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Me quedé escuchando la lluvia, porque era lo único que se podía oír. Azotaba suavemente los cristales y mi rostro, y por un instante la sentí viva y me golpeó como golpea el viento cuando me encuentra en la trasera de cualquier esquina. Mi alma estaba muda y solo deseaba que pasara esa hora y olvidarla, borrar su rostro y su mueca, porque yo sabía, me lo enseñó siendo niña una muñeca de barro y olvido, que las cosas que pensamos importantes no lo son más que aquellas que nos parecen simple decoración imperfecta y casi innecesaria. Tú te habías convertido en parte de esa decoración que el mundo reconoce imperfecta e innecesaria y yo te nombraba en el ocaso de los días, pero nadie quería saber nada de ti, porque el mal es más intenso y fuerte y porque ya solo se admira aquello que se teme, aquello que escenifica su fuerza con el recuerdo grosero del peor de los recuerdos.
Me escribiste en una tarde de otoño y me dijiste que el futuro es una niebla que desdibuja el río de nuestra infancia y que el mañana ya no sabe a nosotros cuando los vislumbras. Andaba leyendo a Fitzgerald y dejé el libro abierto por la página 132: “Yo creo que mi historia es mejor que la que teníamos. La he cambiado. He aprendido mucho desde que emprendí este viaje. La historia se llama Viajar Juntos. Ahora es algo más que una historia sobre vagabundos. Es una historia de amor”. Te lo mandé a través de las palabras que no usábamos y no sé si te llegó, no sé. La lluvia arreciaba y en la televisión había mucho ruido, mucha palabra indecente y alguien me dijo que no escribiera eso, que sonaba triste y que ahora tocaba reír, mentir, usar, odiar, traicionar. Reír. Reír. Y la mueca de la mueca se instaló en todos los despachos, en todos los sillones, en todos los lugares vacíos que estaban llenos de eso de lo que tú andabas huyendo. Y la lluvia se detuvo y desde mi ventaba sobre el infinito, en la certeza de la tarde que se borra, me dispuse a viajar a lugares imaginados, buscados, imposibles. Quizá en alguno de ellos te encontrara sereno y valiente; imperfecto y completo. El viento volvió a golpearme y quedé desvanecida sobre el suelo de tu recuerdo.
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