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Anchor Oyster Bar es una pequeña marisquería que abrió sus puertas en 1977 en Castro, San Francisco. En realidad, es tan pequeña que solo se pueden sentar veinticinco comensales, contando los ocho taburetes del mostrador. El menú es sencillo e incluye, además de ostras, sopas, cócteles y hamburguesas de marisco y pasteles de cangrejo.
Está siempre lleno y no es fácil conseguir un hueco para comer. No admiten reservas. Al único que le reservan un espacio en la barra cerca de la cocina es a John, un veterano que pasa de los ochenta y que acude al restaurante todos los viernes a las cinco de la tarde desde hace 22 años. Últimamente no es muy puntual y le preocupa perder su sitio en la barra. Todavía conduce su coche: “Hay mucho tráfico en San Francisco y a veces llego tarde”. Nada más sentarse le sirven pan y aceite, en lugar de la mantequilla que ofrecen al resto de los clientes porque hace tiempo que el médico le prohibió comer grasas.
John recuerda que su padre en la década de los treinta pasó un año en España. Una de las cosas que más le llamó la atención de los españoles fue que cada vez que entraba en un sitio donde había gente comiendo para ofrecerle probar su comida le decían: “¿Gusta?”.
“Eso en Estados Unidos no lo hacemos, no ofrecemos nuestra comida”, explica John con tristeza. Después, antes de comenzar a comer el pescado de todos los viernes, pregunta en español a sus compañeros de barra: “¿Gusta?”.
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