Siempre hay problemas con la basura. Y no me digan aquello de “si la mierda valiese dinero…”, ¡porque lo vale! Repasen, si no, ese magnífico libro de Roberto Saviano -Gomorra- en el que describe cómo la camorra napolitana encontró en el tratamiento de residuos un negocio aún más productivo que el tráfico de drogas. Los camorristas se presentaban a todos los concursos públicos para conseguir las contratas del tratamiento de basuras. Desde Caserta hasta Salerno, pasando por Avellino, siempre obtenían los contratos y ni siquiera necesitaban recurrir a métodos violentos porque sus presupuestos eran imbatibles.
Y lo eran porque su tratamiento de residuos consistía en enterrarlos en cualquier finca de la Campania, de modo que, de vez en cuando, un honrado campesino se encontraba con la desagradable sorpresa de ver brotar de sus tierras botes de plástico, papeles chamuscados, botellas rotas y otros cachivaches malolientes.
Otro que se hizo rico con la basura -o eso decía- era Tony Soprano. Cuando sus hijos le preguntaban si pertenecía a la mafia, el jefe de la familia DiMeo ponía cara de padre paciente y respondía que su profesión era “gestor de residuos”. Bueno, de alguna forma quizá sí que podría decirse que gestionaba buena parte de los “residuos” más tóxicos de Nueva Jersey.
Ahora resulta que a los cántabros también nos quieren vender basura nuestros hermanos guipuzcoanos. Es más, nos dicen que nos vamos a poner muy contentos con la cantidad de basura que tienen para vendernos. Nos ha caído la lotería a todos en forma de porquería. Quizá hasta podamos hacer un cálculo de la basura que nos toca, por cabeza, a cada cántabro.
Bueno, no nos pongamos así. Todavía no lo han anunciado, pero seguro que están a punto de decirnos que nos van a compensar bajándonos considerablemente los impuestos a todos.
A ver, yo no digo que no debamos ser solidarios, por supuesto que sí, ¿por qué no íbamos a ayudar a nuestros hermanos vascos? O quizá nuestros primos, más bien, por aquello de la distancia. Además, piensen un poco, échenle un algo de imaginación y hagan conmigo un ejercicio de fantasía. Imaginemos por un momento, solo por un fugaz momento, que somos los cántabros los que generamos tanta basura que ya no tenemos donde meterla. Piensen que tenemos un nivel de vida tan alto como por ejemplo… los vascos. Y hagan un esfuerzo final, ya sé que es el más difícil de todos, pero pónganse en que nos vamos a San Sebastián y le decimos al alcalde que total, que como somos primos hermanos, que qué le parece si les llevamos unas 'toneladejas' de nada para que nos la guarden ahí, en su sagrada tierra de Euskadi.
No, no; que no se nos mosquee el lehendakari, coño, que los cántabros no tenemos catarro y estamos dispuestos a pagarles un pico para que nos guarden nuestra porquería. Que aquí tienen 18 millones como 18 soles para empezar, pero que se froten las manos, porque como tenemos basura como para parar el AVE –ese ave que aquí desconocemos-, les vamos a mandar muchas más toneladas y se van a forrar.
Miren, yo no sé si les debemos comprar o no la basura a estos, pero de lo que no me cabe ninguna duda es de que estos no nos la compraban a nosotros ni aunque les diéramos un chuletón de tudanca por kilo, ¿o qué, Iñaki?
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