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El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

Schrödinger, el animalista

Erwin Schrödinger

Eva Aladro Vico

En la era de la información, inmensas cantidades de bazofia informativa pasan por nuestros ojos sin que seamos ya muy conscientes de su escasa valía. Sin embargo, cuando llega a nuestras manos una obra de un pensador, creador o científico inmenso, es inmensa la distancia que lo separa de esa ola de pura estofa mental. Eso ocurre al leer Mi concepción del mundo, de Erwin Schrödinger, el célebre científico que popularizó la física cuántica con su metáfora del gato dual, que explicaba tan bien la naturaleza fabulosamente indeterminada de la existencia.

Schrödinger no solamente fue un genio en física. También fue un pensador de primer orden. Su obra no científica es extraordinaria y encaja con exactitud en los principios no dualistas y progresivos de la cuántica. En la obra que mencionamos, el autor vienés habla de su pasión por la metafísica, que completa perfectamente los avances de la ciencia experimental y que no puede desaparecer porque, como indica, está siendo sustituida por dogmas mucho más estrechos e ingenuos.

Schrödinger es plenamente consciente del desarrollo “elefantiásico” que viven los siglos XIX y XX, de los estudios técnicos y experimentales que amplían la influencia de la voluntad humana. Pero, a diferencia de otros pensadores de la época, menos visionarios, se da cuenta de que ello no supone tanto progreso sino, al contrario, el descuido de la conciencia humana, que ha sido salvaguardada durante siglos por la filosofía y las morales o religiones, aunque no de maneras auténticas. La supresión o la atrofia del pensamiento y de la metafísica son en realidad trágicas para la humanidad. Este gran autor se manifestaba así en un momento en el que otros se dejaban llevar por el culto al cientificismo y al racionalismo tecnológico más burdo.

Schrödinger se da cuenta de todo en ese crucial momento. Su horror al nazismo; su crítica a la ciencia moderna (demasiado enamorada de sí misma, como ya ocurriera en el declive del mundo clásico con la ciencia de Aristóteles -el genial paralelismo es suyo); su aguzada atención a la filosofía hindú tradicional, de la que conoce a comienzos del siglo la Gran Upanisad del Bosque y el pensamiento advaíta no dualista ('Tú eres eso'), que, sin dudarlo, influye o encaja en sus ideas físicas complejas; y su atención pedagógica profunda a lo que llama el “asombro filosófico”, que le llevan a cuestionar todas las teorías de la época, son de una actualidad radiante, esplendorosa. Hay que celebrar encontrase con una mente así, tan abierta y sensible.

Toda esta capacidad le lleva a concebir una teoría del universo como fenómeno asociado a relaciones y aspectos que experimentamos pero que no podemos abarcar, y al que solamente nos acercan la espiritualidad y la metafísica. Llega Schrödinger con rapidez a la idea de que el mundo exterior y el mundo interior son una única unidad, gracias a la noción de consciencia que extiende a todos los seres vivos. Por supuesto, a los no humanos también, e incluso lanza la hipótesis de una conciencia también para los seres vegetales e inorgánicos. Ve con meridiana claridad que compartimos el conocimiento mediante la comunicación y mediante la consciencia común de maneras que no se pueden explicar de modo físico.

Esta unidad se extiende en la memoria de las especies y en la formación de cada nueva individuación. “La división, multiplicación de la conciencia, carece de sentido. En todo lo aparecido no hay un marco en el que encontrar la conciencia en plural”, indica. Se da cuenta con rapidez de la fusión mental entre las esferas de conciencia de los individuos y afirma: “Mundo y conciencia son una misma cosa, en tanto en cuanto uno y otra están compuestos por los mismos elementos primitivos. Por lo tanto, no hay diferencia si afirmamos la comunidad esencial de dichos elementos en todos los individuos particulares diciendo que existe solo un mundo exterior o que existe solo una consciencia”. En la boca de uno de los mejores físicos del siglo, estas palabras son auténtico oro.

Su teoría establece después que la consciencia es un rasgo característico de la formación y evolución de la vida, y la inconsciencia, de los momentos y fases de pasividad y regresión, de modo que todo aquello que tiende a crecer y evolucionar está dotado de ese pensamiento común, noción o intuición de lo mismo, que caracteriza a la creatividad. Así, Schrödinger enuncia que el mundo material es metafísico, porque en él la comunicación y la conciencia son universales y a la vez inexplicables, y místico, porque las interacciones que se generan entre los objetos o seres en él desbordan la explicación racional. El colapso de la función de onda que descubrió como físico no es sino una analogía más de esta gran idea.

Pero traemos aquí a Schrödinger porque, precisamente en armonía con estas ideas tan maravillosas, su animalismo se manifiesta en sus Memorias de una manera que llama la atención. Como decimos, considera que el mundo en el que vivimos es todo él una misma unidad sintiente. Este planeta está conformado por cuerpos de animales o plantas, vivos o muertos, afirma. Y la diferencia entre unos u otros es puramente de contexto, de puntos de vista. Es el sujeto que mira quien determina las diferencias que en la realidad no existen. Aquí vemos con claridad cómo generalizó su teoría cuántica a un marco filosófico general.

Pero analizando las formas de vida animal, expresa la superioridad de desarrollo de algunas de estas: por ejemplo, afirma que los animales sociales, tales como hormigas y abejas, han eliminado hace mucho el egoísmo. “El ser humano, evidentemente más joven a este respecto, está empezando ahora a hacerlo (...) Se verificará como una ley animal que tiende hacia la constitución de estados y sucumbirá (el ser humano) si no prescinde del egoísmo”. Los animales, afirma en otro lugar, “se encuentran muy por delante de los pobres egoístas de nuestra especie”. Y, como tales, han desarrollado lenguajes: Schrödinger sienta la mano a muchos ineptos de su nuestro regresivo momento al afirmar tajantemente: “Está ya muy lejano el tiempo en el que, si se deseaba ser tomado en serio, había que encaramarse a la petulante afirmación de que solo los seres humanos poseen un lenguaje”.

Al tanto de las investigaciones de su coetáneo el Dr. von Frisch, Schrödinger explica la fabulosa capacidad visual tricromática de las abejas, comparada con la cual nuestra vista se podría considerar dicromática por la amplitud de umbral de estos insectos, así como la polarización parcial del cielo que perciben y que hace que puedan captar aspectos temporales y espaciales que se nos escapan completamente. Lo que más le llama la atención, sin embargo, es lo que llama las coincidencias estructurales que se dan en las diversas especies y en los diversos medios y lenguajes de cada una de ellas, que hacen posible la mutua comprensión. Lo más interesante, para este inmenso pensador, es cómo podemos comunicar el mundo que percibimos mediante la identidad de las estructuras, mediante las analogías de éstas, que nos permiten sentir e intuir la unidad de todo.

Aquí se manifiesta un Schrödinger profundamente imbuido de conciencia animal, gran lingüista y capaz de enunciar una teoría de la comunicación metafísica, que tiene su raíz en la consagración de la consciencia única. Estas son las paradojas en las que pensaba: “¿Cómo podemos comprender la más o menos completa igualdad de la estructura que parece tener nuestro entorno para casi todos los seres humanos y, en gran medida, también para los animales? ¿Por qué, por ejemplo, ante una llama que emerge súbita delante del jinete o frente al abismo que se abre, la cabalgadura retrocede espantada igual que aquel que la monta? (...) ¿No se impone considerar estos quehaceres como sencillamente milagrosos y no retroceder a buscar la razón común en el mundo corpóreo, como lo encontramos continuamente, con una seguridad que nunca falta?”.

El autor lanza constantemente invectivas hacia la necesidad de alcanzar una nueva fase de consciencia humana en la que el análisis de lo real alcance la idea de completud y de unidad de todo: sujeto y objeto, especies animales, orgánico e inorgánico, animal y vegetal. El único modo de superar las paradojas, límites y trágicas consecuencias de nuestra situación, pasa por esa transformación radical que afecta a ciencia y a filosofía, a vida práctica y a mente humana.

No dudó Schrödinger en incluir muy a propósito, en su visión del mundo, una sensibilidad aguda del sufrimiento animal: “No queremos hablar aquí, afirma, del juicio que nos merecen aquellos que practican la pesca o caza por diversión, a menudo a la vista del terror mortal y agotamiento de la víctima acorralada; tampoco lo haremos acerca de la tremenda y cruel práctica de ”cebar“ por la fuerza durante semanas enteras a pobres ocas (...) Tampoco vamos a examinar más de cerca la justificación con la cual en ciertos países se acepta, no se prohíbe y se consiente en silencio la ”rudeza medieval“ que suponen las corridas de toros, que a buen seguro son crueles, menos por el toro (según todo lo que he oído) que por el caballo viejo. Sin embargo, seguramente no son tan crueles como la caza de montería o el cebo de gansos, tampoco más que los viajes de muchos días de duración en estrechos apriscos desde los países donde no hay corridas de toros, a otros lugares en los que su transformación en conservas de carne da unos enormes beneficios, por motivos que yo desconozco (....) Hasta aquí lo referente a la primera deducción ética que en la filosofía hindú se deriva de la tesis (indemostrable) de que todos nosotros, los seres vivos, somos únicamente diferentes lados o aspectos de un único ser (...) se ensalza aquí, como el máximo bien alcanzable, el cuidado y la bondad para con todo ser viviente (no sólo para con los congéneres) más o menos en el sentido del ”profundo respeto a la vida“ de Albert Schweitzer”.

Así, Schrödinger era un animalista profundo. Muy cercano a una idea de unicidad o sentido incondicional de comunidad planetaria, que él consideraba además necesaria para la explicación científica del mundo físico. Si deseamos afirmar que el mundo externo es real, y el interno igualmente, la trascendencia del individuo hacia la consciencia común es la clave y la base energética de la vida, que explican la evolución y la influencia del entorno a la vez. Schrödinger quería acabar con la ciencia materialista y con el racionalismo, pero también con el intelectualismo y la vanidad humana alejados de la vida práctica. Deseaba, como Schopenhauer, el consuelo de esa unidad de consciencia, que creía que superaba al yo individual y que dotaba al aprendizaje y a la memoria de una belleza distinta.

No os perdáis la ocasión de asomaros a una de las mentes más completas de nuestra era. 

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El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

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