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“Tío Zambombo”, un baturro en la Zaragoza del desarrollismo

Dos viñetas del "Tío Zambombo".

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La imagen del baturro escabullido y satisfecho ha sido un reclamo publicitario muy presente en el paisaje urbano de Zaragoza. Bares, restaurantes o tiendas de souvenirs, lo exhiben como mensaje de honradez del establecimiento. Su popularización moderna tiene un nombre propio que merece recordarse.

José Cerdá aprendió a dibujar sobre el volante de un taxi. Las pausas a la espera de clientes se convirtieron en prácticas de una vocación temprana. No eran buenos tiempos para pintar santos, pero José sabrá buscarse la vida. Tener veinte años en mitad de una posguerra convalida varias asignaturas de madurez. A principios de los cincuenta comienza a ilustrar anuncios al calor de un negocio publicitario al alza. Su fichaje por “Amanecer”, diario de Falange en Zaragoza, le asentará en la profesión.

Su firma fue pronto sinónimo de calidad. Prueba de ello, los reclamos del propio periódico: “Confíe sus campañas a Amanecer. Con dibujos de Cerdá.” En una época en que la fotografía no colmaba aún las ilustraciones en prensa, sus diseños impactaban por el trazo vigoroso y un hábil juego de sombras y blancos que permitía destacar el producto. En octubre de 1950 firma varias historietas a toda página, demostrando así su capacidad de todo terreno. Era el inicio del humorista gráfico.

Los gigantes de la Audiencia quieren vivir la vida

El cuatro de noviembre de 1954 aparecía en la portada de “Amanecer” la primera viñeta de “Mendo y Bruto”, los gigantones que desde el siglo XVI flanquean la puerta de la Audiencia Provincial de Zaragoza. Los protagonistas se presentaban en las páginas interiores del diario: “llevamos siglos allí sin poder intervenir en la vida común de las gentes, sin ir al cine, ni al futbol, sin subir al tranvía.” Mendo y Bruto lamentaban su “aburrimiento” y reivindicaban participar en una sociedad que barruntaba cambios.

No duró demasiado la aventura de estos gigantes. El 18 de febrero de 1955 volvían a sus peanas de la Audiencia para ser sustituidos por “La Usebia y el Zequiel”, una pareja de baturros cuyo matrimonio con los lectores duró aún menos. El 19 de abril de 1955 regresaban de nuevo “Mendo y Bruto”, pero un mes después hacían su última aparición.

Las tiras de “Mendo y Bruto” retratan una ciudad en transformación, no siempre cómoda, de sucias calles en obras, reflejo de los cambios urbanísticos. Es a la hora de plasmar el aspecto arquitectónico de Zaragoza donde Cerdá muestra su pericia para abordar espacios y perspectivas. Tal sucede en el chiste titulado “Plaza del Pilar” en el que afea con ironía el gigantismo de la explanada de las Catedrales. Pese a todo, la dirección del periódico no lograba conectar con el público. Hacía falta un personaje de carácter y espaldas anchas para soportar con humor los vaivenes de una sociedad que apenas salía del pan negro y ya se enfrentaba a la letra de cambio.

Nace el Tío Zambombo

Entre las década de los treinta y cincuenta, Zaragoza había aumentado en más de 130.000 habitantes, la mayoría procedentes de zonas rurales. En 1964 el crítico Horno Liria apuntaba que tal oleada había impuesto su criterio en el rumbo y en el tono de toda la ciudad”, poniendo de relieve “el predominio de la industria sobre la agricultura, de la modernidad sobre la tradición”. Sin ser tan optimistas, lo cierto es que a la altura de 1955 España había superado la renta per cápita de 1935. La sociedad consumista esperaba a la vuelta de la esquina.

En este ambiente nace el “Tío Zambombo”, idea del director de “Amanecer”, como confesará Cerdá en una entrevista de 1974. Nuestro dibujante aportaría la ilustración y el pie del chiste, pero en ocasiones, añade, “el director me cambiaba el pie.” Así, en la portada del 22 de noviembre de 1955 aparecía por primera vez un baturro carrilleno, cejijunto y con panza de tonel. No sería sino hasta la edición del día siguiente que vinieron a bautizarle con el nombre por el que sería conocido hasta el 3 de noviembre de 1956, fecha en la que aparece por última vez. Un año bastó para dar a conocer un personaje cuya fama aumentaría al convertirse en el primer “Tragachicos” de Zaragoza a principios de los sesenta.

Desde las viñetas de Teodoro Gascón, hasta las que publicó Ramón Acín a principios de los años veinte del pasado siglo, el matraco ocurrente constituía un tipo arraigado del costumbrismo aragonés. Durante el franquismo esta imagen se vulgarizó todavía más, alcanzando tal difusión que se hoy la percibimos como síntesis de las contradicciones entre un pretendido desarrollismo y el testarudo atraso nacional.

Lo que dotó de personalidad y reconocimiento al “Tío Zambombo” fue un diseño contextualizado y enmarcado en un fondo urbano reconocible, con una crítica, si no política sí de cierto regusto social. El personaje reflejaba la conciencia de pérdida de lo popular ante el empuje de la modernidad y lo hacía a través de una mirada desconfiada que supo recoger el espíritu de las viejas coplas de Alberto Casañal: “Si te abajas del monte pa dir a la ceudá / no creas, ni por pienso, lo que veas allá”.

Baturrismo urbano

El Tío Zambombo se presenta a sus lectores ataviado con los más dispares atuendos, adaptándose a la trama del chiste. Con ropas de labrador o enfundado en elegante traje de solapa ancha, el cambio de indumentaria con que aparece en escena refleja la movediza frontera entre viejas y nuevas costumbres. Prueba de ese estilismo lo hallamos en viñetas como “Hablando de toros” (https://gabinetedecuriosidadesblog.files.wordpress.com/2020/11/hablando-de-toros-15_06_1956.jpg) donde se aprecia además el buen pulso de Cerdá para jugar con los volúmenes y el movimiento.

El temperamento del personaje responde al natural del baturro: “de habla y modales rudos (…) gracioso sin pretenderlo, porque es una innata agudeza la que inspira sus palabras y sus actos; franco hasta la exageración”, según lo definiera a finales del siglo XIX Francisco Aguado Arnal. Es fácil comprender que las clases populares llegaran a identificarse con un personaje de ascendencia rural y presunción de modernidad. Por lo demás, la sonrisa que arrancaba aquel gañán a los lectores ponía de manifiesto el oscuro deseo de éstos por escabullirse de su propia identidad.

Con tales aderezos, escoscado a veces en su aspecto y somarda siempre en la intención, el Tío Zambombo se va a enfrentar a los nuevos espacios de consumo en la ciudad.

Luces de la ciudad

Entre 1948 y 1957 se abrieron en Zaragoza numerosos bares, sala de fiesta y cafeterías: Royalty, Sukro, Pigalle, Las Vegas, Florida, Roma… Nombres exóticos que se convertirán en escaparate de la ciudad. Zambombo, personaje interclasista, rondará indistintamente por restaurantes de lujo como por tabernas de baja estofa. Esta apuesta por el ocio denotaba confianza en el futuro y, aunque no todos podían compartirla por igual, era síntoma de cierta relajación en las costumbres.

Lo mismo sucede con el cine. En 1953 Zaragoza disponía de un aforo total de 17.062 butacas, una por cada 16,7 habitantes. Salas como Rex, Coliseo, Palafox o Coso se inauguraron en aquella década con esmerados diseños. Un vistazo a la publicidad en la prensa permite comprobar el papel relevante de la industria del celuloide. Con los estrenos de películas extranjeras llegaron también nuevas pautas de comportamiento que confrontaban con las dominantes. Lo expresa Cerdá en una viñeta en la que Zambombo y su mujer contemplan en la gran pantalla un beso entre actores.

Zaragoza is different

No faltaron referencias al fútbol y los toros, espectáculos de masas que el Régimen fomentó como válvula de escape. De hecho, la información deportiva ocupaba en no pocas ocasiones la mitad de las páginas en los periódicos y se centraba, claro está, en el fútbol. Los chistes abordaban los resultados de un Real Zaragoza que por entonces militaba en Segunda División. A buen seguro que los aficionados de hoy entenderían las puyas de Zambombo hacia su equipo. La temática taurina disfrutaba asimismo de una presencia recurrente en numerosos chistes, lo que revela un gran interés popular hoy ya desaparecido.

El fenómeno incipiente del turismo también tuvo cabida en sus viñetas. Por ellas desfilan extranjeros a su paso por Zaragoza, o muestran a nuestro personaje en la playa, donde aparece junto al propio autor. Pero lo encontraremos igualmente tostándose la panza en las populares riberas del Ebro, la playa de los pobres. Su presencia en ambientes tan diferentes revela la capacidad de Zambombo para personificar ese contraste entre aspiraciones y realidad.

Crítica a las condiciones de vida

En 1954 el escritor falangista Waldo de Mier publica el libro “España cambia de piel” donde muestra una España “vital y dinámica”; un país que “va al fútbol, entra en los bares de la capital, no ya como un palurdo, sino como un habituado”. Esta visión impostada anticipaba el proyecto franquista de abrir el país al Capitalismo internacional. Lo que efectivamente sucedió en 1957.

No obstante, un sector del falangismo seguía fiel a ese amañado “obrerismo” de fachada social. El 20 de noviembre de 1956 José Luis Arrese, Secretario General del Movimiento, intervenía en Radio Nacional para clamar contra la España “estomacal”: “¡No queremos una patria de letras de cambio!” Un diario falangista como “Amanecer” no podía permanecer ajeno a este pulso político.

Cuenta Enrique Rubio, dibujante predecesor de Cerdá en “Amanecer”, que la dirección del periódico le propuso hacer un chiste diario “metiendo caña”. Sólo así puede entenderse la tolerancia hacia ciertas ocurrencias de Zambombo en las que critica el encarecimiento de la vida, la mala calidad de algunos productos, la escasez de vivienda o las deficiencias en el transporte. Algunos chistes tienen incluso la osadía de ilustrar la “acción directa”, como el que muestra a nuestro personaje empalmando la corriente eléctrica a la toma general. Quejas domésticas que, con la complicidad del lector, esconden no sólo un malestar más profundo en las capas populares, sino a la vez una lucha entre facciones políticas ante los cambios que se avecinaban.

En este enlace les dejo más viñetas.

Un currante artista

Este fresco que nos muestra los inicios de aquel lejano “desarrollismo” en Zaragoza se lo debemos a José Cerdá, un artista al que nunca le agradó tal término. Siempre se consideró un currante a destajo, ejerciendo eso que hoy llaman “reinventarse”. Ya dijimos que José supo siempre buscarse la vida. Y vivirla. Su trayectoria profesional y vital, larga y fértil, abarca numerosas facetas que podemos conocer a través de la muestra que se expone en la Sala Paraninfo. No duden en acudir, conocerán al Tío Zambombo, a una Zaragoza desaparecida y a un trabajador del arte llamado José Cerdá.

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