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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Solidaridad en el semáforo

Alejandro Sanz Láriz

Cuando he leído estos días el asunto del semáforo solidario instalado en Santa María de Cayón, el inconsciente se me fue a aquellos tiempos en los que un semáforo era un verdadero supermercado o incluso un circo de tres pistas. Si te pillaba la luz roja lo primero que te encontrabas era un cubo de agua estallando contra el parabrisas y un voluntarioso pero muy relativamente eficaz limpiador que restregaba una esponja más bien sucia por el cristal. Después venía la vendedora de kleenex; en algunos coches se llegaron a acumular tantos pañuelitos de papel que nos hicieron temer por los bosques de Noruega. También se ponían a la venta mecheros, aunque probablemente la ley anti-tabaco terminó con la oferta y la demanda. Y ya en las grandes ciudades, en los semáforos más codiciados se reunía toda una troupe que incluía comedores de fuego, payasos, acróbatas y hasta animales amaestrados.

Pero no, el semáforo de Santa María de Cayón está solo, impertérrito, firme y derecho como una vela, aunque lleva consigo ese apellido solidario que le da cierto aire de perdonavidas. Porque ahí está precisamente el quid de la cuestión, en el papel solidario que se le ha atribuido, la conciencia tricolor del amigo conductor.

El tráfico es una cosa muy seria y los riesgos que implica son una de las grandes plagas del siglo XXI, habiéndose convertido en una de las principales causas de fallecimiento; por eso, el semáforo cayonés tiene una razón completamente justificada en sí misma sin necesidad de alegorías. Cualquier herramienta que sirva para garantizar, en la medida de lo posible, la seguridad de los vecinos de la localidad es mucho más que legítima y no precisa agarrarse a causas aún más nobles.

Lo digo porque compartir la recaudación entre el Ayuntamiento y una empresa privada lo que en realidad hace es restar nobleza a la alta causa que persigue y ensombrecer los altos propósitos que anuncia, por mucho que el fin último de una parte del dinero se destine a buenos propósitos.

El concepto de solidaridad implica una componente de voluntariedad y generosidad en aquel  a quien se le atribuye, mientras que el intermediario no le saca brillo ninguno a la donación por más que lo adorne de la más fina y lírica poesía.

Explica el diccionario que solidaridad es “la adhesión a causas o intereses ajenos en situaciones difíciles”, pero no habla en ningún instante de convertir al donante en cliente forzoso. Por ello, déjenme que defienda a ultranza la imprescindible instalación del semáforo que vela por la seguridad de los niños de Santa María de Cayón y el Cielo le proteja muchos años; y permítanme también que me ponga del lado de la Dirección General de Tráfico cuando multa y retira los correspondientes puntos a quienes no son capaces de controlar su prisa en aras de la seguridad, la suya propia y la de sus vecinos.

Pero no me pidan que le llame solidario por muy bienintencionado que sea el destino que se fije para una parte de la recaudación. Porque eso quizá sea pagar por sus errores, prevenir accidentes, educación vial o medio millón de calificativos más, pero en modo alguno es solidaridad.

Hace algún tiempo, el alcalde de una localidad costera de Cantabria estaba tan indignado con aquellos forasteros que visitaban su hermoso pueblo, pero se traían su propia comida, que propuso prohibir comer en la playa o en los prados. La intención era buena porque perseguía el noble fin de que aquella villa se enriqueciese con estos recursos, pero el medio era tan despreciable como si hubiera colocado a dos vigilantes con sendas escopetas a la entrada del pueblo para apropiarse de los relojes de los visitantes. ¿Todo sea por el bien común? Depende.

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