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Hay famas efímeras y las hay que, aunque su color vaya mutando, se mantienen en el tiempo y hoy, a pesar del título que he decidido, no hablaré de política, si bien diré que en el mar de las banderas quien siempre sale maltrecha es la propia política, porque se la ruboriza impúdicamente, se la demoniza y todo al final se convierte en una trampa mortal, donde las palabras son columpiadas para acabar siendo nada.
Mañana es 19 de septiembre y se cumplirán cinco años de la muerte de una de las personas que más he amado y más cosas me ha enseñado: él me trajo a Rilke, Bodelaire, Gorki y miles de palabras en eslabones de casi perfecta comunión. También en ratos muertos y, mientras mirábamos ponerse el sol tras aquella montaña, murmuraba –lo hacía para que yo lo escuchara- y en esos murmullos repetía: “Uno es político desde que nace hasta que muere, desde que se levanta hasta que se acuesta; sin embargo, no todos los políticos son hombres, pero sí que todos los hombres son políticos”. Entonces el sol se escondía y cada uno se quedaba cerrado en sus pensamientos y yo sabía lo que él estaba pensando, lo que él nunca pensó es que yo estaba pensando en él. Él no pensaba en la fama, nunca la consideró siquiera, pensaba en que mañana volvería a salir el sol. Así de hermoso.