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Alquilar una taladradora en vez de un libro: Londres populariza la biblioteca de las cosas

Una taquilla de la biblioteca de las cosas con herramientas de bricolaje.

Ángeles Ródenas

Londres —

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Economía circular. Reutilización cotidiana. Menos residuos al medio ambiente.

Unas 5.000 personas acuden habitualmente a la biblioteca en Londres para alquilar una taladradora, una cámara térmica o una máquina de coser por un precio asequible y tiempo ilimitado. La biblioteca de las cosas (Library of Things) es un servicio de hasta 50 utensilios domésticos ofrecido principalmente en bibliotecas públicas, pero también en centros comunitarios y tiendas de reparaciones de la capital británica, que pretende hacer del préstamo una atractiva alternativa a la compra.

Los pasos apresurados de Miriam Rees recorren el vestíbulo de la biblioteca municipal hasta llegar al casillero de la biblioteca de las cosas. Toca la pantalla electrónica para introducir los datos de su pedido y espera a que la taquilla correspondiente se abra, liberando el utensilio doméstico reservado previamente.

La ventanilla permanece inmutable. Miriam se impacienta, llama al teléfono de atención al cliente y le resuelven el problema técnico de inmediato. Por diez libras al día, poco más de 11 euros, tiene una sierra de calar para reformar un armario de su casa. La operación, llamada incluida, se completa en cinco minutos.

Sale del centro encantada. “Me parece una idea estupenda. No quería comprar la herramienta y una amiga me habló de este servicio. Registrarme y reservar online fue muy fácil. Y he visto que tienen una escalera extensible, así que creo que la alquilaré para limpiar el exterior de las ventanas de mi casa”, dice antes de desaparecer por las calles de Dalston, un barrio de moda en el este de Londres donde Miriam lleva años viviendo.

Unos minutos antes de que entrara ella, el veinteañero Caspar Barnes sondeaba qué utensilios podrían servirle de ayuda en su nuevo hogar. Hay herramientas de bricolaje, de limpieza, de jardinería, pero también un par de proyectores –que llaman su atención–, una heladera o un sistema de sonido.

Los precios le parecen muy razonables: “El hecho de estar situado en un lugar público al que puedes acceder y usar directamente es muy práctico”, comenta. Para una iniciativa que pretende cambiar el modelo de consumo vigente, el acceso a los espacios de préstamos y facilidad del proceso es clave.

La idea no es nueva. Existen antecedentes en bibliotecas de juguetes que surgieron en Estados Unidos durante la Gran Depresión del siglo XX –en Reino Unido, la primera de este tipo fue creada en 1967 por una profesora y madre llamada Jill Norris, en un primer momento para que las familias los pudieran intercambiar y después para comprar juguetes demasiado caros para una sola familia–, y la primera biblioteca de herramientas, todavía disponible hoy, apareció en Grosse Pointe Farms, Michigan, en 1943, con la intención de ofrecer una formación a los jóvenes.

Reducir residuos

La biblioteca de las cosas es un proyecto de emprendimiento social cuya misión es reducir los residuos en el barrio y fomentar la participación ciudadana. Inspirado en los modelos de Berlín y Toronto, se puso en marcha en 2014 por tres emprendedoras que no habían cumplido la treintena: Rebecca Trevalyan, Emma Shaw y Sophia Wyatt.

Las dos primeras se conocieron en la universidad. Wyatt llegó a través de las redes sociales. “Un romance moderno”, bromea Shaw por email antes de añadir: “A las tres nos mueve la motivación de demostrar que se pueden hacer y desarrollar negocios de forma sostenible, en todos los sentidos de la palabra”.

En su caso, compartir en lugar de poseer objetos útiles pero que apenas se usan tiene los beneficios extra de ser más limpio y más económico. Según un estudio de la Fundación Ellen MacArthur, el 80% de los utensilios domésticos solo se usa una vez al mes. El coste del préstamo depende del precio del producto y la demanda de uso, pero es considerablemente más barato que alquilarlo a precio de mercado.

“En los últimos cinco años, nuestra iniciativa ha ido ganando relevancia. Las alternativas a los modelos de consumo tradicionales son el futuro. Necesitamos comprar menos cosas nuevas. Los grandes comercios están despertando a esta realidad también”, constata también por escrito Sophia Wyatt.  

Paradójicamente, el principal obstáculo al crecimiento de este tipo de modelo no es tanto la mentalidad como encontrar el tipo de inversión adecuada, “una que comparta nuestra forma holística de hacer negocios, no solo de generar beneficios”, aclara Shaw.

Cuando empezaron a buscar financiación se toparon con la rigidez de los inversores, cuya prioridad es maximizar los beneficios o el impacto social. Por ese motivo, optaron por el modelo de crowdfunding, que en su campaña más reciente incluía participaciones en la empresa “para democratizar la propiedad y la riqueza generada”, como ha señalado Trevalyan con anterioridad.

Más allá de Londres

Todo empezó con un grupo de amigos y vecinos que, inspirados por los modelos existentes en Berlín y Toronto, decidieron ponerlos a prueba en una sala cedida por la biblioteca de su barrio. El experimento duró tres meses, en los que la gente se acercaba a charlar, dar ideas y ayudar; les hizo darse cuenta de la importancia de los espacios comunitarios en la creación de tejido social.

Entre 2016 y 2017 lanzaron su primera campaña de crowdfunding, y con las 15.000 libras recaudadas (unos 17.000 euros) compraron dos contenedores marítimos donde probaron 400 objetos. La experiencia les ayudó a comprender que el poder de su propuesta residía en la capacidad de adaptarse a las necesidades de los residentes y en su función dinamizadora en los espacios comunitarios que ocupa. Un año después, buscaron el mismo tipo de financiación para empezar a multiplicar el modelo en bibliotecas y desarrollar un sistema informático que permitiera usar taquillas de autoservicio.  

La última campaña, que cerró en abril de 2022, recaudó 370.000 libras –unos 420.000 euros–, una cantidad que les ha permitido crear nuevas alianzas, replicar el modelo en un total de nueve centros comunitarios públicos y uno privado e instalar su primer servicio fuera de la capital británica en una tienda de reparaciones en Brighton. Han realizado 10.000 préstamos hasta la fecha.

Contar con tres mujeres en la dirección del proyecto tiene principalmente beneficios, afirma Shaw: “Nuestro equipo nos dice que en la empresa tenemos una cultura de apoyo y colaboración”. También han hecho un esfuerzo consciente por ofrecer utensilios con enfoque de género inclusivo, utilizando colores neutros, especialmente en los artículos de cocina y confección. En Dalston, una discreta promoción ofrece un 10% de descuento por Navidad.

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