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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal
Sobre este blog

Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

La Carrera al Mar

Albert Rivera durante la presentación de la plataforma 'España Ciudadana'. |

Javier Fernández Rubio

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La llamaron la Carrera al Mar y fue realmente una carrera en la que participaron centenares de miles de hombres. Ocurrió en 1914 y la carrera no fue nada deportiva. Aquel fue un año de guerra. Fue un año importante para la historia de los conflictos bélicos porque la Primera Guerra Mundial empezó como una guerra napoleónica y acabó como una guerra mecanizada e industrial. 1914 fue un año importante porque nada, y no solo la cuestión bélica, fue igual después que antes.

La primera batalla entre franceses y alemanes se saldó con un campo de amapolas azul. 60.000 franceses acabaron tendidos con sus preciosas casacas azul celeste, sus chacós acharolados y sus guantes blancos. Habían comparecido en el campo de batalla como para un desfile sin ser conscientes de lo que una ametralladora puede hacer antes de quedar inservible por el sobrecalentamiento.

A partir de entonces desaparecieron las casacas y los cascos ornamentales y todo se volvió gris y horrible. Y empezaron a correr. Los ejércitos alemán y francés se sucedieron en sus intentos de envolver al otro por el flanco, pero lo único que consiguieron fue que el otro se desplazara con igual rapidez para cubrirse las espaldas. Así, de salto en salto, comenzaron a correr hasta que no pudieron correr más porque se toparon de bruces con el Canal de la Mancha. Alguien, que de civil debió ser animador socio-cultural, sugirió que la mejor manera de pasar el rato (y esquivar los balazos) era haciendo trincheras. Y se pusieron a cavar.

Después de la crisis catalana, Partido Popular y Ciudadanos descubrieron una cosa: se puede crecer en votos con un discurso ultra. No hay que estudiar en Harvard para llegar a tan sencilla conclusión.

El gran legado de Puigdemont y sus mariachis ha sido inflar el globo de Ciudadanos, que con un discurso monorraíl ha dicho lo que muchos españoles querían oír y que el Partido Popular se había olvidado de decir: mano dura y leña al mono. Construir un país plural con un discurso tan primitivo es imposible, pero esto sería preocupante si a los que abanderan estas cosas les preocupara la construcción del país. Lo que preocupa es ganar las elecciones, que es otra cosa, que el país ya se las compondrá como viene componiéndoselas, solito, desde hace siglos.

Así que PP y Cs han empezado a correr a la búsqueda del Canal de la Mancha electoral. Todo lo que habrá hasta entonces serán fintas e intentos de envolvimiento del contrario. El uno por desbordar al rival, el otro por evitar ser copado. Denuncias de corrupción, nacionalismo cañí, xenofobia, verdades a medias, recetarios económicos para todos los paladares, todo un menú que ofrecer al electorado. Pero llegará un momento en que acaben cavando trincheras porque, aunque el caladero ultra es nutrido, tiene un límite.

El misterio de por qué en España no hay un gran partido ultra no hay que buscarlo en la vacuna del franquismo. Por la sencilla razón de que no ha habido vacuna, ni catarsis ni proceso de desnazificación. Ahí sigue el Valle de los Caídos y las ministras con mantilla o condecorando a la Virgen. La razón es que el espacio ultra ha tenido hasta ahora fácil acomodo en los partidos nacionales. Y la crisis catalana les ha hecho ver a estos que, o dan contento a la parroquia más escorada a la derecha, o el adolescente hooligan que llevan dentro se irá de casa.

Nada por supuesto de discursos sofisticados. España, España, España. Para qué más. Como mucho, unos discursos entreverados de centrismo bajo en calorías para que la gran masa que da y quita el poder no se espante (aunque a estas alturas ya esté curada de espantos). No sea que por vestir un santo se desvista a otro.

Un ejemplo de esto se encuentra en el proceso interno para suceder a Mariano Rajoy en el Partido Popular. Es un proceso curioso: hay más espontáneos que discursos. Discurso, discurso, realmente hay uno (España, España, España), que ya lo ha advertido Fernando Martínez Maíllo por si alguien no lo había pillado; y de candidatos, la media docena es de lo más variopinta, desde lo rancio y ultra, hasta los meritorios que saltan al ruedo con un jersey de pico y fake universitario, pasando por viejos conocidos como la exvicepresidenta y su corte de 'sorayos' con un cántabro de por medio que es consciente de que este no era su momento. Pero, sea quien sea el elegido por los dioses (será mujer, seguro), el discurso monorraíl se mantendrá porque la vaina va de otra cosa.

Ahora lo que toca es correr.

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