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El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

Cuando las madres son unas cerdas

Una cerda en una jaula de gestación. Foto: © Jonás Amadeo Lucas / The Animal Day

Ruth Toledano

Con motivo del Día de la Madre, la empresa Navidul, perteneciente al grupo Camprofrío, ha lanzado una campaña publicitaria consistente en regalar a las mujeres que den a luz el domingo 4 de mayo el peso de sus recién nacidos en jamón. “Queremos hacer un homenaje a las recientes madres en el día más importante de su vida, entregándoles uno de sus regalos más anhelados tras dar a luz, porque ser madre en estos tiempos merece algo más que un pan bajo el brazo”, ha proclamado Eduardo Burgos, director de Marketing de Navidul.

Es un regalo muy triste. Porque recuerda la precariedad material de “estos tiempos”. Y es un regalo perverso, que recuerda nuestra miseria moral. Porque, apelando a la natural alegría de las madres humanas por la llegada de su bebé, olvida el sufrimiento extremo al que son sometidas otras madres. En este caso, las cerdas. Es un olvido a conciencia, pues Campofrío ya fue denunciada a través de un vídeo grabado por activistas de Igualdad Animal en una granja de la provincia de Burgos que le suministra cerdos. Fue la respuesta de la indignación a un anuncio de esta empresa en el que ridiculizaba el vegetarianismo. Un anuncio ofensivo con los humanos compasivos y ofensivo con los cerdos, que son maltratados con crueldad a pesar de tratarse de animales extremadamente inteligentes y cariñosos, que en condiciones de libertad se organizan en grupos matriarcales y comparten un amoroso cuidado de su crías.

No encontraron eso los activistas en la granja que suministra cerdos a Campofrío, sino miles de cochinillos confinados, que habían sido apartados de sus madres. Todos estaban mutilados: les habían cortado el rabo y los testículos, les habían tatuado un número en la oreja, les habían arrancado los dientes. Todo ello sin anestesia. Tras varios meses sometidos a engorde, privados de libertad y sin haber conocido siquiera la luz del sol (solo oscuridad, cemento, hierro oxidado que deforma sus pezuñas, cuerpos agonizantes y cadáveres a su alrededor), los que hayan sobrevivido a ese infierno serán subidos a la fuerza a un camión y conducidos al matadero. El hacinamiento les habrá producido dolorosas heridas, diversas infecciones y un profundo estrés emocional que manifiestan a través de comportamientos estereotipados: se dan golpes contra los barrotes, chupan las rejas, se balancean.

Vean a sus madres y díganse a sí mismos si no se les parte el alma. No se puede imaginar situación más desesperante. Unas madres recién paridas que apenas pueden incorporarse porque están encerradas en una estructura metálica del tamaño de su cuerpo: la jaula de gestación. Unas madres que, angustiadas, doloridas, cautivas entre hierros, ni siquiera pueden lamer a sus pequeños hijos. Tumbadas sobre una reja metálica que filtra sus excrementos, solo son capaces de ofrecer las mamas a sus cachorros, que a veces mueren bajo su propio peso porque ellas no pueden levantarse para liberar al que ha quedado atrapado. Unas madres a las que mantienen aprisionadas en esas jaulas durante años. Cuando ya no puedan parir más, esas madres exhaustas, derrotadas, enloquecidas, irán también al matadero.

Las jaulas de gestación para cerdas son auténticos instrumentos de tortura y son utilizadas por toda la industria cárnica. Peta lleva años denunciando por su uso a Smithfield Food, con sede en Virginia. Es la mayor empresa porcina del mundo: mata a casi 30 millones de cerdos al año. Allí, como aquí, las cerdas son sometidas a ciclos constantes de embarazos forzados y sus cachorros les son arrebatados a las pocas semanas de nacer. Son cerdos manipulados genéticamente para que engorden más y se les suministra grandes dosis de antibióticos para soportar las condiciones de inmundicia en las que son mantenidos. Al final, aterrorizados y enfermos, son trasladados al matadero en camiones sin comida ni agua, con temperaturas extremas. El pánico, el calor y el agotamiento suponen que un porcentaje de ellos, con el que las empresas ya cuentan, morirá durante su espantoso trayecto hacia la muerte.

También hay cerdas que no serán admitidas en el matadero por estar cojas o ser ya incapaces de caminar, así que los procedimientos serán otros. Quizá recuerden otra investigación de Igualdad Animal en una granja de Murcia, fue noticia porque lo que encontraron allí sobrepasaba todos los límites: los trabajadores golpeaban con barras de hierro a las cerdas preñadas, les rajaban el vientre con una cuchilla cuando aún estaban vivas y les sacaban los lechones. Como la empresa no obtendría el beneficio de su venta, en la granja Escobar las mataban de esa manera para aprovechar a sus hijos. A raíz de aquella investigación, se detuvo a dos trabajadores de la granja y está pendiente un juicio por maltrato animal. Pero si no hubiera sido por los activistas, seguirían cometiendo esas atrocidades y seguirían lucrándose de esa violencia contra las madres: Agropecuaria El Escobar había sido premiada en 2008 por la industria cárnica con el Porc d'Or de bronce por lechones nacidos vivos, en la categoría de granjas de más de 1.500 cerdas.

Con el sello de “Calidad Asegurada”, que supuestamente garantiza el bienestar animal, se ha cubierto también las espaldas la empresa porcina británica Harling, en Norfolk. Pero la investigación que llevó a cabo Igualdad Animal en una de sus granjas desveló una realidad atroz. Lechones separados de sus madres, desamparados, que manifiestan pánico. Lechones que son agarrados por las patas o las orejas y lanzados contra el suelo. Cerdos aterrorizados por los gritos y los golpes, pateados, sangrando tras ser apaleados con una tubería o con barras de metal, obligados a moverse a base de cortes en el lomo con un cuchillo. Cerdos con tumores, hernias y heridas sajadas en vivo por los trabajadores. Cerdos arrojados vivos, entre convulsiones, al contenedor de cadáveres. No inventamos nada, todo puede verse en los documentos de los infiltrados.

Para engañar a los consumidores, las empresas se valen de esos certificados que presuntamente garantizan calidad, de esos premios que las prestigian, de esas campañas publicitarias que las hacen parecer inocentes y solidarias. Campañas como la de Navidul para el Día de la Madre. Pero no solo engañan así. También calificando de “ibérico” un jamón que no lo es. Engañan diciendo que son cerdos que han vivido libres en las dehesas, comiendo bellotas durante dos años, cuando la espeluznante realidad es la que muestran vídeos como los de la granja de Burgos, donde los cerdos, aparte de ser maltratados, son mestizos de la raza norteamericana duroc y alimentados con piensos de muy dudosa calidad. Para hacer efectivo el engaño, recurren a falsas denominaciones de origen, como “Jabugo” o “Extremadura”.

Dice Enrique Burgos, director de Marketing de Navidul, que ser madre merece algo más que una barra de pan. Lo que merecen las madres humanas es saber qué hay dentro de ese pan, conocer la verdad que empresas como la suya disfraza de regalos. Entendemos que recurren a cualquier artimaña porque su actividad está en entredicho, como tuvieron que recurrir a anuncios burlones porque temen que se imponga esa verdad. Pero ha de saber Burgos que los de su empresa son gestos de los que se deduce su temor ante la compasión que se abre camino: “Primero te ignoran, luego se ríen de ti, luego te atacan. Entonces ganas”, proclamó Gandhi.

En ese camino de la compasión celebramos el día de la madre humana, creadora de vida. Pero también el de la madre cerda, convertida por las empresas humanas en productora de carne, obligada a parir y a amamantar a sus lechones en una jaula. Y el de la madre vaca, convertida en productora de leche, condenada a parir terneros que le serán arrebatados a los pocos días. Y el de la madre oveja y la madre cabra, convertidas en productoras de corderos y cabritos, que son sus crías aunque parezcan solo el nombre de un asado. Y el de la madre gallina, convertida en productora de pollos, unos hijos a los que ni siquiera se le da la oportunidad de conocer. Y el de la madre perra, convertida en productora de cachorros que irán a parar a la cárcel de un escaparate y al capricho de la irresponsabilidad.

Porque ninguna madre merece ser explotada, torturada, despreciada, separada de sus hijos.

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El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

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