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Peligros de la empatía amateur

Imagen de archivo de un colchón

Mariano Gistaín

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Sé que escribir esto es un lujo: es hablar de casos ajenos, como los que se publican a diario. Pero se me han caído las defensas, así que simplemente lo digo, lo escribo, para exorcizar este dolor inesperado contra el que me creía invulnerable. 

Los abusos que me cuentan personas a las que acabo de conocer me están matando. Por circunstancias de la vida he escuchado varios testimonios y ahora no puedo dormir. Me digo que mucha gente no puede dormir, los somníferos son primera necesidad, España es campeona de consumo de somníferos… no deberían llevar IVA. Pero eso no me consuela. 

Pensaba que, como otras contrariedades de la vida, esta la llevaría bien y podría ir soportando lo que cayera. De hecho eso es la vida, ir haciendo callo, a veces el callo ha de ser de hormigón... y al final eres una piedra. Y eso hacía. El blindaje, mal que bien, funcionaba. O eso creía. 

Creía que nada de eso me afectaba y que podía verlo como una película que cuando se acaba se olvida. Pero no puedo más, y por eso lo escribo, a ver si al mencionar el horror se diluye o se disipa la angustia que se sigue expandiendo como bombas de racimo de efecto retardado. No sé ni lo que digo.

No es fácil darse cuenta de que uno está hecho polvo, que ha pasado algo que le ha roto por dentro y por fuera. La verdad es que hasta hace un rato pensaba que era de titanio, un superhéroe pasivo que, al menos, podía escuchar y asentir… y guardar silencio. O fingir que escuchaba. Hacer como si no pasara nada. Y tratar de olvidar. Me como esta historia atroz, la engullo, la reciclo en carne de mi carne o la devuelvo al mundo en forma de un relato kafkiano o de Lovecraft. Todo se aprovecha, economía circular. Y a seguir. 

En este caso, dentro de lo difícil que es todo, eso he hecho. Me doy cuenta de que para escuchar ciertas abominaciones me he puesto en modo gusano bola –esto no va conmigo– y las balas, hasta ahora, pasaban rozando, o las esquivaba como en Matrix… quizá a fuerza de no escuchar de verdad. Escuchar es jodido. 

Creía que era un bot insensible. Me decía que había soportado tantas cosas que podría sobrellevar esta serie de súbitas confidencias, pero ha sido demasiado... y me he venido abajo. Claro no voy a contar nada, solo digo esto que estoy diciendo en pleno shock a las cuatro de la mañana, como una terapia amateur de urgencia: que escuchar lo que sufrieron algunas personas en su infancia me ha matado. 

Lo que recibía hasta ahora venía de muy lejos, y quizá no le daba crédito: en el fondo, para sobrellevar este y otros terrores, algo activa un mecanismo de defensa automático. La homeostasis, la mera supervivencia del cuerpo, cortaba los accesos y pasaba a otras cosas. Este mecanismo, ahora lo veo, sirve o ha servido para bloquearlo todo, lo que me pasa a mí y lo que me cuentan o entra por otras vías. Algo amortiguaba los sucesivos impactos: lo que me convirtió en un zombi, un soma que ni sufre ni padece, pero que al menos podía ir tirando, como un sonámbulo que se mueve por entre las noticias horribles que ocurren muy lejos o quizá nunca llegaron a ocurrir. La desconfianza preventiva alejaba las fuentes de dolor. 

Eso ahora ha cambiado, las defensas no han funcionado y no puedo dormir. Cuando dormir era lo único que hacía bien hasta la fecha. Y tal como están –o estaban–, las cosas ya era bastante o demasiado. Dormir. 

Esta vez el horror se me ha metido dentro y voy a tener que admitirlo y renunciar a escuchar y a lo que yo pensaba que podría ser echar una mano con un coste bajísimo: una estatua escuchadora, un bot, aquella piedra. 

Ahora el horror se me ha metido dentro y estoy asumiendo que todo eso, de rebote pero de forma muy dolorosa, me ocurre a mí. Medio siglo después de que ocurrieran los hechos lo que me han contado, y sin haber conocido hasta hace poco a las víctimas, se me presentan, se ponen en pie. Tal es el poder del mal que se hace a un niño que mil años después, en otra civilización, emerge la pesadilla y elimina a otro que pasaba por allí.

He sido muy engreído: pensaba que podría ayudar y voy a tener que pedir ayuda, lo estoy haciendo al escribir este texto de madrugada, este un artículo de autoayuda en el sentido más primitivo, más básico. Es como si pidieran ayuda mis huesos para seguir fabricando calcio o el aire para existir. 

Por el mismo pensamiento mágico quiero creer que con una persona que lea estas líneas ya estaré semicurado, ya me habré arrancado el dolor que se me ha apoderado de cada célula y cada átomo. Y que podré volver a dormir un rato como si nunca hubiera escuchado nada. 

Así será.

Gracias por aguantar la monserga vicarísima, el horror derivado y la endeblez: la empatía amateur es letal, sobre todo cuando no tienes costumbre. 

Creo que de momento ha surtido efecto y voy a seguir tic tac tic tac como si tal cosa con el automático tic tac tic tac hasta que haga boom. Gracias. 

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