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12 de octubre: una campaña mentirosa con cinco siglos de atraso
La derecha española (más viejo-castellana que española, por cierto) llega siempre con algo de atraso a las luchas por el control de las narrativas culturales. Es cierto que hace ya meses que comenzaron a tejer una trama para combatir la conocida como “leyenda negra” (con sus raíces en el siglo XVI) contra la España imaginada que sus ideólogos defienden (digo bien: ideólogos, porque la Historia se juega siempre en el tejido de las ideologías). Les pilló la pandemia pero, conforme se huele el tufillo electoral, aunque huela de lejos, se recupera un discurso españolista casposo, maniqueo y trasnochado que permite, ante todo, evitar hablar de lo que importa de verdad a la ciudadanía. Parece un chiste que estos discursos reverdezcan justo cuando las barras de los bares –esos cenáculos cuñadistas- vuelven a poblarse de tertulianos del todo y del absurdo.
Por donde iba. La derecha española llega cinco siglos tarde a deconstruir la leyenda negra, y también ataca al indigenismo y a los comunistas ‘sudacas’ cuando ya no queda ninguno de sus supuestos representantes en el poder. Excepto AMLO, que es un socialdemócrata conservador pero nacionalista como buen mexicano, la inmensa mayoría de presidentes de la región, miembros VIP de los Pandora Papers, podría formar parte del Grupo Popular Europeo.
La contrarreforma histórica comenzó en esta nueva ola con el mentiroso libro ‘Imperofobia’, de Elvira Roca; ha sido reforzado de forma alucinada por el argentino blanco Marcelo Gullo y su ‘Madre Patria’; ha sido impulsada al infinito por la nueva Juana de Arco del imperialismo castellano más obtuso (Isabel Ayuso); Esteban Ibarra ha firmado el irrisorio informe aparentemente serio sobre la hispanofobia; la guinda de mala baba la puso hace unos días José María Aznar, y el delirio salpimentado de psicotrópicos lo ha aportado Toni Cantó, que confunde el canibalismo con la Ruta del Bacalao. Para sellar todo este conjunto inimaginable siquiera por la troupe de El Mundo Today, Nacho Cano nos demostrará en su pirámide-pelotazo que la conquista consistió en una larga y fecunda relación amorosa que regó el planeta de mestizos felices y saltarines.
Les doy una noticia. España no necesita esto. No hay estado europeo sin mácula. La histeria colonial de España, Portugal, Francia, Inglaterra, Holanda o hasta Dinamarca, y en los últimos dos siglos de Estados Unidos, está teñida de sangre, de expolio y de beneficios sin fin. De eso va la expansión colonial y de eso iba con vikingos, romanos o incas, aunque Miguel Ángel Revilla parezca añorar al imperio del mediterráneo. Y también va de beneficios desorbitados no explicables sin la crueldad, la especulación y la explotación inmoral del otro. Si no, que se lo pregunten a la memoria oculta de Antonio López y López o a la de Juan Manuel de Manzanedo (loados indianos cuya riqueza estaba manchada de algo más rojo que el barro).
Podemos discutir cuántos indígenas murieron en América Latina bajo el sable colonizador y cuantos por las enfermedades víricas, podemos quedarnos cortos o pasarnos en cuanto al número de personas arrancadas de su hogar para ser esclavizadas, podemos encontrar –porque los hay- ejemplos de españoles honrosos que no participaron en la orgía de destrucción y desposesión, hasta podemos realizar todo un debate sobre por qué se llegaron a promulgar las Leyes Nuevas (las que promulgó Carlos I –no los Reyes Católicos- y que daban una precaria protección a los indígenas y que casi no se aplicaron porque los encomenderos y algunos virreyes se declararon en rebeldía)… pero, sinceramente, creo que no merece la pena.
Estos discursos, alimentados por editoriales poderosas, por medios de comunicación y por políticos que o son tremendamente irresponsables o unos ignorantes fanáticos, no son casuales. Europa languidece por propios méritos, al igual que el estado español, el ex imperio derrochador, rentista y corrupto desde que se topó con lo que ahora llamamos América. Y el nuevo fanatismo de derechas está cargado de sed de venganza. Las promesas de ajustes a cambio de futuro se han demostrado falaces y es mejor encontrar un enemigo externo (puede ser AMLO, el Papa Francisco o Lex Luthor) que mirarse el espejo y asumir las consecuencias de una historia errática que comenzó en el siglo XV.
La derecha tienen razón. España fue el primer estado moderno de Europa. Y lo fue porque las coronas de Castilla y Aragón marcaron el camino para la construcción de los estados: la falsa homogeneidad religiosa o de sangre. Nicolás Maquiavelo calificó la política del rey Fernando respecto a sus vasallos moros como “crueldad piadosa” y, desde la traición de los acuerdos firmados en la capitulación de Granada y la expulsión final de los moriscos por parte de Felipe III en 1609, los efectos de las nociones españolas de nación, raza y minorías “han conducido a los peores horrores de nuestro tiempo”, como escribe Anouar Majid.
Una buena noticia: no somos responsables de nuestro pasado, pero sí responsables.
Yo soy español y eso ni me avergüenza ni me hace sentirme mejor que nadie. La historia es la que es y prefiero gestionar el presente desde la empatía, escuchando a las víctimas de la colonización, tratando de entender también los procesos de colonización interna que acabaron con nuestra burguesía (¿recuerdan los miles de judíos que sus católicas majestades expulsaron tras entrar en Granada?), con nuestra clase media trabajadora (ese 5% de la población del país, los moriscos, que fueron expulsados en el siglo XVII) o con los castellanos dignos que osaron levantarse contra Carlos I en 1520 (llevados al patíbulo y enterrados en la historiografía oficial).
Lo que ahora es el estado español colonizó a sangre y fuego, acabó con el 100% de la población indígena en el Caribe, sometió a las mitas y encomiendas a la población originaria continental (después de reconocerla como subhumana pero con potencial de humanidad, porque si no para qué evangelizarlas a la fuerza), desarraigó y combatió a todo pueblo que se resistió (y fueron muchos), creo un perverso sistema de castas forzado por un mestizaje que no fue planificado sino que respondió a una lógica colonizadora masculina y guerrera que incluía la violación y la servidumbre sexual, participó de forma protagónica en la esclavización de personas africanas (según el estudio de José Miguel López García, España ocupa el cuarto y vergonzoso lugar en el desembarco “legal” de esclavos, con 1,6 millones, después de Portugal, Reino Unido y Francia), esquilmó la tierra a costa de la sangre de trabajadores forzados y ya hacia 1650 había extraído de las colonias americanas –si contar con el contrabando- 185.000 kilos de oro y 16 millones de kilos de plata (datos recogidos por Hamilton en El tesoro americano y la revolución de los precios en España) y poco después ya había acabado con el 47% de la biodiversidad de la región… El genocidio tienen cifras. Uno de los grandes ensayistas europeos del siglo XX, Tzvetan Todorov, recuerda que la reducción de la población originaria durante la conquista se calcula en 70 millones de personas y afirma: “Se entiende hasta que punto son vanos los esfuerzos de ciertos autores para desacreditar la ‘leyenda negra’, que establece la responsabilidad de España en este genocidio y empaña su reputación. Lo negro está ahí, aunque no haya leyenda. No es que los españoles sean peores que otros colonizadores: ocurre simplemente que fueron ellos [nosotros] los que ocuparon América, y que ningún otro colonizador tuvo la oportunidad, ni antes ni después, de hacer morir a tanta gente al mismo tiempo”.
La historia no es objetiva, pero cuando se contrasta no miente. El que necesita sacar tanto pecho, negar la evidencia y recuperar un encendido discurso tan patriótico como falaz quizá deba buscar ayuda para superar sus propios traumas.
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