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Sobre este blog

Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Sobre la libertad y eso

Un contenedor arde durante los altercados producidos en una manifestación contra el encarcelamiento de Pablo Hasél en el sexto día de protestas, en la Plaza de Arriaga, Bilbao

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Imagino que Pablo Echenique entraría en cólera si un grupo de individuos le quemaran la silla de ruedas que precisa para desplazarse. Y no creo que, al ver su medio de transporte convertido en un esqueleto humeante, justificase el acto con una torticera defensa de la libertad de expresión, igual que ha hecho al mostrar su apoyo a los actos ocurridos estos días en las calles de muchas ciudades españolas, teñidas de fuego y humo, marcadas por los saqueos, la violencia y el pillaje indiscriminado. No sé qué opinión le merecerá que las protestas para defender un derecho constitucional impliquen ver a un hatajo de encapuchados desarraigando una jardinera, extrayendo ladrillos del suelo a base de martillo y cincel para lanzárselos a la policía, rompiendo los escaparates de las tiendas o de las sucursales bancarias para escapar, seguidamente, con sillas, ropa de deporte o patinetes eléctricos como vulgares rateros. Me dirá que se trata de grupúsculos que tienen poco que ver con la base del asunto, con el quid de la cuestión, con la raíz en la que se fundamenta la democracia. Con la libertad y eso. Estoy seguro que no defiende una libertad consistente en intentar prender fuego a la sede de un periódico, a empujar a un periodista que hace su trabajo, a querer romperle la máquina de fotos, a soltar a voz en grito eslóganes aprendidos en plan “¡Prensa española, manipuladora!”. Porque si esa es la libertad que defiende, o lo que es lo mismo, la mía frente a la del otro, tendríamos que volver a definir el concepto.

Imagino que muchos líderes políticos que sólo saben expresarse vía tuit se habrán sonrojado estos días a ver ciertas imágenes en las televisiones, en la prensa de todo el país o en las redes sociales a las que estén adscritos. Quiero creer que habrán puesto el grito en el cielo al darse cuenta de que el monstruo está creciendo y que les sigue devorando. Que los radicalismos (de izquierdas o de derechas, eso da igual, porque suelen ser hermanos) nacen del descontento, de la frustración, de las desigualdades, de las crisis alimentadas por voceros desde sus púlpitos. Oradores que, como hizo Donald Trump, arengan a las masas para luego resguardarse en el confortable calor de sus casas. ¿Habrá nacido el sonrojo en sus rostros o seguirán apostando por la política de cuando peor, mejor?

La libertad de expresión no es un delito. Este fue el lema de la concentración que congregó, el pasado sábado y de forma pacífica, a unas ciento cincuenta personas en Santander, frente al edificio de la Delegación del Gobierno en Cantabria. Y es cierto, no es un delito. Yo mismo hubiera salido a las calles a corear la frase e incluso a solidarizarme con el rapero Pablo Hasél si no fuera porque le he oído hablar alguna vez y no comparto ni sus modos ni sus ideas. Tampoco su música, aunque no diré, como hizo la provocadora Díaz Ayuso que “tiene menos arte que cualquiera de los que estamos aquí con dos cubatas en un karaoke”. Me asusta que un tipo pueda entonar que “merece la pena que explote el coche de Patxi López” o que “alguien le clave un piolet a José Bono”. Que un cantante brame que no le da pena “tu tiro en la nuca, pepero. Me da pena el que muere en una patera. No me da pena tu tiro en la nuca, socialisto”. Me aterroriza pensar que versos como estos —o frases como las de cualquier político populista que busca sus quince minutos de éxito, parafraseando la aldea global de McLuhan, o su cabecera en los telediarios— arraiguen en la mente de alguien que vuelque todo su odio o descontento en un adversario político (y no un enemigo, a ver si lo comprendemos de una vez), en un periodista que vuelve de comprar el pan o en una vecina que le increpa para que no queme un contenedor. He vivido muchos años en el País Vasco bajo el yugo de ETA y la kale borroka como para no saber lo que es la libertad mal entendida.

Las palabras tienen dueño y son en ocasiones tan letales como un arma. No se las lleva el viento; erosionan con su goteo. Pero vivimos en una época en la que nadie se hace responsable de ellas, ni del mal que pueden provocar. Defiendo la libertad de expresión, de información, pero cualquier libertad acaba cuando empieza la del prójimo. Aunque para esto, también hay que decirlo, tendríamos que comenzar a deletrear una palabra: respeto. Qué tres sílabas más hermosas. Res-pe-to. Qué término más idóneo para expresar nuestro comportamiento en sociedad. Una palabra que suele ir acompañada de otra igualmente atractiva: Educación. Pero dos vocablos en vías de extinción, me temo. 

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