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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Muerte (programada) de un movimiento ¿social?

Paco Gómez Nadal

Pues nos disolvemos. Como el Alka-Seltzer o como una triste manifestación cuando arrecia el granizo. Mejor como lo primero, que es menos violento y nos da tiempo a llegar a casa sin sobresaltos y celebrar la muerte programada. “Ya es hora de terminar. ¡Les hemos ganado!”, dice uno de los preferentistas cántabros que anuncia, con la alegría grande y la conciencia social pequeña, la inminente autodisolución del 'movimiento'.

Hay que reconocer que en España utilizamos los adjetivos con generosidad. Muchos han denominado como movimiento social a los preferentistas, incluso su abogado, Juanma Brun, es ahora secretario general de Podemos en Santander tras mostrarnos su “currículum social” mientras nos invitaba a un café. Pero los afectados por las preferentes, en realidad, son un ejemplo de cómo funciona este sistema, de los individualismos que se unen cuando se sienten jodidos, pero que vuelven a su costra en cuanto han solucionado lo suyo.

“¿Y de lo mío qué?”, preguntaron los trabajadores de Teka. Hasta que les respondieron, se dedicaron a pedir solidaridad y a ir a cuanta manifestación se convocara (cuando se convocaban, antes de la 'Era el Cambio'). En cuanto llegaron a un buen acuerdo se olvidaron de la salud pública, de la educación o de los recortes en las prestaciones de los desempleados. Lo suyo ya estaba solucionado.

Los preferentistas son la perfección de esta lógica. Los estafaron, sí. Claro que los estafaron. Y en algún momento de emoción llegaron a sacar pancartas en las que denunciaban la perversidad del sistema bancario y de sus amarres con el político. Pero ese no era el asunto. El asunto era su pasta. Querían, legítimamente, que les devolvieran su pasta. La sociedad les apoyó, presionó, convenció a la opinión pública de que los afectados eran una especie de desahuciados de su cuenta corriente, animó a los jueces a ser estrictos, ocupó sucursales bancarias, lloró con sus dramas personales. Pero ya han conseguido la pasta. Y, como el sanador Alka-Seltzer, se disuelven dispuestos a convivir con el sistema bancario, y con la dictadura financiera, y con las injusticias del sistema… Buscarán quizá un nuevo producto bancario para rentabilizar el dinerillo recuperado y recordarán con añoranza los tiempos de 'lucha' y los carnavales a las puertas de Liberbank.

Movimientos sociales. Regalamos el adjetivo “social” barato en este país, donde la mayoría sigue pensando que del agujero puede salir solo, que si evita que lo desahucien debe volver a la cueva para no llamar la atención; que si soluciona su problema laboral, lo que le ocurra a los de la fábrica del al lado ya es harina de otro costal; que si le dan la plaza fija en el sistema educativo, aunque este apeste por todas sus grietas, pues que “uno no puede cambiar el mundo y yo tengo un horario”. El franquismo nos instaló un mantra -“No te signifiques”- del que solo salimos temporalmente cuando sentimos el aliento de la bestia en nuestro cogote.

A veces, en este país, la conciencia social es un mantra que oculta intereses corporativos, de grupo si acaso, pero que no responde a un convencimiento de que solo juntos saldremos de la crisis sistémica a la que estamos expuestos.

A veces, los movimientos sociales parecen UTEs que, una vez terminada la obra, se disuelven hasta nueva orden.

A veces, yo que estoy desempleado, no tengo prestaciones que me puedan recortar, no tengo hijos, ni propiedades de las que ser desahuciado, ni ahorros con los que me puedan estafar… me miro al espejo y solo veo a un imbécil que sale a la calle en defensa de las pensiones, de la educación y la salud pública, de los puestos de trabajo de Teka o de los derechos de los afectados por las preferentes. Y lo peor es que no me entero del devenir de los tiempos y sigo en la calle, con una pancarta sin lema, cuando los líderes del cambio prometido, de la refundación de la democracia, me dicen que esa, la calle, ya solo sirve para animarlos en su carrera hacia el poder (del cambio). Mi ingenuidad “social” y “política” no tiene límites.

Así nos va. Así me va.

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