“Fui secuestrada y torturada durante 15 años por el simple hecho de ser saharaui”
El procesamiento de 11 altos cargos marroquíes por genocidio en el Sáhara entre los años 1976 y 1991 ha aflorado testimonios de víctimas que permiten poner rostro a la crueldad que impregnó un episodio de la historia que no ha cerrado aún sus heridas.
Mamia Salek tenía 14 años cuando la policía marroquí irrumpió en su casa de Tarfaya apresándola a ella, a su hermana y a su madre. Aunque la tragedia comenzó dos semanas antes, el día que el padre de Mamia, Salek Abdessamed, fue secuestrado por la gendarmería marroquí. Cuando ella vio de nuevo la luz de la libertad tenía ya 29 años y un testimonio desgarrador de 15 años enclaustrada en una oscura celda de Marruecos. “Mi historia no puede resumirse en unas horas porque son 15 años de un sometimiento infernal”, denuncia Mamia.
En el momento que las mujeres fueron detenidas, les vendaron los ojos y fueron trasladadas a la comisaría de Agadir, donde habían retenido también a su padre. Aquí las hermanas Salek recibieron una paliza por hablar entre ellas y donde Mamia tuvo que pasar días aislada debajo del hueco de una escalera.
El juez Ruz sostiene en su auto que “desde noviembre de 1975 y hasta 1991, se produjo de una manera generalizada un ataque sistemático contra la población civil saharaui (...) debido precisamente a dicho origen con la finalidad de destruir total o parcialmente dicho grupo de población y para apoderarse del territorio del Sahara Occidental”. La investigación la inició Baltasar Garzón en 2007, a raíz de una querella presentada por la Asociación de Familiares de Presos y Desaparecidos Saharauis (Afapradesa) y que denunciaba asesinatos, torturas y bombardeos de campamentos.
Desde la comisaría de Agadir, la familia Salek fue trasladada a una prisión de Ouarzazate donde había 130 saharuis repartidos en celdas sin luz eléctrica. Mamia recuerda que su único alimento era un poco cebada y una sopa con garbanzos flotando en el agua, “más de una vez pensé que iba a morir, sobre todo porque mucha gente murió delante de mi”, rememora Salek. Su madre falleció el 17 de junio de 1977, “poco antes de morir le pedimos al guardia de la celda que nos permitiera darle un poco agua pero dijo que no; así que ella no pudo resistir más y cuando murió la dejaron toda la noche en la celda”. El mismo destino lo conocieron 27 personas más que fueron enterradas en fosas comunes, según relata Mamia Salek.
Las palizas, porrazos y patadas sobre todo a la hora de comer y de ir al aseo eran la tónica diaria. Salek subraya que todos esos años estuvieron sin asistencia médica por lo que muchos murieron de tuberculosis, anemias o enfermedades digestivas, “algunos no podían ni caminar”.
Una noche de octubre de 1980 todos los presos fueron conducidos a otra cárcel llamada Kalaat Maguna, también en la región de Ouarzazate y donde se aglutinaban hasta 300 saharuis. En una celda falleció el padre de Mamia, “nos dijeron que si queríamos verlo no podíamos llorar ni gritar y accedimos con tal de verle de nuevo; lo trasladaron unos soldados en una manta y pudimos estar con él 10 minutos”.
Mamia se remonta al día que tuvo que ser intervenida de la vesícula, “permanecí atada de un pie a la cama y no recibí tratamiento analgésico ni antibiótico”.
En 1991 las hermanas Salek fueron puestas en libertad gracias a la presión internacional del Frente Polisario, Amnistía Internacional y Cruz Roja. Sin embargo, el hostigamiento no había concluido. “ Mi hermana y yo fuimos objeto de persecución continua y control policial, recibiendo visitas y citaciones con la finalidad de insultarnos y amenazarnos con devolvernos a las mazmorras”, manifiesta Mamia. De modo que un día decidieron huir y cruzar los 100 kilómetros que separan el Sáhara de Canarias a bordo de una patera con otras 13 personas.
De Canarias, Mamia tiene palabras cargadas de amor y agradecimiento, “a la gente canaria solo puedo darle las gracias porque desde que llegamos en patera nos trataron muy bien, han sido muy amables y cariñosos con nosotras”. Mamia se casó, tuvo una hija y ahora vive tranquila y optimista en La Laguna. “El pueblo saharui es un pueblo luchador y aunque yo no viva para verlo, sé que algún día será libre. Estoy segura”, confiesa Mamia Salek.
El testimonio de las hermanas fue requerido por el juez Baltasar Garzón durante la investigación iniciada en 2007.