El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon.
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Recorro todas las habitaciones y las puertas de mis recuerdos siguen abiertas. Acabo de llamar al timbre y el periquito, que es el alma externa de Diana, me da la bienvenida tras su paseo ritual por el rellano. No olvida sonreírme, pero vuelve, siempre lo hace, al reposo de Diana. Recorro los despachos, el piano que tantas veces acariciamos y bailamos y los disfraces que me esperan en forma y colores que no quiero ser, pero seré. Es un poco tarde y Emilio nos dice que es la última vez que nos enrolla en las colchonetas y nos lanza pasillo abajo, como si lanzara barcos de papel al océano de nuestros anhelos.
Le suplicamos que una vez más, una más por favor, coreamos las niñas, y Emilio acepta y mientras rodamos cada una de nosotras es pozo y letargo; estío, clase sin exámenes, tibieza dulce de los sueños de papá. Luego todo se vuelve sordo y nosotras nos apagamos dulces, mientras ellos, los padres, hablan de ese Aragón que ha sido nada durante años y que tiene que empezar a respirar, a brillar, a renacer y la política, su política, crece, porque crece desde un conocimiento impecable de la historia, un amor casi amante por Aragón, hablan de socialismo y Aragón despierta poco a poco en sus manos y en sus pupilas y poco a poco se hace más y más fuerte en la furia de sus palabras sabias.
Vuelve la luz y amanece la cultura y los abrazos y las risas, que a nosotras es lo que más nos gusta, lo que más nos divierte hasta la carcajada final. Y tan pronto se canta una ranchera, como se impone Bella Ciao, la querida peña Forca con nieve, o dedicamos versos a todos los poetas del mundo: Ana. Diana. Paula. Elena. Laura. María. Ofeli. Violeta. Anica. Ángela…. Y tantas y tantas otras, niñas de oro que saltan por las aceras de una ciudad, Zaragoza, que es casi suya, porque aunque el Paseo de la Constitución se llame Marina Morena y la Plaza de los Sitios lleve el nombre de José Antonio, ellas son libres y hacen escultura con las lunas de las noches que son sus años y presente, y cada día son más las cosas que les sorprenden y de las que aprenden: ellas miran hacia adelante y son veloces como el viento que las empuja, porque detrás están ellos, que las animan a ser personas, a devolver en susurros los adioses a los que todavía no se han enfrentado, porque donde ellos hacen lucha, ellas ven luz de porvenir y futuro, ven ojos dispuestos al riesgo, manos que se alzan para que todo sea más bello, más fraternal y solidario. Más Zaragoza que las mece y arrulla.
Franco murió, pero Diana también se fue y de golpe todo se volvió más triste y ellas, las niñas, fueron creciendo entre esquinas de polvo, miradas de espera y en cada vuelo fueron soltando plumas para llegar más alto, más lejos, para gritarle al viento que lo vivido no se roba, ni se caricaturiza; que lo vivido es morada de recuerdos, sabiduría y calma; es el colchón que no se corrompe, la rosa que no se mustia. Es tarde, la casa está ajena a los ruidos, y Emilio nos dice que tenemos que pintar la libertad y nosotras la pintamos porque él, ellos, nos han hecho libres desde nuestros primeros años, cuando evitaron que la roca saltara en pedazos al mirarnos frente a frente.
Gracias en nombre de esas niñas que somos nosotras.
(Texto en recuerdo de Emilio Gastón, Diana Gastón Nicolás y José Antonio Labordeta, con motivo de las palabras poéticas que el martes, 30 de enero, dedicamos al nubepensador, al hombre bueno. A Emilio Gastón)