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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Un pacto de especie contra toda crueldad

Investigación de la ONG Cruelty Free International (CFI).

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El pasado fin de semana se intentó el rescate de varias decenas de víctimas del especismo —discriminación y opresión de los animales— más descarnado y vergonzante. Tras una riada de denuncias en redes sociales y la difusión del video de la investigación publicada en exclusiva por la ONG Cruelty Free International (CFI), y difundida por la periodista Lucia Arana en el blog de elDiario.es El caballo de Nietzsche, la movilización consiguió que la Comunidad de Madrid decretara el cese temporal de actividad la empresa. Activistas pertrechadas con sus propios transportines, se amontonaban en las puertas de Vivotecnia, empresa que investiga y realiza pruebas de toxicidad con animales donde se ha producido el maltrato, para ofrecerse a socorrer a las víctimas de semejante holocausto.

Y no, la palabra “holocausto” tiene poco o nada de licencia hiperbólica a tenor de lo recogido por las imágenes que han trascendido, en las que se puede oír a quienes estaban perpetrando semejante inhumanidad bromear con la tesitura, conscientes, de alguna tétrica manera, del paralelismo de su acción con los desmanes nazis: “Como Hitler, ¡pasajeros al tren!”, se permitía decir un Einsenman cualquiera, mientras llevaba una caja llena de ratones a asesinar. Pelillos a la mar, claro, sobre el hecho de que, aparte, estemos viviendo la sexta extinción animal y es por responsabilidad humana. En el video de la investigación, que no recomendamos visualizar a gentes especialmente sensibles, se muestran prácticas crueles y vejatorias con perros, cerdos o monos, que se salen por completo de lo contemplado por la ley… y de la más mínima sensibilidad que pueda considerarse síntoma de humanidad. Una antigua trabajadora las grabó para la ONG, tras haber avisado a sus jefes de lo que ocurría sin que estos hicieran nada. El material ha dado pie a un documento visual amplísimo y un informe que está en manos de la Fiscalía de Medio Ambiente.

La empresa Vivotecnia tiene, al parecer, contratos con el Ministerio de Ciencia e Innovación de España además del ya tristemente célebre con la Comunidad de Madrid. Por supuesto, solo cabe esperar que todo contrato público sea revisado y los privados sean sometidos a estricta vigilancia para asegurar que no incumplen la Ley de Bienestar animal. Por su parte, los pobres animales, que los activistas exigían fueran dados a sus cuidados o llevados a protectoras o santuarios, han quedado bajo la guardia y custodia de la Comunidad de Madrid, y algunos tardarán en poder tener un hogar tranquilo, pues han sido tratados con virus que hacen que tengan que estar en cuarentena.

Por fortuna, en este caso la reacción ha sido rápida y con más repercusión de la que cabría esperar, aunque no han dejado de oírse las típicas voces de mentes estrechas que entienden las luchas por derechos en clave de competición y no de sinergia —“¡Que se preocupen de las personas, no tanto de los animales!” y chorradas similares—. Cada vez que ensanchamos el nosotros, somos mejores, no me canso de repetirlo. Y me refiero, claro está, a cuando lo hacemos cualitativamente, cuando damos entrada a la diversidad en cada vez mayor número de texturas; el ensanche meramente cuantitativo no tiene esa misma virtualidad: un Hitler te agrupa a todo un pueblo alemán y sabemos con rotunda certeza ética que eso devino lo peor.

Es duro convivir y luchar con las rémoras de quienes siguen con la mirada puesta en el nosotros estrecho cuando empieza a hacerse anterior, cuando empieza a cuestionarse abriéndose a nuevos reconocimientos en este barco en el que, por demás, todos somos terrícolas. Con el nosotros estrecho del machote patriarcal que siente que el feminismo se ha montado contra él y los suyos. Con el nosotros mezquino del yo no soy racista pero… el de ese que “tiene un amigo negro” pero sigue resultando ciego a la explotación del continente africano o a la lógica que riega nuestras costas de cadáveres —decimos “nuestras” pero ¿de quién son las costas?—. Con el tacaño nosotros de toda queerfobia, de quienes no son capaces de abrir los ojos allende el binarismo de siempre.

Como ya expliqué en otro artículo, en la época medieval y a principios de la Modernidad se dieron abundantes debates sobre “el alma de los brutos”, en los que se polemizaba sobre si los animales no humanos tenían alma. Es Descartes —siglo XVII— quien, tras establecer que el ser humano está compuesto de cuerpo y alma, establece que los “brutos”, los animales,  son sólo materia, cuerpo, “autómatas” carentes de alma. De este modo, asienta el dogma tácito en nuestra cultura occidental moderna que practica el especismo, el maltrato y la opresión, sin remordimiento, apoyado  por un modelo de ciencia que se entendió desde su inicio como “dominio de la naturaleza”.

Y así seguimos hasta hoy, y por eso no nos quita el sueño que haya mataderos en los que  los cerdos no son expuestos a los efectos del CO2 el tiempo necesario para la pérdida de consciencia y permanezcan despiertos durante el degüello y el desangrado, o que haya gente quemando gatos con soplete, o, más sencillo y cercano, sin que se nos caiga la cara de vergüenza al contemplar en formato ocio a una criatura viva comida por el verdín en esa celda al aire libre que es el zoo de La Magdalena. Qué tendrá en la cabeza el juez que atendió el caso, por cierto, desde luego su actitud no tiene nada que ver con la del veterinario David Perpiñán, de la Fundación ecologista Franz Weber, que formaba parte del comité de expertos creado por el Ayuntamiento de Santander y presentó su renuncia al considerar que ese órgano era “un 'paripé” inaceptable para alguien que ama a los animales.

Si vamos sabiendo que hay que ser críticos con el clasismo, el sexismo y el racismo, en algún momento tendremos que hacernos mirar seriamente el especismo. Vivir siendo parte de una cadena ecológica no justifica la cosificación brutal de las vidas y cuerpos de los animales —de la naturaleza en general—. Esto último es otro síntoma de una cosmovisión enferma, infectada del virus de la dominación y la explotación. La receta ética básica para salir de ahí es, de partida, bien sencilla: cuidado y respeto con todes, con todo. 

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