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Caleta de Vélez: así es la lonja malagueña de la sardina y el boquerón

Foto: Miguel Heredia

Néstor Cenizo

Caleta de Vélez es un pueblo pequeño que no se entiende sin el mar y sus frutos. Por aquí pasaron en 2016 casi mil setecientas toneladas de sardinas, 368 toneladas de jureles, 185 toneladas de boquerones o 158 toneladas de pulpo de roca. En total, se vendieron casi 3.500 toneladas de pescados y mariscos (casi tres millones y medios de kilos) por unos ocho millones de euros en esta lonja, que pese a haber perdido un tercio de las capturas (en peso) respecto a 2015, sigue siendo la más importante de Málaga y una de las principales de Andalucía. Eldiario.es/Andalucía la visitó a principios de junio.

La lonja es un lugar de trabajo y negocio, pero también tiene algo de espectáculo. Aquí descargan 77 buques, así que por el suelo mojado desfilan pescadores recién regresados a tierra con el producto del mar, compradores a la busca de oportunidades y meros curiosos, cuya presencia está controlada desde hace unos años. “Lo restringimos porque es un correterío y por razones sanitarias y de seguridad”, razona Mari Carmen Navas, tercera generación de una saga de pescadores y patrona mayor de la Cofradía de Pescadores de Caleta de Vélez, que gestiona la lonja.

Aquí se descarga gran parte del pescaíto que luego se sirve en los cientos de bares y restaurantes de la costa. Entre esas tres mil quinientas toneladas no hay congelados ni pesca de altura. Todo es bajura, pesca del día atrapada al arrastre, con cerco, trasmallo o algún otro arte menor. Una cuarta parte de las sardinas de Andalucía sale de Caleta de Vélez, que acapara también gran parte de las ventas de boquerones y de pulpo de roca.

Si usted pide un espeto, sepa que probablemente venga de Caleta. Eso tiene una excepción este mes de junio. La flota de cerco, que aporta los boquerones y las sardinas, está parada por veda “voluntaria”. Manuel Ruiz, que forma parte de esa flota, nos explica que capturar ahora al boquerón, que “está de cría”, es “asesinato”. Hay otro motivo: una especie de delfín, conocido como “malayo”, está destrozando las redes de los barcos. Es una especie protegida que ha existido siempre, explica Mari Carmen Navas: “Venían cada cierto tiempo, sobre todo en verano, pero de unos años acá se han asentado”.

Manuel dice que es una plaga y cree que han desarrollado una capacidad para orientarse por el sonido de los buques. Luego roen las mallas en las que se agolpan los peces aún vivos. Estas artes de pesca pueden costar hasta 30.000 euros, a lo que se suma la pérdida de las capturas que se filtran por las mallas rotas, así que han preferido parar y reparar las redes durante este mes.

La decisión es difícil, porque la veda biológica está programada para diciembre y el resto de puertos malagueños sí venden sardina y boquerón. Aún no se sabe si la administración admitirá sustituir esta parada “voluntaria” por la de diciembre. Como ahora está parado, Manuel viene por la tarde y algún compañero le echa “algún pescaíllo”.

Cuando está activa, la flota de cerco descarga a las 7 de la mañana. La de arrastre, la que ven en estas fotos, entre las cuatro y las siete de la tarde. Quince barcos descargaron el seis de junio tres mil kilos de arrastre (merluza, araña, cangrejo, salmonete, gamba blanca, cigala, jibia, raya, rape), dos mil kilos de jureles, 200 kilos de marisco y 300 kilos de pulpo.

A las cinco comienzan las subastas de arrastre y artes menores: se parte de un precio que baja a velocidad de vértigo en las pantallas, hasta que alguien pulsa el botón de su mando a distancia, compra y detiene la puja.

Un corcho con unos ocho kilos de sardinas, cuando las hay, ronda los 10 euros. Por cuatro sale un corcho de jureles. Por cada uno de los dos kilos que pesaba el inmenso bogavante que trajo La Veterana se pagaron 26,50 €.

A veces, conviene comprar temprano. Y otras comprar tarde, nos explica Manuel. Porque eso depende de lo que traigan los barcos que van descargando de uno en uno, y saberlo ya es un talento del comprador.

Hay quien se lleva una malla de conchafinas por quince euros. Cuando se queda con la puja, el comprador suelta un papel sobre la caja, que ya es suya.

El cerco atrapa los peces vivos y luego los marineros descartan. “Los arriamos”, dice Manuel.

La técnica de arrastre, en cambio, no es selectiva: el barco suelta una red en forma de cono y arrastra durante hasta hora y media todo lo que encuentra a su paso.

“Nos ponen muchas trabas: el gasoil es caro, el seguro también. Los tripulantes no tenemos un sueldo fijo, sino en función de lo que sacamos”, lamenta Manuel, que ha notado que las capturas se han reducido en los últimos tiempos. “A la sardina no le estamos dando tiempo”, opina.

En cambio, desde hace unos años en el Mediterráneo hay más atún rojo. Un ejemplar de unos 400 kilogramos puede venderse por 6.000 euros, pero los buques tienen muy limitadas sus capturas.

Unos 400 pescadores están censados en la Cofradía. La Junta de Andalucía está integrando el puerto con la Calle Real. Caleta de Vélez ha sido y seguirá siendo un pueblo marinero que no se entiende sin la pesca y sin su puerto.

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