Por iniciativa de Martin Gibert, Valéry Giroux y François Jaquet, tres miembros del GRÉEA (Groupe de recherche en éthique environnementale et animale), la Declaración de Montreal sobre la Explotación Animal fue firmada por casi 500 académicos de unos 40 países especializados en filosofía moral y política. Esta declaración se hace eco de la Declaración de Cambridge sobre la Conciencia, al dictaminar que “las pruebas convergentes indican que los animales no humanos poseen los sustratos neuroanatómicos, neuroquímicos y neurofisiológicos de los estados de conciencia, así como la capacidad de participar en un comportamiento intencional”. Los firmantes afirman que los principales argumentos utilizados para apoyar la explotación animal no tienen la relevancia necesaria para justificarla moralmente. Esto es especialmente cierto en el caso de los argumentos basados en las sofisticadas capacidades cognitivas de los seres humanos.
Aunque sus trabajos se arraigan en tradiciones filosóficas diversas, estos estudiosos coinciden así en la condena del especismo y en la necesidad de transformar profundamente nuestras relaciones con los demás animales poniendo fin a su explotación. Esta postura, que antes era sostenida por unas pocas personas especialmente sensibles al destino de los animales, es ahora apoyada por primera vez por cientos de investigadores que han dedicado su carrera a la reflexión ética.
Los firmantes son partidarios de cerrar los mataderos, acabar con la pesca y desarrollar una agricultura basada en las plantas, pero admiten con lucidez que, aunque sea “el único horizonte colectivo realista y justo”, tal proyecto exigirá “abandonar hábitos especistas muy arraigados y transformar profundamente algunas de nuestras instituciones”.
En 2022, la Declaración de Montreal sobre la Explotación Animal es sin duda un importante paso en el reconocimiento de los animales no humanos.
Declaración de Montreal sobre la explotación de los animales
“Somos investigadores e investigadoras en filosofía moral y política. Nuestro trabajo está arraigado en diferentes tradiciones filosóficas y rara vez estamos todos de acuerdo entre nosotros. Sin embargo, estamos de acuerdo en cuanto a la necesidad de una transformación fundamental de nuestra relación con los otros animales. Condenamos todas las prácticas que implican tratar a los animales como objetos o mercancías.
En la medida en que implica violencia y daños innecesarios, declaramos que la explotación animal es injusta y moralmente indefendible.
En etología y neurobiología, está bien establecido que los mamíferos, las aves, los peces y muchos invertebrados son sintientes, es decir, capaces de sentir placer, dolor y emociones. Estos animales son sujetos conscientes; tienen su propia visión del mundo que los rodea. De ello se deduce que tienen intereses: nuestros comportamientos afectan su bienestar y pueden beneficiarles o perjudicarles. Cuando herimos a un perro o a un cerdo, cuando mantenemos en cautividad a un pollo o a un salmón, cuando matamos a un ternero por su carne o a un visón por su piel, contravenimos gravemente sus intereses más fundamentales.
Sin embargo, todos estos daños podrían evitarse. Por supuesto, es posible abstenerse de llevar cuero, de asistir a corridas de toros y rodeos, o de mostrarles a los niños y niñas leones encerrados en zoológicos. La mayoría de nosotros ya podemos prescindir de los alimentos de origen animal sin que eso afecte nuestra salud: de hecho, el futuro desarrollo de una economía vegana lo hará aún más fácil. Desde un punto de vista político e institucional, es posible dejar de ver a los animales como meros recursos a nuestra disposición.
El hecho de que estos individuos no sean miembros de la especie Homo sapiens es moralmente irrelevante: aunque parece natural pensar que los intereses de los animales son menos importantes que los intereses comparables de los seres humanos, esta intuición especista no resiste a un examen minucioso. En igualdad de condiciones, la simple pertenencia a un grupo biológico (delimitado por la especie, el color de la piel o el sexo) no puede justificar una consideración o un trato desigual.
Hay diferencias entre los seres humanos y los otros animales, al igual que las hay entre los individuos de una misma especie. Es cierto que algunas capacidades cognitivas sofisticadas dan lugar a intereses particulares, que a su vez pueden justificar un tratamiento particular. Pero la capacidad de un individuo para componer sinfonías, para realizar cálculos matemáticos avanzados o para proyectarse en un futuro lejano, por muy admirable que sea, no afecta la consideración debida a su interés por sentir placer y no sufrir. Los intereses de los más inteligentes entre nosotros no son más importantes que los intereses equivalentes de los menos inteligentes. Decir lo contrario equivaldría a clasificar a los individuos según facultades que no tienen relevancia moral. Una tal actitud capacitista sería moralmente indefendible.
Por lo tanto, es difícil escapar a la conclusión de que, dado que perjudica a los animales innecesariamente, la explotación animal es gravemente injusta. Por ello, es fundamental trabajar por su desaparición, especialmente mediante el cierre de los mataderos, la prohibición de la pesca y el desarrollo de la agricultura vegetal. No nos estamos haciendo ilusiones; este proyecto no se conseguirá a corto plazo. En particular, requerirá renunciar a arraigados hábitos especistas y transformar fundamentalmente numerosas instituciones. Sin embargo, el fin de la explotación animal nos parece ser el único horizonte colectivo realista y justo para los no humanos“.
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