Lucía Rosa González: “El volcán se llevó el aliento y eso es irrecuperable”

Esther R. Medina

Los Llanos de Aridane —

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“Espiábamos espantados el entorno y el monte ante la creciente intensidad de las sacudidas. Del modo en que el suelo nos empujaba, podría haber explotado entre nuestros pies”. La escritora y docente Lucía Rosa González perdió bajo la lava de la última erupción en Cumbre Vieja “casi todo” y asegura que el 19 de septiembre de 2021 “era impensable este duro destierro. La gente desperdigada por la isla tiene la mirada marchita”. Durante la erupción, narró para este periódico, con una excelsa prosa poética y bajo el epígrafe Diario de un volcán, la tragedia en primera persona. Un año después de aquella “violenta ruptura de la tierra”, no está satisfecha con la respuesta dada por las administraciones a los afectados: “Se podrían haber juntado las donaciones económicas y materiales y ejercer un reparto equitativo y riguroso sin necesidad de exponer públicamente nuestra precariedad en filas que dañan nuestra dignidad”, lamenta. La nueva carretera de la costa se llevará su finca de Los Palacios. Confiesa que cuando ve el cráter que escupió el material incandescente que cambió su vida, siente “una atracción maldita”.

¿Dónde se encontraba el 19 de septiembre de 2021 a las 15.13 horas? 

Habíamos quedado para almorzar en casa de mi hermana, en Las Manchas; pero a la 13:00 horas apareció la familia completa en nuestra casa de Todoque con el almuerzo, la mudada, los animales y el pánico, ya que allí se habían incrementado los temblores de un modo bestial; oían ruidos oscuros simultáneos con un río subterráneo que notaban deambular como un rayo debajo de su casa, en El Corazoncillo. Nunca en el interior de casa, sino afuera, en el patio, espiábamos espantados el entorno y el monte ante la creciente intensidad de las sacudidas. Del modo en que el suelo nos empujaba, podría haber explotado entre nuestros pies.

¿Qué sentimientos le embargaron cuando tuvo conocimiento de la nueva erupción en Cumbre Vieja?

Sentimos la explosión, la violenta ruptura de la tierra. La vimos en directo. La inmensa fumarola creció arriba en la cumbre, enfrente de casa al compás del zumbido sobrecogedor y los terremotos. Vi el miedo en los ojos de mi hijo, quien hasta un instante antes abordaba la progresiva fuerza de los seísmos sin rasgos de preocupación. Del miedo a la incertidumbre hubo solo un paso; pero nunca imaginé que no regresaría a casa. Jamás. En ese momento era impensable este duro destierro.   

En lo material, ¿qué le arrebató el volcán?

Casi todo. Las fincas de plátanos, las eriales. La casita canaria de Pampillo; pero lo más doloroso fue perder nuestra casa de Todoque. Se llevó nuestro aliento y eso es irrecuperable.

¿Y en lo espiritual?

Las vivencias de mis hijos. Como si me hubieran arrebatado su infancia. 

¿Cómo vivió el proceso eruptivo?

Con terrible inquietud y en continua tensión. Ante la agresividad de un volcán cada día más implacable, nos mortificaba qué haría durante la noche y con qué fuego nos helaría por la mañana.

¿Está satisfecha con la respuesta de las administraciones a los afectados?

No, claro que no. Entiendo que esta situación desborda las previsiones, pero desde el inicio de la crisis, las decisiones políticas tendrían que haberse consensuado con las sugerencias de las plataformas de afectados. Otro gallo nos hubiera cantado. Los buenos propósitos se han desmigajado en reuniones ineficaces. Por ejemplo, se podrían haber juntado las donaciones económicas y materiales y ejercer un reparto equitativo y riguroso a los afectados sin necesidad de exponer públicamente nuestra precariedad en filas que dañan nuestra dignidad. Esto, por un lado; por otro, desde el minuto uno se debería haber resuelto el problema de la vivienda con un plan definitivo con la intención de reubicar los barrios en zonas apropiadas para la convivencia vecinal; sin embargo, se ha empleado una inversión millonaria en contenedores anexos para vaciarnos dentro como sobras. La gente desperdigada por toda la isla tiene la mirada marchita. Sienten nostalgia de sus barrios y huertas, de sus flores, de sus tiendas y bares, del silbido de la campana que solo oyen en sueños.

¿Qué siente cuando ve ese cráter que escupió la lava que cambió tu vida?

Una atracción maldita.

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