Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Arde, Cantabria, arde
El olor del fuego ha vuelto a nuestras tierras. Como cada año por estas fechas, cual ritual ancestral que eleva el humo de nuestros montes como ofrenda a dioses ignotos, Cantabria arde. Hasta 211 fuegos se contabilizaron desde el pasado miércoles en apenas cinco días. Y con las llamas, llega de nuevo la polémica. La necesidad de protección de un patrimonio natural de gran valor medioambiental, choca de frente con las prácticas de un sector ganadero en declive y con riesgo de desaparición. Y son esos mismos políticos que miran el resto del año para otro lado, quienes se rasgan las vestiduras tachando de psicópatas o terroristas a los incendiarios mientras se hacen la foto en la sede del 112.
Como si se tratase de la tormenta perfecta, los incendios que asolan nuestros paisajes en invierno se deben abordar desde una perspectiva multicausal. En primer lugar, como decía, las practicas ancestrales de control del crecimiento de matorral como el tojo o el árgoma mediante el fuego. No es algo desconocido por estos lares, pero en los últimos tiempos las quemas controladas no lo son tanto. La falta de mantenimiento de nuestros montes, unida a una drástica reducción de la cabaña ganadera que se revela como insuficiente para mantener limpios los pastos, hacen que los incendios no puedan ser sofocados a tiempo y las consecuencias las paguemos todas. Y si además sumamos las subvenciones de la PAC que concede la Unión Europea por hectárea de pasto de las que muchos dependen para sobrevivir, podemos entender que un sector tan castigado como el ganadero tenga los mecheros preparados en cuanto sopla algo de viento sur.
Por otra parte, nuestros bosques hace tiempo que dejaron de ser nuestros. Son en muchos casos meras explotaciones económicas del medio natural, que utilizan el eucalipto por su rápido crecimiento para obtener beneficios a corto plazo a costa de destrozar el entorno. Una especie que desertiza la tierra que le da cobijo ha venido a sustituir a nuestros encinares, robledales y hayedos. Bosques muertos en los que no habita nada más que el silencio y que no se mantienen en las condiciones de limpieza necesarias para evitar que el fuego se propague de forma dramática.
Es el capitalismo, amigas. Abandonamos al sector primario a su suerte y les premiamos porque incendien los montes a cambio de subvenciones necesarias para llevar al pan a sus mesas. Ponemos al servicio de las madereras la tierra que debemos proteger para que algunos se lo lleven calentito. Y digo algunos, porque los pequeños propietarios no son quienes salen precisamente beneficiados de las explotaciones forestales. Y mientras tanto, ¿qué hacen nuestros gestores? Ya hemos visto como nuestro presidente autonómico, el pizpireto Revilla, va a Trasierra a beber leche cruda y dejar que le chorree por la cara en éxtasis mesiánico. Lo que no sabemos es si después de ese episodio que da vergüencita ajena, y puede acarrearle una brucelosis –que espero que no sufra, válgame el altísimo-, se habrá acercado a esos mismos ganaderos a llamarles psicópatas y terroristas. Aunque me da a mí que no.
Parece evidente que tenemos un problema que no se puede solucionar únicamente llamando a la UME para que venga a extinguir un fuego que al fin y a la postre es provocado por la mala gestión del territorio de quienes nos gobiernan a base de memes. La despoblación del medio rural y el abandono de los sectores económicos mas tradicionales en Cantabria a cambio de potenciar el sector servicios asociado al turismo es una huida hacia adelante para intentar maquillar unas cifras de desempleo y precarización galopantes. No tenemos un plan B, pero es que tampoco tenemos un plan A. Aunque siempre nos quedará promocionar la cueva marciana de Arredondo a 10.000 euros la experiencia galáctica, un precio muy ajustado para las clases populares, para salvar esta comunidad del colapso. Ni los Monty Python lo harían mejor.
A mí, y conste que escribo desde la perplejidad más absoluta, me cuesta mucho entender porqué quienes nos gobiernan se empeñan en gestionar las cosas tan mal. Y sé que me dirán que es todo muy complicado, que se necesita tiempo y enormes cantidades de inversión pública, que la cosa está muy malita, que si la financiación autonómica tal, que si Cataluña no sé qué, que si hay que poner la bandera en el balcón o mira como están en Venezuela. Razones todas de peso todas ellas, no digo yo que no. Pero sigo con mi asombro.
Si algo he aprendido en estos años es que la acción política es la mayor parte de las veces una cuestión de voluntad. Y que si la voluntad de servicio falla, todo lo demás es retórica barata. Pueden llenarse la boca hablando de ciudadanía, de democracia, de respeto por los valores que emanan de nuestra Constitución o de lo que quieran. Pero si no son capaces de sentarse a dialogar con las partes, de buscar soluciones creativas para solucionar conflictos, soluciones que siempre pasan porque todas las partes pierdan un poquito para que el conjunto de la sociedad gane, Cantabria seguirá ardiendo en sentido literal y figurado año tras año.
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