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Sobre este blog

El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

Por qué amamos a los perros, nos comemos a los cerdos y nos vestimos con las vacas

Melanie Joy y la portada del libro

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Han pasado diez años desde que se publicó por primera vez Por qué amamos a los perros, y es un privilegio contribuir a esta nueva edición y reflexionar sobre los acontecimientos y las ideas que el libro ayudó a impulsar.

 

Un resumen muy breve de la década tras la publicación de Por qué amamos a los perros

Actualmente, Por qué amamos a los perros se ha publicado y está editado en 23 idiomas —algunas de sus ediciones son su­perventas e incluso han sido premiadas— y se considera una obra fundamental en el canon de la literatura sobre los derechos de los animales. Su publicación en 2010 me llevó a iniciar lo que acabaría convirtiéndose en una gira mundial de conferencias, que abarcó seis continentes y unos cincuenta países y atrajo la atención generalizada de los medios de comunicación, desde la BBC hasta la ABC Australia. Además, Por qué amamos a los perros contribuyó a que recibiera varios premios importantes, entre ellos el Premio Ahimsa, que se concedió en su momento a Nelson Mandela y al Dalái Lama.

El libro también sentó las bases de mi organización, Beyond Car­nism, una ONG internacional cuya misión es denunciar y transfor­mar el carnismo a nivel mundial. Uno de nuestros programas es el Centro para una Defensa Eficaz (CEA, por sus siglas en inglés), que dirigimos el estratega vegano Tobias Leenaert y yo, y cuyo propó­sito actual es aumentar el impacto de la defensa del veganismo en todo el mundo. Tobias y yo viajamos mucho, impartiendo formaciones y proporcionando otras formas de apoyo a los defensores del veganismo de diferentes países.

Por qué amamos a los perros también me allanó el camino para cofundar ProVeg International, una ONG de concienciación ali­mentaria con sede en Berlín (Alemania), donde finalmente me mudé para trabajar junto a (y casarme con) su director ejecutivo y cofun­dador, Sebastian Joy. La misión de ProVeg es reducir el consumo mundial de animales en un 50% para 2040.

Otros también han utilizado Por qué amamos a los perros como plataforma con la que examinar y cuestionar la psicología y la ideo­logía carnistas. Por ejemplo, varios sociólogos han tomado mi teoría del carnismo como base y la han probado empíricamente, desarro­llando instrumentos para evaluar su validez y entender el carnismo como una forma de prejuicio.

Por qué amamos a los perros no solo ayudó a lanzar una red mundial de defensores y aliados, sino que también sentó las bases para que yo pudiera desarrollar nuevas ideas que ampliaran y pro­fundizaran el análisis original.

 

Ampliando la teoría del carnismo: neocarnismo y defensas carnistas secundarias

Poco después de la publicación de Por qué amamos a los perros, empecé a extender mi teoría del carnismo. Dos de esas ampliaciones surgieron al constatar que, a medida que aumentaba la conciencia de la injusticia de la ganadería, crecía también la reacción en contra del veganismo.

En 2012, publiqué un artículo sobre lo que denominé neocar­nismo, nuevas formas de carnismo que habían surgido como parte de ese «contraataque carnista» y servían para reforzar un sistema que cada vez se cuestionaba más. Hay tres manifestaciones princi­pales del neocarnismo que proporcionan una justificación carnista destinada a socavar uno de los tres argumentos principales a favor del veganismo: el bienestar animal, la protección del medio ambiente y la salud. Cada neocarnismo también refuerza una de las tres «n» de la justificación —comer animales es normal, natural y necesario— y, por lo tanto, también fomenta el mito de que no comer animales es anormal, antinatural e innecesario.

El neocarnismo que yo llamo «carnismo compasivo» se expre­sa a través de la creencia de que es posible obtener carne, huevos y lácteos «sin crueldad»; y esta forma de neocarnismo refleja una reacción contra el argumento del bienestar animal a favor del ve­ganismo. Si el bienestar de los animales de granja fuese posible de verdad (que no lo es, dado el sistema actual, y que nunca lo podrá ser, dado que la propia existencia de animales de granja es en sí mis­ma antitética a su bienestar; los animales de granja se han creado por y para los humanos y se explotan por definición), entonces el veganismo ya no sería necesario. El carnismo compasivo refuerza el mito de que comer animales es normal y no comer animales es anormal. El veganismo, que los negocios ganaderos y otras institu­ciones presentan como algo extremo y radical, se yuxtapone con la carne, los huevos y los productos lácteos «sin crueldad», haciendo que el carnismo compasivo parezca la alternativa corriente (nor­mal) a ambos extremos: la brutalidad de la ganadería industrial y la práctica aparentemente radical del veganismo. De este modo, los carnistas pueden mantenerse dentro de la norma carnista y tranqui­lizar su conciencia creyendo que están consumiendo animales a los que supuestamente se ha tratado con amabilidad.

El neocarnismo que yo llamo «ecocarnismo» se expresa en gran medida a través de los movimientos locavore y, hasta cierto pun­to, foodie. El ecocarnismo enmarca la caza y la cría de los propios animales de abasto como algo natural y saludable, al tiempo que presenta el veganismo como una moda, una aberración de la vida moderna. A los veganos se les tacha de urbanitas y suburbanitas hipersensibles y remilgados, alejados de la verdadera fuente de sus alimentos y, por tanto, desconectados de la realidad.

El ecocarnismo refuerza el mito de que comer animales es na­tural y no comerlos es antinatural. Los defensores del ecocarnismo sostienen que para vivir y comer de forma saludable, tenemos que volver a la naturaleza —nuestra naturaleza humana y el mundo na­tural—, lo que incluye superar la reticencia a ensuciarnos las manos labrando la tierra y comiendo animales. El ecocarnismo glorifica nuestra historia omnívora, por la que estábamos mucho más distanciados y aparentemente más cómodos con la matanza de ani­males. Hay que recordar que, en otras épocas, nosotros también estábamos menos distanciados y más cómodos con la matanza de humanos —pensemos en los gladiadores romanos y las ejecu­ciones públicas—, pero no se nos anima a adoptar de nuevo estos comportamientos en la actualidad porque somos conscientes de que la empatía y la compasión son cualidades que debemos esforzarnos por cultivar, más que por dejar atrás.

Por último, el neocarnismo que yo llamo «biocarnismo» es una manifestación de la reacción contra el argumento de la salud a favor del veganismo. Este neocarnismo puede verse a través de modas como las dietas paleo o keto, y sostiene los mitos de que comer ani­males es necesario y no comer animales es innecesario.

Analizar la reacción carnista también me permitió descubrir que no había uno, sino dos tipos de defensas carnistas, y en 2013 escribí un artículo sobre este fenómeno. Me di cuenta de que el carnismo (y, por extensión, otros sistemas opresivos) solo puede persistir si sigue siendo más fuerte que el contrasistema que lo cuestiona, y que las defensas carnistas debían, por tanto, alcanzar dos fines: tenían que validar el carnismo, por un lado, e invalidar el veganismo, por otro. Me refiero a las defensas que persiguen el primer fin como «defensas primarias» y a las que persiguen el segundo como «de­fensas secundarias».

Las defensas secundarias invalidan el veganismo de tres mane­ras: desautorizando la ideología vegana, el movimiento vegano y a los veganos. Las defensas secundarias invalidan la ideología vegana sugiriendo, por ejemplo, que el veganismo es anormal, antinatural e innecesario. Invalidan el movimiento vegano sugiriendo, por ejem­plo, que no existe ningún movimiento (que el veganismo no es más que una «moda»). E invalidan a los veganos en gran parte median­te la promulgación de estereotipos inexactos y negativos que hacen que los consumidores de carne —o los no veganos— se sientan a la defensiva contra la información que comparten los veganos: si dispa­ramos al mensajero, no tenemos que tomarnos en serio las implica­ciones de su mensaje. Por ejemplo, a menudo se retrata a los veganos como gente muy sentimental, demasiado emotiva y amante de los animales. Si alguien es excesivamente emotivo, por definición, no es racional, y las personas que no son racionales no merecen ser escu­chadas. (Por supuesto, la tristeza y la rabia son respuestas legítimas y saludables a la atrocidad que es el carnismo; mucho más preocu­pante es la apatía epidémica que es una consecuencia inevitable de la «zombificación carnística» generalizada.) Por desgracia, hay una lar­ga lista de estereotipos antiveganos que hacen que la gente se resista a la misma información que les liberaría de la caja carnista en la que ni siquiera se dan cuenta de que están, y las defensas secundarias tra­bajan para garantizar que dichos estereotipos permanezcan intactos.

 

Más allá del carnismo: alfabetización relacional y jerarquía de poder

Durante mis charlas y formaciones, empecé a notar un patrón que me inquietaba. Varios asistentes veganos contaban historias simila­res: después de hacerse veganos, sus relaciones y comunicaciones con los no veganos habían empezado a deteriorarse. Estas historias eran también el tema de innumerables correos electrónicos y men­sajes de Facebook que recibía. Estaba claro que los veganos (a veces también los vegetarianos, e incluso, los consumidores de carne que interactuaban con vegetarianos o veganos) necesitaban consejos so­bre cómo gestionar sus relaciones y diálogos interideológicos, que se habían convertido en algo plagado de problemas.

Estas historias me entristecieron personalmente, así como la pa­radoja de que vivamos en un mundo en el que ser íntegro pueda conllevar la pérdida de las personas que apreciamos. También me sentía frustrada; había trabajado como terapeuta durante varios años y sabía que gran parte del sufrimiento que presenciaba era evi­table y reversible con las herramientas adecuadas.

Me di cuenta de que la falta de comunicación y los problemas en las relaciones les estaba pasando una factura tremenda a los veganos y, por lo tanto, también al movimiento vegano en su conjunto. De hecho, hay estudios que han demostrado que a las personas que tienen unas relaciones satisfactorias les va mejor en casi todos los ámbitos de la vida: viven más años, están más sanas, son más felices y tienen un mayor éxito profesional. Así pues, imaginé el impacto que tendría en los veganos no solo la ausencia de tales relaciones, sino la presencia de unas relaciones deterioradas. Ese movimiento que tanta ayuda necesitaba estaba perdiendo energía.

Habían pasado siete años desde la publicación de Por qué ama­mos a los perros, y me había prometido a mí misma que ese sería mi último libro. Sin embargo, me encontraba en una posición úni­ca para escribir sobre el tema de las relaciones y la comunicación entre veganos y no veganos, ya que era psicóloga, terapeuta es­pecializada en relaciones y defensora de los veganos desde hacía mucho tiempo. Y así fue como me volqué en escribir un nuevo libro, haciendo una inmersión profunda en toda aquella investiga­ción relevante que pude encontrar y, a continuación, analizando y desgranando lo que parecía una cantidad ingente de información, sintetizándola finalmente con mis propias teorías y percepciones. El resultado fue Beyond Beliefs: A Guide to Improving Relation­ships and Communication Among Vegans, Vegetarians, and Meat Eaters (Más allá de las creencias. Una guía para mejorar las relacio­nes y la comunicación entre veganos, vegetarianos y consumidores de carne).

En el libro, presento un concepto al que me refiero como «resi­liencia de la relación», un modelo de relaciones sanas, y adapto este enfoque específicamente para las personas que tienen relaciones en las que uno de los integrantes, por lo menos, es vegano (o vegeta­riano). Hablo de ideas como que el carnismo es un intruso invisible en las relaciones «vegano/no vegano», que triangula y distorsiona las percepciones de ambas partes; y cómo la traumatización que experimentan muchos veganos al presenciar el sufrimiento animal puede hacer que se desconecten inconscientemente tanto de los no veganos como de otros veganos.

Escribir Beyond Beliefs desató una profusión de pensamientos reprimidos, que desencadenó un proceso de análisis y generó nue­vas ideas, que luego justificaron la escritura de otros libros. Así que, tras varios años prácticamente sin escribir, de repente me encontré incapaz de parar.

En Beyond Beliefs había incluido un capítulo en que abordaba una nueva teoría que había estado desarrollando sobre la dinámica del poder relacional y la psicología de la opresión. Al final, vi que el capítulo no encajaba en el libro y decidí suprimirlo.

Con el tiempo, este capítulo evolucionó y se convirtió en su pro­pio libro: Powerarchy: Understanding the Psychology of Oppression for Social Transformation (Jerarquía de poder. Comprender la psi­cología de la opresión para la transformación social).

En Powerarchy, propongo que la opresión (y también el maltra­to, que es básicamente una opresión a menor escala no institucio­nalizada) refleja y refuerza la disfunción relacional, una disfunción en cómo nos relacionamos: como grupos sociales, como individuos con otros seres humanos y no humanos, y con el medio ambien­te… y hasta con nosotros mismos. Todos los sistemas opresivos y de maltrato (como el sexismo, el carnismo o una relación de mal­trato) reflejan la misma mentalidad esencial y comparten la misma estructura básica: son sistemas relacionalmente disfuncionales o no relacionales. Los sistemas no relacionales se basan en la creencia en una jerarquía de valor moral —que algunos individuos o grupos son más dignos de consideración moral que otros— y están estructura­dos para crear y mantener desequilibrios de poder injustos. Dichos sistemas nos condicionan para pensar y actuar de formas que son antitéticas a las relaciones sanas: nos enseñan a atentar contra nues­tra integridad (no practicamos la justicia ni la compasión) y a dañar la dignidad de los demás, lo que provoca una desconexión entre nosotros y los demás, y también en nuestro interior. Si imaginamos las opresiones como los radios de una rueda, la jerarquía del poder sería el eje. Es el metasistema de la opresión.

En Powerarchy, deconstruyo el sistema y esbozo su estructura defensiva de una forma parecida a Por qué amamos a los perros, pero incorporando más características y análisis. También sugiero herra­mientas para la transformación, sobre todo el desarrollo de lo que yo llamo alfabetización relacional —la capacidad de comprender y poner en práctica formas de relacionarse— que es el tema central del siguiente libro que escribí.

Siempre había imaginado reelaborar el manuscrito que se convir­tió en Beyond Belief en un libro para un público general, porque la disfunción relacional afecta a todo el mundo, y el sufrimiento que causa es en gran medida evitable y tratable con la información y las herramientas adecuadas. Después de haber asesorado a innumerables personas que luchaban con sus relaciones sentimentales, la dinámica familiar y el liderazgo, hacía tiempo que deseaba un libro que pudie­ra orientarles y que abarcara todos los enfoques relevantes de la salud relacional: una «guía única» que también incluyera un enfoque sobre cómo los sistemas de opresión repercuten inevitable pero profunda­mente en las relaciones. Y durante mi inmersión en la investigación y la teorización para Beyond Beliefs y Powerarchy, me di cuenta del papel esencial que desempeña el desarrollo de la alfabetización rela­cional en el fomento de una transformación social genuina y durade­ra. De hecho, si nuestro nivel colectivo de alfabetización relacional no fuera tan bajo —si no viviéramos en la Edad Media de las relaciones— no me cabe duda de que reconoceríamos a los líderes, las políticas y las prácticas tóxicas y no relacionales, y les retiraríamos nuestro apoyo. El mundo sería un lugar radicalmente distinto.

La buena noticia es que los mismos principios y herramientas que conforman las relaciones interpersonales sanas fundamentan también todo tipo de relaciones. Así pues, las personas que apren­den a mejorar sus relaciones interpersonales son invariablemente más capaces de mejorar su forma de relacionarse en general. En otras palabras, cuando alguien aprende a ser más consciente, au­toconsciente, empático y comprometido a practicar la integridad hacia su familia, amigos y compañeros (y comprende las formas en que los sistemas de opresión los condicionan para desconectarse de sus pensamientos y sentimientos auténticos), está mejor preparado para tratar a los demás, también a otros animales, con más respeto y para crear un mundo más compasivo para todos los seres. Mi libro Getting Relationships Right: How to Build Resilience and Thrive in Life, Love, and Work (Mantener buenas relaciones. Cómo desa­rrollar la resistencia y prosperar en la vida, el amor y el trabajo) tie­ne como objetivo fomentar la transformación tanto personal como social, para promover un cambio holístico y duradero mediante el fomento de la alfabetización relacional.

El cuarto libro que se publicó después de Por qué amamos a los perros es un breve texto sobre cómo la jerarquía de poder y, en par­ticular, la dinámica de privilegio y opresión que crea, actúa dentro del movimiento vegano. Se titula The Vegan Matrix: Understanding and Discussing Privilege Among Vegans to Build a More Inclusive and Empowered Movement (El Matrix vegano. Comprender y de­batir los privilegios entre los veganos para construir un movimiento más inclusivo y empoderado) y comenzó como una serie de ensayos que escribí poco después del #ARMeToo (la versión pro derechos animales del #MeToo). Escribí The Vegan Matrix para hacer frente al problema de los privilegios entre los veganos y para proporcionar directrices sobre cómo hablar del privilegio cuando se cuestiona el nuestro o cuando cuestionamos el privilegio de los demás.

Hacía tiempo que sabía que el sexismo, el racismo, el clasismo y otras jerarquías de poder estaban generando problemas interper­sonales entre los veganos, así como entre estos y aquellos aliados del movimiento, como feministas y defensores de la justicia social. No obstante, yo no tenía la capacidad para asumir otro proyecto de escritura. Sin embargo, me di cuenta del daño que estaba causando este tema. También me percaté de que, aunque había algunos materiales excelentes sobre el tema de los privilegios y la opresión entre los veganos, estos materiales a menudo no se dirigen a las personas que no están relativamente bien informadas sobre el tema. Además, la conversación tras el #ARMeToo que se estaba produciendo crea­ba más problemas de los que resolvía; la comunicación se estaba rompiendo y crecía la división entre los veganos.

En The Vegan Matrix, utilizo el privilegio carnista en yuxtapo­sición con otras formas de privilegio para crear un punto de entra­da familiar para los lectores veganos que deseen aprender sobre el privilegio y la opresión en el movimiento (y mucho más). El libro también incluye sugerencias sobre cómo hablar de los privilegios no examinados para que el diálogo no acabe en un punto muerto. El objetivo del libro es ayudar a unir a los veganos para crear un movimiento más empoderado y, por tanto, una fuerza más eficaz e impactante para los animales. El objetivo del libro es también reducir la injusticia y el sufrimiento más allá del movimiento ve­gano.

Por qué amamos a los perros inició un proceso que continúa des­plegándose de una forma que jamás habría imaginado y que ha co­brado vida propia. Me siento esperanzada, animada y curiosa por lo que nos deparará el futuro. Seguiré trabajando para denunciar y transformar el carnismo; para empoderar a los que están en primera línea del movimiento vegano; para concienciar sobre la jerarquía de poder y promover la alfabetización relacional como herramienta clave para la transformación.

Sé que, algún día, el veganismo sustituirá al carnismo como ideología dominante. La cuestión, para mí, no es si sucederá, sino cuándo. De hecho, nunca imaginé que viviría para ser testigo del florecimiento del movimiento vegano que se está produciendo ac­tualmente: el número de veganos, organizaciones y establecimien­tos veganos y aliados veganos en todo el mundo es cada vez mayor. Aunque es cierto que en algunos lugares está aumentando el con­sumo de carne (la gran industria ganadera sigue los pasos de la gran tabacalera y exporta sus problemas a países más vulnerables a su influencia tóxica) y la explotación de los animales de granja sigue siendo una catástrofe mundial, el movimiento vegano está prolife­rando. Creo que nos encontramos en la cúspide de una revolución —una revolución que transformará para siempre la humanidad y el mundo tal como lo conocemos— y me siento agradecida y or­gullosa de haber aportado mi granito de arena a este proceso tan profundamente inspirador.

* El libro ha sido de nuevo publicado por la editorial Plaza y Valdés dentro de la colección LiberÁnima en colaboración con Igualdad Animal

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