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Opinión - El pueblo es quien más ordena todavía. Por Rosa María Artal

El viaje en soledad de Domingo, el del kiosco

El establecimiento que regentaba Domingo, junto a la frutería de su hermano Paco.

Miguel A. Ortega Lucas

“Igual, esto está igual”, dice Pepe, detrás del mostrador de su tienda de golosinas. Y lo cierto es que para cualquiera que volviese, un año exacto después, a la calle Arzobispo Guerrero del granadino barrio de la Chana, sería un diagnóstico extrañamente certero.

Nada parece haber cambiado en estas calles, entre la gente que va y viene de sus asuntos en el trasiego laborioso del mediodía; en los vecinos que se paran a conversar, al encontrarse, o en el rumor de niños volviendo del colegio. Ni siquiera en la vieja fachada del número 15 de esta calle: Librería Papelería Domingo – Prensa/Revistas. Ahí sigue el letrero, sobre una persiana verde, y en los bajos de una vivienda igualmente clausurada. Sólo un detalle, casi imperceptible, ha variado: el año anterior había velas encendidas a los pies del kiosco; esta vez son ramos de rosas.

José Miguel Domingo Águila, Domingo para todos los vecinos del barrio, se quitó la vida el 25 de octubre de 2012, detrás de esas mismas paredes, en el patio interior del edificio en el que vivió y trabajó durante la mayor parte de sus 54 años. Era muy popular, dijeron entonces, muy querido. Y la prueba irrefutable de que no eran frases de ocasión podía leerse en las caras de quienes entraban aquella mañana de lluvia en la tienda de golosinas, justo enfrente: la estupefacción, la mudez instantánea, la pena irreparable al pasar por allí (“¿Es verdad lo que dicen?”, “¿Es verdad lo de Domingo?”) y confirmar que sí, que era verdad lo que decían. Domingo se había ahorcado en el patio de su casa, de madrugada, horas antes de que llegase la comisión judicial para hacer efectivo el desahucio derivado de sus deudas con la Caja Rural.

Nadie, o casi nadie, sabía del miedo que durante meses le atenazó; cuántas noches sin dormir, hasta la última, en la que nadie notó nada extraño e incluso acudió a su bar de siempre a ver el partido de Champions League de esa jornada. Tampoco su hermano pudo intuir nada. Se despidieron como solían, “hasta mañana”, a la hora del cierre –puerta con puerta– de sus respectivos negocios.

“Aún lo veo”

La amplia oferta de revistas del kiosco de Domingo acababa donde empezaban (empiezan) los puestos de frutas de su hermano Paco: como una misma tienda multicolor en la que se mezclaran la prensa y las manzanas del día: “Además de hermanos éramos amigos, vecinos…”.

Algo que también ha cambiado, de un 25 de octubre a otro, es el aspecto de la frutería de Paco: cerrada entonces, hoy vive el ambiente natural de cualquier establecimiento. Con la diferencia de que Paco no es ya exactamente el mismo. Sin embargo, atiende las demandas, el bullicio alegre de las vecinas, con la apostura profesional de quien tuvo una educación de la que se siente orgulloso: la que su padre, trabajador en la popular empresa Mercagranada, dio a sus cinco hermanos. Domingo era el menor de todos.

No pierde Paco la sonrisa al despachar a los clientes ni se quiebra tampoco, sereno, al confesar que no puede quitarse de la cabeza, doce meses después, una tragedia que él mismo presenció antes que nadie, con el hallazgo del cuerpo de su hermano. “No es que me acuerde”, dice, cada vez que sale al patio que los dos locales –kiosko y frutería–comparten: “Es que lo veo”.

Lo ve y es él, desde entonces, quien apenas puede conciliar el sueño. Es por ello que llegó a ofrecer al banco (al banco responsable del desalojo) un trato para que se quedaran finalmente con todo el inmueble, y no sólo con la vivienda de Domingo, en el primer piso: “Son muchos recuerdos”, dice. Y ya encontraría otro sitio adonde trasladar la frutería, a apenas cuatro años de la jubilación (ahora tiene 61). Pero al banco no le interesó la oferta. Tras aceptar, con el escándalo producido por el suicidio, la dación en pago, ésa es la mitad del cuadro que ha quedado en el número 15 de Arzobispo Guerrero: un kiosco cerrado y un muerto por una casa que ya no habita nadie; vacía pero –eso sí– con otra cerradura.

La otra mitad la protagoniza este hombre que suscribe con ternura la popularidad de su hermano en el barrio: aun habiendo abierto él la frutería mucho antes, Paco recuerda que se acabó convirtiendo para todos, directamente, en “el hermano de Domingo”. Un hombre de simpatía natural “más reservado”, sin embargo, “para sus cosas” más íntimas. “Eso lo tenía él cavilado… Pero tendría que haber hablado” de sus problemas, se lamenta Paco, aludiendo al fantasma de la culpa con un refrán de largo recorrido: “Entre todos lo mataron y él solo se murió”.

La mujer de Paco, Mercedes, destaca ahora la impresión que ha quedado en el barrio de los últimos días de Domingo: más sombrío que de costumbre, sí, pero repitiendo variantes de un mismo chiste que ahora muchos creen haberle oído en su momento: “Me voy a ir de viaje muy lejos”, dicen que le dijo a una vecina, días antes de su muerte. Ésta –según el relato– le siguió la broma: “Pues llévame contigo”. “No, a este viaje me voy yo solo”, respondería él.

Las cosas de la gente, dice Mercedes; “quién sabe” si será verdad todo lo que cuentan. Porque son muchos ahora los que creen haber tenido delante de las narices repetidas llamadas de auxilio de quien –por pudor, apuntan todos los indicios– no iba nunca a confesar abiertamente su calvario.

Diecinueve más

Al mismo tiempo que Paco y Mercedes contaban todo esto, un grupo de Stop Desahucios llevaba a cabo la primera de las dos protestas programadas con motivo del aniversario de Domingo, unos metros más allá, en la sede de la Caja Rural de la conocida Plaza de las Palomas. “Seguimos luchando y cada vez somos más, y no vamos a parar hasta que vivamos en un país donde todo el mundo tenga una vivienda digna (…) Donde la vivienda sea un derecho garantizado (…) Donde no exista ni una sola vivienda vacía”, podía leerse en la octavilla repartida a los transeúntes.

Recordando a Domingo, pero también “a Manuel, vecino de Burjassot (Valencia) que el mismo día que Domingo dio un beso a su hijo y se arrojó por la ventana cuando llamó al timbre la comisión judicial. Y a Amaia, de Barakaldo. Y a Francisco, de Córdoba. Y a Amparo, de Madrid…”.

Pepe, el de la tienda de golosinas, se maliciaba hace un año que no sería Domingo la última víctima de las leyes hipotecarias vigentes. Lamentablemente, acertó: han sido diecinueve, según los datos manejados por la plataforma 15-M, los muertos directamente relacionados con los desahucios hasta la fecha.

La segunda protesta de este viernes en La Chana precedió a la misa que en honor a Domingo se dijo a las 19.30 horas en la parroquia de Santa María Micaela, con la asistencia, como hace un año, de todo el barrio. A esa misma hora también podía oírse, en la televisión de algún bar cercano, el discurso del Príncipe de Asturias desde Oviedo. Acertando absolutamente: “…Los hombres y mujeres de España han demostrado una capacidad de sacrificio fuera de toda duda”.una capacidad de sacrificio

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