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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

El humo, la incertidumbre, la 'normalidad'

Ambiente en una terraza de un establecimiento hostelero durante la pandemia.

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Todo parece humo en estos tiempos de sobreinformación fragmentada. Da igual qué sea verdad o qué pueda parecerlo, la rumorología y el humo prevalecen en tiempos en que la información de calidad –y no la propaganda de tres al cuarto– deberían primar.

Lo publicado hace tiempo que dejó de ser confiable –así, en genérico– y hay que pertrecharse con machete de varias hojas para desbrozar el bosque de miedos, medias verdades, muchas mentiras y marketing político de todo pelaje que impera en tiempos de una pandemia que si algo ha puesto en evidencia es que no vivimos ninguna crisis nueva, sino que habitamos la aceleración inusitada de todas las que ya eran evidentes antes de marzo y de algunas que entonces eran silentes.

Si algo ha sembrado la pandemia, en todo caso, es la incertidumbre. Algo que parecía prohibido en esta Europa agotada que lo único que vendía a sus ciudadanos era la promesa de un futuro previsible: las vacaciones en tal fecha, la jubilación en tal otra, la prueba médica dentro de tres meses, el FIS en verano, las doce uvas el 31 de diciembre… Ya nada parece sólido, aunque en realidad (Bauman dixit) todo empezó a ser líquido hace ya mucho tiempo. Nos cuesta habitar la incertidumbre real, descarnada, aunque las certezas de hace ocho meses no fueran más que placebos para una vida, que como toda vida que pretenda serlo, siempre es frágil, arriesgada, incierta por su propia naturaleza de muerte.

Pero, esta sociedad que desprecia la madurez –nótese el silencio sobre las personas mayores y la estigmatización de sus vidas ya “amortizadas” durante este tiempo– practica de forma arriesgada la infantilización en todas sus dimensiones más precarias. Es decir, no busca la alegría, la limpieza o la capacidad de adaptación de la infancia, sino que alimenta la credulidad, la irresponsabilidad del presentismo absoluto y el adanismo respecto a lo que somos. Una sociedad en la que, durante décadas, el mensaje ha sido el de la felicidad como mandato y el éxito como objetivo, es incapaz de dialogar con el conflicto, la muerte o la incertidumbre que nos rodean.

Ya en 1980, ¡hace 40 años!, el filósofo colombiano Estanislao Zuleta, en 'Elogio de la dificultad', nos recordaba: “La pobreza y la impotencia de la imaginación nunca se manifiesta de una manera tan clara como cuando se trata de imaginar la felicidad. Entonces comenzamos a inventar paraísos, islas afortunadas, países de cucaña. Una vida sin riesgos, sin lucha, sin búsqueda de superación y sin muerte. Y, por tanto, también sin carencias y sin deseo: un océano de mermelada sagrada, una eternidad de aburrición. Metas afortunadamente inalcanzables, paraísos afortunadamente inexistentes. Todas estas fantasías serían inocentes e inocuas, sino fuera porque constituyen el modelo de nuestros anhelos en la vida práctica”.

Zuleta, además, apuntaba y acertaba con el dardo: “Puede decirse que nuestro problema no consiste solamente ni principalmente en que no seamos capaces de conquistar lo que nos proponemos, sino en aquello que nos proponemos: que nuestra desgracia no está tanto en la frustración de nuestros deseos, como en la forma misma de desear. Deseamos mal”. ¿Qué parece que deseamos en medio de tanto humo y tanta flojera para afrontar las dificultades?

Mientras las propuestas para salir del marasmo sigan pasando por los puentes festivos y los faros pintarrajeados, la sana incertidumbre de vivir estará secuestrada por la absurda certidumbre de nuestras incapacidades.

Deseamos lo que nos dicen que debemos desear: una vida sin dificultades, un retorno a una “normalidad” que, ya antes de la pandemia, era abrumadoramente insoportable. Si deseamos mal, la tendencia que tenemos a mirar solo el ombligo propio nos impide ser conscientes y sentir esa dolorosa “normalidad”. Cuando la COVID-19 llegó en el planeta había 1.300 millones de personas que vivían en la pobreza económica absoluta, 70,8 millones de personas vagaban desplazadas de sus hogares como consecuencia de los conflictos violentos o de la violencia del cambio climático provocado por la “normalidad”, un millón de especies animales estaban en peligro de extinción, 1,4 millones de personas morían al año por tuberculosis y 800.000 lo hacían como consecuencia de la contaminación (93.000, solo en España en 2019). ¿Deseamos volver ahí?

No parece que vayamos a otro sitio. La calidad intelectual y la creatividad de buena parte de la clase política se reduce a la redacción de una nota de prensa, nadie parece estar empujándonos a repensarnos o a replantear mínimamente el modelo de economía y de relaciones sociales. El Parlamento de Cantabria se mueve impulsado por una especie de inercia de dinosaurio que no parece llevarlo/llevarnos a lugar alguno; la mitad de la sociedad se juega la vida por ir a un bar, mientras la otra mitad agoniza de tristeza y miedo en sus casas. En medio, un botellón, unas cutres luces navideñas, una llamada al consumo como solución a nuestros males.

El humo del sistema dificulta más la respiración que las enfermedades pulmonares. Las empresas de salud privada hacen su agosto ofreciéndonos “salud digital” –un oxímoron contemporáneo– mientras la salud pública languidece con parches y más inversión hospitalaria –en lugar de invertir en salud pública y en atención primaria–; la educación virtual finge educación y la cultura digital posa de cultura… La sociedad del simulacro se ha acelerado al ritmo de una pandemia que no es la que más mata pero sí va a ser la que más empobrece (económica, social, culturalmente). Los colectivos y movimientos que soñaban y trabajaban para agrietar el sistema antes de esta pandemia, están aturdidos, casi sin posibilidad de reacción, la política se ha convertido en un espacio fangoso de posibilismo sin perspectiva. Parafraseando a Günther Anders, en este momento no somos capaces de imaginar las consecuencias de todo lo que acontece; pero, cambiando su fórmula: también somos incapaces de recordar las causas de este desastre. Y la causa no la podemos encontrar en la pandemia.

Mientras las propuestas para salir del marasmo sigan pasando por los puentes festivos y los faros pintarrajeados, la sana incertidumbre de vivir estará secuestrada por la absurda certidumbre de nuestras incapacidades. Deseemos mejor, y deseemos en medio de la dificultad… intentemos no ahogarnos en el océano de mermelada sagrada.

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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

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