Se habla estos días en Cantabria sobre la visita oficial que Obama girará por España en el mes de julio y no tanto porque a los montañeses nos importen demasiado sus andanzas como por el interés que supuestamente ha expresado por conocer la cueva de Altamira.
Hasta aquí debería parecernos todo normal, aunque ya ha habido unas cuantas personalidades que se han llevado el chasco de ver denegada su petición. Pero el asunto es que, al parecer, al bueno de Barack le han dicho en el Ministerio de Cultura que se ponga a la cola y que, si eso, el sorteo ya determinará en qué milenio puede acercarse a Santillana de excursión.
Francamente, me parece a mí que algo tendremos que decir los cántabros al respecto, ya que, como patrimonio cultural, no cabe duda de que la cueva es de todos, pero un poquitín más de los cántabros, como la Giralda es un poquito más de los sevillanos, la Alhambra un poquito más de los granadinos y la Sagrada Familia un pelín más de los barceloneses.
El presidente de los Estados Unidos es el mayor influencer del mundo, como se dice ahora, de modo que tener la más mínima posibilidad de verle por estos lares debería movilizarnos a todos, aunque solo sea por el egoísmo de contemplarlo como una inversión segura. Si ustedes se ponen de mi parte, yo me comprometo a recogerle en Parayas y llevármelo a tomar unas rabas y unos blancos por Vargas, para que se vaya poniendo en situación. Después, que alguien me de un relevo y le suba en la lancha, le cruce la bahía y le invite a comer un pescado fresco en Pedreña. Por la tarde, después de un café rápido en Cabárceno, por fin le podemos llevar a Altamira y, si se pone pesado, que se haga un selfie con el bisonte.
Al atardecer, después de beber unos chismes en Suances, seguro que Revilla le hace un revuelto de perrechicos en el apartamento que tiene allí; si ya se los preparó a Bertín… Y al día siguiente le subimos a Campoo, para que vea Montesclaros y el nacimiento del Ebro. Nos aseguraremos de que compre unas pantortillas para Michelle y las niñas, que seguro que les encanta desayunárselas en la Casa Blanca.
Si andamos ligeros podemos continuar hasta Potes, para que se meta un chuletón de tudanca entre pecho y espalda. Con un buen té de los puertos, un par de orujos secos y un paseo por Espinama, éste se pone como nuevo.
No se si podremos convencerle para que baje después a Laredo, parando -eso sí- en Torrelavega a comprar unos hojaldres. Podríamos despedirle con una cena en Castro Urdiales y mandarle de vuelta para Washington con mejor cara de la que traiga, eso seguro.
Perdonen la broma, pero un solo segundo de televisión de cualquiera de las escenas que les he pintado sería incalculable de valorar en términos de imagen y si después, las niñas, se ponen a enredar en las redes sociales, tendríamos una publicidad que ni siquiera el dinero puede comprar.
En fin, no sé si realmente Obama tendrá interés en visitar Altamira, pero si es así, yo pongo el primer euro de un fondo común para pagarle un buen vaso de leche con sobaos al lado de la Colegiata.
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