Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
La trinchera de las Artes
En una de sus maravillosas cartas a Felice, Franz Kafka cuenta que en el transcurso de un viaje ha visitado una catedral gótica, no recuerdo bien cuál, una de esas centroeuropeas llenas de penachos y donde los muros se alzan magníficos al cielo. Cuando entra en ella todo a su alrededor es silencio, dignidad, éxtasis. Parece como si, dice, de tanta belleza me hubiera trasladado a un mundo diferente al nuestro. Y eso, termina, me incomoda, me intranquiliza. Porque Kafka es así, la mayoría de las veces le acaba asustando la realidad. Cosas de la neurosis.
Decía Marvin Harris que el salto evolutivo desde el homínido al ser humano viene indisolublemente ligado al Arte, a las manifestaciones artísticas. Que no se puede desligar esto de la misma conciencia ultraterrena, porque son dos caras de la misma moneda. E, incluso, ponía un ejemplo muy claro, casi banal: la bisutería. Los primeros adornos, esos fueron los que nos convirtieron en la especie que ahora somos. El momento inicial en el que fuimos capaces de crear algo, algo complicado y que exigía muchas horas de trabajo, solo por estética. O por delirio, o goce. Un objeto sin aparente utilidad práctica, vaya, aunque, en realidad, la tenga, y no pequeña. Eso es el ser humano: el animal que hace adornos inútiles, que pinta figuras muertas, que emborrona palabras solo para que hagan cosquillas en el centro del pecho, aquí, sin otra aspiración ulterior.
Cuento todo esto porque si mañana hay que marchar, obligatoriamente, a alguna trinchera, a mí que me guarden un sitio en la de los que aprecian el Arte. En la de aquellas personas que disfrutan tanto con algo tan, aparentemente, inútil. Porque inventar la bombilla, descubrir las aplicaciones de la electricidad, encender fuego, crear la imprenta, poner a funcionar una máquina de vapor, hasta hacer girar la primera rueda…son cosas que tarde o temprano iban a acabar surgiendo. Hay que ser un genio para idearlas, ¿eh?, pero son necesidades que con el tiempo habrían de acabar por ser cubiertas. Pero pensemos en una escultura, en un cuadro, en un poema. Es allí, dentro de esa aparente futilidad, dentro de esa “transparencia” en sus aplicaciones prácticas, donde hallamos la verdadera humanidad. O donde yo al menos la hallo. O quiero hallarla.
Hace unos días Italia, Roma, decidió cubrir las estatuas de desnudos durante la visita del presidente de Irán, Hasan Rohaní. Para no ofender, decían. Para no provocar de forma gratuita, explicaban. Muchas de esas obras eran creaciones clásicas, griegas y latinas, de ese momento en el cual la civilización occidental se estaba conformando y cuando, por ejemplo, nuestras bases científicas y filosóficas estaban erigiendo unos cimientos sobre los cuales aun hoy nos asentamos de forma más o menos precaria. Evidentemente ha habido críticas a este hecho. Días después, en Francia, que lleva un par de siglos siendo más laica que los demás, se suspendió una cena de gala. La representación iraní quería que en la mesa no hubiera vino, y eso los franceses no lo podían permitir, si se me permite la gracia con algo tan poco gracioso. Y todos se fueron a la cama sin cenar. Castigados, supongo. O eso espero.
Ya no es solo que cubrir las estatuas, o los cuadros, o cualquier otra manifestación artística, sea darles la razón (y, en este caso, “ellos” son los que quieren imponer formas de ver el mundo propio a partir de una visión del mundo ultraterreno, no se circunscribe en exclusiva al Islam, que por aquí también tenemos unos cuantos… eso sí, más escondidos en sus casetas la mayoría del tiempo), aunque con eso sería suficiente para alzar la voz y rebelarse. No, o no únicamente. Es algo más. Es la negación misma de lo más hermoso que tiene la Humanidad. O, al menos, de aquello que la hace ser como es. Es un ataque ontológico, no artístico, aunque no nos demos cuenta, aunque no seamos conscientes de ello.
Cuando Miguel Ángel estuvo trabajando en la Capilla Sixtina lo hizo contratado por el Vaticano, claro, y consiguió fama, gloria, dinero. Pero, y quizás sobre todo, se pasó décadas de su vida haciendo surgir de la nada figuras, representaciones, ideas, alegorías… que básicamente, y sobre todo, eran inútiles. Mejor dicho, que no tenían una aplicación práctica, no servían para nada, no alimentaban, no calentaban, no hacían más sencilla la tarea diaria. O, en otras palabras, el de Caprese se tiró una buena parte de su vida creando sueños, quimeras, moldeando una reflexión que solo iba a tener utilidad en el mundo de las ideas. Lo que hizo Miguel Ángel, por seguir con el ejemplo, era, objetivamente, una pérdida de tiempo, porque las estancias hubieran podido albergar el mismo uso sin su obra. Pero no era, no fue, inútil. Como no es, no puede serlo, el hecho de que hoy en día se cubran esas creaciones (no las del Buonarrotti, pero sí otras) por considerarlas inadecuadas.
Lo que se hurta aquí es la misma esencia de la Humanidad. La de aquellos seres capaces de gastar su tiempo en crear algo absolutamente inservible que, sin embargo, hace moverse al mundo. Y eso es lo grave, lo que no deberíamos dejar que pasara desapercibido, porque no es en modo alguno la anécdota que muchos han querido ver, sino el síntoma que otros pretenden olvidar. Por eso, váyanme haciendo un sitio en esa trinchera que decíamos antes, la de los que aman el Arte y saben que es algo más importante de lo que, a simple vista, pudiera parecer. Y que sea un sitio grande, porque me voy para allá con un montón de libros. Y en algunos incluso hay ilustraciones de desnudos…
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