¡Qué tremenda derrota! ¡Qué dolor contemplar el triunfo de los asesinos! Se saltan las lágrimas al observar a un pueblo ignominiosamente masacrado, a esos hombres, mujeres y niños asustados, aterrorizados, arrancados de su cuerpo y de su mente cualquier atisbo de dignidad, que sólo conservan fuerzas para esconderse del sádico que no deja de pegarles, balacearles, bombardearles o negarles hasta el pan y el agua, ahí te pudras, palestino piojoso. Vuelta desesperada a la casa destruida, al infierno de escombros. Claro que ha pasado a lo largo de la historia que los vencedores han sido unos canallas, pero ay, no aspiraban en su indignidad a que sus contemporáneos, y hasta la Historia, con mayúsculas, les consideraran unos ángeles de la armonía, unos logreros de la felicidad cuando no se había inventado el en tantas ocasiones delirante Nobel de la Paz, ya me dirán Kissinger, ya me dirán María Corina Machado.
Cuánta obscenidad, cuánta miseria en el espectáculo que contemplamos ayer, el monstruo Trump agasajado, besado, idolatrado, por una recua de salvajes con corbata, fanáticos y violentos y una ciudadanía carcomida por el odio. ¿Respiramos porque las bestias han frenado su acoso criminal? Respiramos, sí, pero abochornados, tristes y abatidos porque hemos consentido a Trump y Netanyahu, Netanyahu y Trump, llegar hasta esta aberración de tener, además, que agradecerles, postrados de rodillas, oh, seres generosos, que dejaran de asesinar. Más de setenta mil muertos, 20.000 de ellos niños. Algo nos consuela, claro que sí, que esos rehenes salvajemente secuestrados por Hamás hayan podido regresar a sus casas y los cientos de miles de palestinos se puedan echar un cazo de sopa al coleto. De vegades la pau no es mès que por, de vegades la pau fa gust de mort, nos cantó Raimon. Y, por cierto, como tengo el pelo blanco, puedo recomendarles que por ahora hablen de tregua, que la paz son palabras mayores.
Toda la vida hemos considerado un agresor despiadado al cazador Man, y una víctima a la mamá de Bambi. Dijo Borges: “Hay derrotas que tienen más dignidad que la victoria”. La del pueblo palestino, por ejemplo. Y la de todos quienes apoyaron esa causa justa, tanto por tierra como por agua. Vencidos, pero dignos. Desde aquí, el reconocimiento a todos los que salieron a la calle o se embarcaron en una flotilla para poner de manifiesto la vesania de un ejército atroz mandado por un loco sanguinario y apoyado, hasta el último suspiro, por un presidente norteamericano zafio y brutal.
Como debemos estar, hombro con hombro, con esas mujeres andaluzas que un sistema inhumano y unos políticos desalmados han dejado absolutamente desamparadas frente a ese terrible enemigo que se llama cáncer. El escándalo es mayúsculo y. como siempre ocurre en las comunidades regidas por el PP, la actuación del presidente ha pasado de negar la evidencia a quitarse el problema de encima y cargar las culpas en algún subordinado, en este caso la consejera de Sanidad, Rocío Hernández, que por otra parte bien ganado se tiene el cese, incompetencia junto a una falta de empatía verdaderamente indignante. Moreno Bonilla no nos ha ahorrado, como es obligado en su especie, la sarta de mentiras habituales y el intento, procaz, insultante, de tergiversar la realidad para que la responsabilidad recayera en los socialistas. Mentiroso Bonilla, como sus otros compañeros de filas. Mazón, en primer lugar, qué vergüenza diaria, qué aguante el de los valencianos, mientras este tipo desahogado, que aún tiene la desvergüenza de culpar a los organismos del Estado de su absoluta incompetencia y ausencia de responsabilidad política en esas bochornosas entrevistas basura que ha soltado en medios basura, léase el OKdiario de Eduardo Inda. Y, por supuesto, no nos olvidemos, Mañueco y los incendios, todo un despropósito y una enciclopedia de aquello que nunca debe hacer un gobierno: imprevisión, primero, ineficacia, después, las pulgas fuera, más tarde.
Hay que ver el tema del cribado de las mamografías. Quedémonos con el fondo del asunto, que es fácil perderse en la hojarasca y conviene, hagan caso a este Ojo de pelo blanco, fijarnos en que estos desastres nos llegan porque los gobernantes del PP, ciñámonos hoy a la tríada Moreno/Ayuso/Mañueco, pero fácilmente extensible al murciano López Miras o la extremeña Guardiola, agarrotados en las fauces de Vox, han decidido cargarse todo lo público para llenar los bolsillos de sus conmilitones, los grandes prebostes de los negocios privados, ya sea en sanidad, como ahora nos ocupa en Andalucía o Madrid, ya sea en educación, esas ignotas universidades privadas, ayunas de cualquier prestigio, en detrimento de las universidades públicas, ahogo desde el poder en los presupuestos, por no hablar de los colegios concertados y las sotanas soltando euros por los descosidos.
Nos queda, y ahora vamos a ello, todo lo que rodea a la polímata Isabel Díaz Ayuso. Polímata, sí. No sé si se han dado cuenta de que el Ojo tiene el pelo blanco. O muy entreverado, que todavía hay algún atisbo gris en la nube. En base a lo cual, o sea, porque sí, porque lo valgo, el Ojo ha decidido que a partir de hoy va a llamar polímata a Isabel Díaz Ayuso, sin que ello signifique que abandone su ya clásico reina del vermú. Una somera explicación. Polímata, RAE: “Del lat. mod. polymathes 'que sabe mucho', y este del gr. πολυμαθής polymathḗs. m. y f. Persona con grandes conocimientos en diversas materias científicas o humanísticas”. ¿Saben ustedes de alguien mejor que Isabel Díaz Ayuso que reúna en su grácil figura y mente poderosa mejores cualificaciones para merecer el sobrenombre? Ya saben que polímatas reconocidos fueron Aristóteles, Leonardo da Vinci o Isaac Newton. ¿Acaso Díaz Ayuso, ese verbo fluido, esa mente prodigiosa, tiene algo que envidiar a los susodichos?
Mucho que decir del asombroso mundo isabelino, mentira tras mentira, navajazo tras navajazo. Esas cosas, por ejemplo, que afectan a su pareja, cohabitante del ya famoso dúplex. ¿Qué parte no entendió el juez Hurtado de las palabras “rotundamente, no” que pronunció en su presencia el fiscal general del Estado, Álvaro García-Ortiz? ¿Qué apartado de toda la fullera declaración del comisionista Alberto González Amador no entendió el señor togado de aquello que hemos oído todos de claro que cometí el fraude, vino a decir el interesado, pero le encargué a Miguel Ángel Rodríguez que lo embrollara todo para tapar el asunto y que la mugre no tocara a la amada Isabel, quizá Eloísa, quizá Inés, quizá Julieta? ¿Cómo, se preguntarán ustedes en su inocencia, un servidor público, el jefe de gabinete de una presidenta autonómica, ejerce su labor a las órdenes del novio de su jefa, correveidile ilustre con sueldo que pagamos todos? Y háganos el favor de decirnos, supremo juez, por qué si todo el mundo entendió, porque él mismo lo reconoce, usted ni se inmutó ante el gravísimo hecho de que el gran asesor de Isabel, Eloísa, Inés o Julieta se había inventado un bulo tan grande como la catedral de la Almudena, ese adefesio tan querido por todos ellos. Puso el señor juez cara de palo ante la aberración, confesada, de que el individuo que dio inicio a esta vaina gigantesca mintió como un vulgar fulero y nada hizo para frenar el desaguisado. Porque justo en ese momento debió hacer aquello que cantaba Carlos Puebla: “Y llegó el comandante y mandó a parar”. Pues no. El magistrado tomó otro camino ante el elefante que se había aparecido en la sala: caló el chapeo, requirió la espada (contra el fiscal, añade el Ojo), miró al soslayo, fuese, y no hubo nada.
¡Ah, la lideresa! Si usted quiere abortar, tiene el cuajo de soltar a las madrileñas la señorita del pan pringao, váyase usted a otro sitio, que aquí, en mi Madrid no se aborta, porque se me pone en esta mirada perdida que me caracteriza. O sea, que no se me da la real gana. ¿Recuerdan Londres, cuando gobernaba nuestro admirado Francisco Franco y nos mandaban los curas? Pues eso. A rastras anda el pobre Feijóo, ánimo Alberto, que entre el pecho paloma de Abascal y la reina del vermú le llevan del arnés de una esquina a otra del cuadrilátero, púgil sonado al borde de la apoplejía. ¿Propone ahora hacer un registro de abortadores voluntarios? Payasada. Cumplan ustedes la ley, que tanto presumen de institucionales. Apenas si interesa la politiquería que puede guiar los pasos de la presidenta madrileña. Me preocupa más, mucho más, lo que significa de imposición desde su posición de fuerza, justo lo contrario de cualquier mente liberal. Es la regresión a unas normas anteriores a la democracia y, si me apuran, a la Constitución. Es trumpismo en vena, vuelo reaccionario hacia los tiempos de la dictadura.
Adenda. Tiene cada uno en su memoria particular el recuerdo de alguna derrota. Ha habido muchas y potentes imágenes en los últimos tiempos sin necesidad de irnos a siglos pretéritos, desde Samotracia a Breda. El puerto de Saigón, el aeropuerto de Kabul, los brazos cortados de los tutsis a manos de los hutus, las manos machacadas de Víctor Jara, las mujeres embarazadas arrojadas desde helicópteros por militares argentinos, los éxodos de los rohinyas, etcétera, etcétera. También el Ojo, que tiene el pelo blanco, como dijo aquel, guarda en su pequeño almario imágenes a sangre y fuego de injustas y desgraciadas derrotas. Ve, por ejemplo, a más de medio millón de personas, braceros del campo, carpinteros, maestros y catedráticos cargados de bolsas y hatillos, con sus hijos pequeños o sus abuelos, doloridos de cuerpo y de alma, arrastrándose allá en el año 1939 por las carreteras que atravesaban los Pirineos, huyendo de la barbarie franquista.
Aplica el Ojo el zoom a aquel tiempo y ve a Antonio Machado, exhausto en una modestísima casa en Colliure, Francia, acompañado sólo de su anciana madre, pobres como ratas, intentando vender su reloj, el único bien material que poseía para que ambos pudieran, simplemente, comprar comida y medicinas. Rendido y amargado por la derrota, Machado moría el 22 de febrero de 1939. Tenía 64 años. Tres días después fallecía su madre, Ana Ruiz Hernández, a los 84 años. Ese mismo mes, el vencedor, Francisco Franco, arribaespaña, aprobaba la Ley de Responsabilidades Políticas que intentaba tapar con un velo legal la salvaje represión contra los derrotados que ya se había desatado en todas las tierras de España. Jamás lo consiguió.
Antes de irnos, y como el Ojo tiene el pelo blanco, Isabel Díaz Ayuso, polímata eres tú.
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