Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Un botellón de 21.056 cántabros
Vivimos en un inquietante siglo en el que los 'ismos' tradicionales (racismo, sexismo, nacionalismos, etcétera) conviven con nuevos 'ismos' que, como los de antigua data, operan para excluir y segregar (edadismo) y se combinan con las fobias ancladas en los imaginarios más reaccionarios (aporofobia, homofobia, transfobia,….).
Algunas de estas maquinarias de segregación son trasversales y, de ellas, la que anda disparada en los últimos tiempos es el edadismo, la discriminación por edad. El edadismo es la enfermedad de la sociedad adultocéntrica occidental, esa que solo considera personas plenas, autónomas y conscientes a las y los adultos y que ningunea por igual (pero con muchos matices) a jóvenes, adolescentes, infancia y personas mayores.
El principal pecado del edadismo, como en todos los 'ismos', es homogeneizar a grupos humanos diversos, dotando a todas las personas de unas mismas características (normalmente negativas).
Lo de las personas mayores ya estaba pero se ha alborotado con la pandemia. Infantilización, cosificación, patologización… Ya saben: “nuestros mayores” (¿de quiénes?), “los abuelos” (será de sus nietos), “pobrecitas las viejucas”, “grupo de riesgo” (sin matices)… Hijos, hijas, periodistas o políticos saben perfectamente lo que “nuestros mayores” deben hacer o deben dejar de hacer, pero a nadie se le ocurriría hablar de “nuestros adultos” o pensar que se puede tomar decisiones por alguien de 45 años sin preguntarle su opinión antes. Las personas mayores son, para el edadismo, cuerpos ya defectuosos y mentes que no rigen del todo bien que deben ser sobreprotegidas mientras esperan la muerte.
Pero en los últimos días el edadismo que anda como loco es el que afecta a adolescentes y jóvenes. Ahora, ya saben, todos los contagios de COVID-19 son por su culpa. Todos los jóvenes y adolescentes son irresponsables, fiesteros, odian las mascarillas, practican el intercambio de fluidos en una especie de hedonismo suicida y suelen salir de marcha cargados de navaja, barras de hierro y una buena dosis de virus.
Obviamente, no es así. Hay muchas personas jóvenes y adolescentes responsables, lo hay semirresponsables y los hay irresponsables, como en todo grupo de edad, pero es más fácil transmitir una imagen homogénea que nos permita encontrar culpables y achacarlo al hecho de que no sean adultos todavía. Parece que los contagios en restaurantes, donde las reservas no suelen estar a nombre de jóvenes, los de las reuniones familiares o los de los entornos laborales no son culpa de nadie, sino fruto de una fatalidad incontrolable. Los adultos, estén seguros, no transmitimos nada, excepto el edadismo brutal que estigmatiza y señala con el dedo.
El edadismo opera así: homogeneiza desde los valores negativos y no muestra los miles de ejemplos positivos, la diversidad entre las personas que solo comparten la edad y un territorio
Debería ser tiempo de matices, de periodismo responsable y de políticos sensibles. Es decir, es tiempo de que las personas adultas se bajen del pedestal y empiece a construir un relato poliédrico, complejo y diverso. Ya sé que es más difícil, pero lo otro, el ‘igualamiento’ negativo, solo nos lleva a una sociedad enfrentada, muy poco empática y podrida de prejuicios.
Por ejemplo, en el curso 2020-2021, según datos del Ministerio de Educación, estaban matriculados de Enseñanza Secundaria Obligatoria, Bachillerato y Formación Profesional un total de 3.664.240 alumnos y alumnas. Son aquellos que están en las edades en las que, según el imaginario edadista, la inconsciencia pandémica ha anidado. Si quieren, centrémonos en los que cursaban bachillerato y FP, los de más edad, y siguen sumando 1.622.872 personas. ¿Todas están de botellón? ¿Todas fueron de viaje de final de curso a Mallorca o a Portugal?
Si aterrizamos en Cantabria, la cifra total de alumnos y alumnas de bachillerato y de FP suma 21.056 personas. ¿Están los 21.056 de botellón? ¿Son todos estos jóvenes y adolescentes una amenaza social? Distinguir es respetar la diversidad y no criminalizar ninguna edad.
El edadismo opera así: homogeneiza desde los valores negativos y no muestra los miles de ejemplos positivos, la diversidad entre las personas que solo comparten la edad y un territorio. Y cómo el edadismo es un ‘ismo’ que practicamos las personas adultas, pues, al mismo tiempo, invisibiliza las responsabilidades de aquellas que compartimos el grupo de edad que va, aproximadamente, de los 30 a los 65 años, la supuesta adultez.
Las evidencias nos han enseñado en estos duros meses de pandemia que no hemos salido mejor, sino con más ganas de buscar culpables y hay que decir que esta retransmisión minuto a minuto de la situación pandémica no ayuda. En todos los grupos de edad, en todos los entornos, se cometen errores. Pero la inmensa mayoría de la población lo que ha hecho es asumir con responsabilidad el difícil momento social, político y económico. Y sí, yo soy periodista y sé que la noticia es cuando el hombre muerde al perro, pero, por una vez, no estaría mal que recordáramos que esa anomalía no ocurre ni todos los días ni a todos los perros. Feliz macrobotellón mediático.
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