rock and roll mutó solo a rock, han convivido gente tan dispar y, sin embargo, tan magistral como, pongo por ejemplo, la sequedad de la música de Neil Young y la liviandad de Rod Stewart. Claro que, el rock en nuestro país nunca fue hegemónico del todo, y con la pérdida de valor mercado de la cultura, puede que, si no estás en el continente rock, alguien lo vea alicaído. Craso error, todo es pendular en la vida.

Entonces el rock era, como solía decirse, una actitud además de una música. Una actitud que podía resumirse en cierto modo en decir “no” al poder, a la autoridad… ¿Cree que se ha domesticado el rock en estos años?

El año que viene, se cumplirán 70 años desde que Elvis Presley sacara That’s all alright (Mama) con Sun Records, el que, según la opinión más extendida, se considera el pistoletazo de salida del rock and roll en la historia. El rock nace como la válvula de escape para los jóvenes de los guetos de los barrios negros, en una sociedad pacata y reprimida, y se extendió como en reguero de pólvora por los EEUU. El rock and roll no era contestatario, lo hicieron contestatario las asociaciones parentales blancas, cuando vieron la oportunidad de decir que el diablo estaba detrás y decretar su anatema. La verdadera contestación viene con la socialización de los psicotrópicos y el rock, como respuesta a la guerra de Vietnam. Lo sé porque me pilló allí en la época del Himno a la alegría. Claro el mundo ha cambiado a peor, en cuanto a la defensa del bien común. Más que se protestó contra la guerra de Irak… Hay una internacional neofacista que tiene el monopolio de la mentira y la violencia, y suministra el soma de las redes para tener enganchada a la gente que debería estar más despierta, los jóvenes.

Hay algo que jamás ha cambiado, de todos los eslabones que conforman la cadena de valores de la industria, el eslabón más débil siempre ha sido el artista, aunque sin materia prima no se puede hacer nada.

Hace unos meses le vimos inaugurando un máster en la Universidad de Granada. ¿Debería estar más presente esta música en las universidades, o cuidarse de ellas?

Tengo una obligación contraída con la UGR, desde el día que me nombraron doctor honoris a petición de la Cátedra de Musicología. Existe un mandato formal de atender su llamada, que contraes al aceptar la distinción. Pero en cuanto a su participación en el desarrollo de las artes, se cae por su peso. Las universidades deberían ser el faro que alumbre a la sociedad que las acoge. Pero la enseñanza de la música como materia lectiva debería estar desde la guardería. La música es fundamental en el desarrollo del ser humano.  

Lo que sí ha cambiado sin duda es la industria. ¿En qué lo nota más, como artista?

Bueno, es totalmente distinta. Yo empecé a editar discos antes de que el sonido estéreo se popularizara. Pero hay algo que jamás ha cambiado, de todos los eslabones que conforman la cadena de valores de la industria, el eslabón más débil siempre ha sido el artista, aunque sin materia prima no se puede hacer nada. Sea en analógico, en digital, o colgado en la nube.

Recuerdo que en sus memorias, ‘Cosas que siempre quise contarte’, era muy duro con la piratería y los promotores sin escrúpulos, pero no con la industria discográfica o con la Sgae, que tantas polémicas levantaban. ¿Tiene una buena opinión de ambas?

Sí, fui beligerante con la piratería, por la impunidad de los piratas y la incomprensión social hacia nuestra causa. Ahora, no puedo creer que con la cantidad de peleas que he tenido con las discográficas, no estuviera reflejado en mi autobiografía. Lo de la SGAE tiene otra lectura. La Sociedad de Autores fue atacada, furibundamente, por los que querían aprovecharse de su debilidad para pagar menos derechos. Las corporaciones la tuvieron contra las cuerdas. Pero claro que fui muy peleón contra ciertas prácticas nada presentables que se cometieron dentro de la Junta de Gobierno de la entidad. Tanto, que solo estuve un año de consejero y dimití, al darme cuenta de que el planteamiento de la Sociedad era inviable. No se puede tener a los editores pastoreando el gobierno de la casa, frente a los autores que hicieron la sociedad en el pasado para escapar de su poder.

La forma de disfrutar del público en los conciertos también ha acabado siendo muy distinta. Ahora, por ejemplo, se discute mucho sobre los ‘front stage’, el hecho de que solo quien paga pueda estar cerca del artista y con buena visibilidad. ¿Qué opina de ello?

Es el capitalismo. Qué te puedo decir. Sería un demagogo, pero en el mundo del espectáculo siempre han existido diferentes precios. Cuando no actuaba para audiencias con asiento numerado, cuando montaba mis giras en sitios grandes, solo había un precio y quien llegaba antes se ubicaba donde quería. Ahora, trabajo para públicos sentados intentando todo el tiempo que levanten el culo de la silla y bailen.

También se habla de la proliferación de grandes festivales desde la pandemia. ¿Son demasiados?

De eso no bebo, pero me gusta que existan. En cuanto al número no sabría que decir. Cuando hay tantos es que van bien. No todo va a ser el boom del ladrillo.

Hacer programas de televisión musical y con calidad, necesitaría de una audiencia que ya no existe, sobre todo si no tragas con mezclarlo con el reality

El covid también puso de manifiesto la extrema precariedad de los músicos y personal que trabaja en el sector en España. Pasada la tormenta, ¿estamos haciendo algo para mejorar la situación?

Para los currantes que no tuvieran un resguardo monetario, el 99% de la profesión, fueron un par de años muy duros. Pero somos gente resiliente y tuvimos la suerte de poder empezar a trabajar para audiencias con mascarilla, y empezó a amainar el temporal. El sector necesita una Ley de Mecenazgo para crecer y poder crear infraestructura, que permita mantener a la gente con contratos indefinidos.

Muchos añoramos su paso por la televisión, en una época en que los espacios de música abundaban. Ahora no existen, ¿qué ha ocurrido? 

Hacer programas de televisión musical y con calidad, necesitaría de una audiencia que ya no existe, sobre todo si no tragas con mezclarlo con el reality. La música en directo es cara de reproducir, en un mundo donde el play back no levanta sarpullido. En las cadenas generalistas si no te disfrazas o muestras tu intimidad, no te comes un rosco. Hacer un programa como el de Jools Holland en la televisión inglesa, imposible.

Permítame preguntarle por su Granada, que a pesar de todo sigue siendo una cantera de rockeros de primer nivel. ¿Qué tiene el agua de allí, para que así sea?

Eso es como la fórmula de la coca cola, un arcano. Pero la verdad es que la cantera es inagotable y de gran calidad. Antonio Arias, de Lagartija Nick, tiene una teoría que una vez le escuché pero me pareció una fábula más de los Cuentos de la Alhambra, aunque más graciosa.

Hace 20 o 30 años le preguntaban a menudo: “¿Cómo aguanta en los conciertos, a su edad?” Ahora ya no lo hace nadie, se da por hecho: ¿Nos ha convencido de que es inagotable?

¿No habíamos quedado en que esto es adictivo? 

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