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No todos los cuerpos reciben igual de bien la primavera. Mientras algunos disfrutan de las largas horas de sol, el verdor de los campos, las nuevas camadas de animales salvajes y las flores, otros se vuelven completamente locos. Se trata de la alergia primaveral, una reacción errónea y excesiva de su organismo que incluye picor de ojos, moqueo, congestión… y en algunos casos más llamativos un espanto absoluto hacia los cambios políticos de España tras el último ciclo electoral.
Desde el 15M hasta los comicios electorales de mayo y diciembre, las semillas plantadas en las plazas han ido creciendo con diferentes formas: plataformas de afectados por la hipoteca, mareas, asociaciones políticas de lo más diverso y, por supuesto, Podemos y plataformas ciudadanas de cambio que se presentaron a las pasadas elecciones. Todas estas “flores” han sido demasiadas para las invernales sensibilidades de ciertos sectores de la sociedad que empiezan a protagonizar unas reacciones de lo más severas ante las provocaciones más nimias.
Pongamos como ejemplo un alérgeno clásico entre estos hipersensibles políticos: el cuerpo humano. Puede ir desde una cabellera arreglada en rastas, demasiado exótica para sus ilustres ojos, hasta torsos semidesnudos en espacios sacros (fuera de las pinturas y esculturas de éstos que, desde el siglo XVI, son prácticamente un elogio a la desnudez). No voy a exagerar, en ambos casos las personas que habitan esos cuerpos los han utilizado para escandalizar, o, por lo menos, para despertar alguna reacción. Más allá de decir que cualquiera que pase un mal rato viendo rastas o sujetadores se merece el disgusto que se lleva, convertir un peinado, una protesta en una capilla o una obra teatral en el centro mediático del país entero es, claramente, una reacción exagerada, pero no tan improductiva como pudiera parecer a primera vista.
Dejando de lado los juegos de palabras, estas pataletas representan, por un lado, el constante uso de cortinas de humo que llevamos aguantando desde diciembre (que si hay un bebé en el Congreso, que si los Reyes Magos no visten al gusto de la nobleza madrileña…) y, por otro, la batalla cultural que han puesto en marcha sectores conservadores para frenar ese proceso de “seducción” de la nueva política.
En el momento en el que se fragua la Gran Coalición de la austeridad, seguimos perdiendo afiliados a la seguridad social y la precariedad se instala como modelo laboral, aguirristas y secuaces nos tienen defendiéndonos de bandas terroristas imaginarias, sujetadores de lo más sosos, bebés, rastas y otras amenazas del imaginario moral conservador. La más que amenazada legitimidad del PP y la utilidad de un PSOE descafeinado ahora buscan encontrar la salvación en las trincheras de lo “correcto”. Sólo cabe preguntarse si a estas alturas, sabrán lo que es correcto para la mayoría de la ciudadanía.
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