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Opinión - Un tercio de los españoles no entienden lo que leen. Por Rosa María Artal
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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Viajar, espiar, copiar

El financiero Bernard Madoff. |

Javier Fernández Rubio

Bernard Madoff fue condenado a 150 años de cárcel por una estafa en la que se volatilizaron 64.800 millones de dólares. Cuando el FBI le preguntó a Madoff en qué se había inspirado para construir su macrofraude piramidal, él contesto: “En la Seguridad Social española”.

La Seguridad Social española no es una estafa, está claro, entre otras cosas porque su objetivo no es la codicia sino la protección social, pero tiene una estructura piramidal por la cual los trabajadores actuales financian las prestaciones de los ya jubilados, con el lugar común (está por ver) de que cuando a ellos les toque ser beneficiarios alguien trabaje para sostener el sistema. Es un sistema de redistribución, no de capitalización.

Pero no traigo a colación al señor Madoff por su talento en el fraude ni para hablar de las pensiones, sino por algo mucho más sencillo, que se puede reducir a la siguiente expresión: 'Todo está inventado ya'. Del mismo modo que Madoff no tuvo que hincar los codos y pensar cómo sisar los ahorros de sus igual de codiciosos congéneres, muchas de las cosas que aparecen a diario en los periódicos no requerirían más esfuerzo que prestar atención a lo que hacen otros, a lo que ya han inventado otros.

Hay una historia al respecto que es una delicia. Es la historia de Hermann Muthesius, un arquitecto alemán que trabajaba para el Estado. Como era alemán, no era reacio a recibir órdenes, así que de la noche a la mañana le hicieron espía y le mandaron a Londres como agregado cultural de la embajada. ¿Por qué? La Revolución Industrial en Alemania había alcanzado un punto álgido a finales del siglo XIX. Sin embargo, los productos industriales alemanes no tenían alma. Nadie que viera una de sus máquinas podía exclamar ¡Made in Germany! A diferencia de los ingleses, país no menos industrializado, pero cuyos productos tenían tal encanto, habían sido diseñados con tanta pericia, eran tan 'british' en definitiva que por tales se les reconocía en todo el mundo. En otras palabras, a Muthesius lo mandaron a Londres a descubrir el secreto británico de algo que entonces no tenía nombre pero que nosotros conocemos ahora como diseño industrial.

Muthesius, como buen funcionario, mandaba regularmente informes de lo que observaba. Debió mandar bastantes porque con el tiempo lo reunió todo en tres tomos a los que tituló 'The English House' en el que identificaba el 'elemento mágico' inglés. Y le puso nombres: el diseñador William Morris y su banda de amigotes de la Arts & Crafts.

Curioso personaje el tal Morris. Harto de chimeneas fabriles y de mal gusto, seguidor impenitente de otro bicho raro de la época como John Ruskin, se dedicó afanosamente a recuperar las llamadas artes menores, expresión que a él le sacaría de quicio porque no hacía distingos con el arte. Construyó su casa y la amuebló de su propia mano. Fue tapicero, diseñador, impresor... un largo etcétera de oficios en los que fue en todos consumado maestro, tantos oficios como para haber ocupado tres o cuatro vidas, aunque a él, tan enérgico como era, le bastó la suya y de paso sacó tiempo para fundar el Partido Laborista.

Herr Muthesius se topó con Mr Morris, por decirlo de algún modo ya que el segundo acababa de fallecer (estamos en 1904) y a partir de ahí los alemanes empezaron a hacer como los japoneses cincuenta años después, copiar y no solo copiar. Aplicaron las Arts & Crafts a la industria y recuperaron las viejas organizaciones gremiales. En 1907 se creó la Werkbund, asociación mixta de artesanos, artistas e industriales, del todo inconcebible en un país latino. En su consejo se integró otro arquitecto, Peter Behrens, otro renacentista al que la vida se le quedaba corta. Behrens diseñó la monumental fábrica de turbinas de la AEG, pero no como el típico mastodonte fabril, sino como un edificio con carácter (alemán, se sobreentiende), algo que ya estaban haciendo otros en otras partes como el también arquitecto Sullivan con sus rascacielos de Chicago.

Por el despacho de Bahrens acabaron pasando unos cuantos genios: Mies van der Rohe y le Corbusier, como lo hizo también Adolf Meyer. Este Meyer es importante porque junto a Walter Gropius acabarían, una vez superado el paréntesis de la I Guerra Mundial, fundando la Bauhaus, la eclosión, a la alemana, de la amalgama de los viejos oficios, las artes y el industrialismo con un prisma educativo moderno.

Si la Alemania de finales del siglo XIX hubiera estado colonizada por las tribus cántabras, herr Muthesius no hubiera viajado nunca a Londres, ni siquiera en Ryanair. Se hubieran encargado planes, constituido mesas sectoriales, creado empresas públicas y debatido hasta la sociedad para no concluir gran cosa. No sé cuántos planes estratégicos de, por y para Cantabria habrán pasado por delante de mis narices estos años, pero ahora mismo hay en marcha dos para una misma región. Podrían encargarse otros, que por encargar no quede. O pudieran ahorrarse uno. O los dos. Torrelavega lleva buscando una definición de su futuro desde la crisis industrial con planes anunciados que nunca llegan a fin. Más efectivo es Santander, que tiene planes para todo, hasta para hacer planes, pero mientras que la ciudad del Besaya es como un barco con el timón averiado, el barco de Santander se contenta con practicar el cabotaje. Tantos planes para acabar tirando cohetes en las fiestas.

Sería mucho más producto y económico elegir a un Muthesius, pagarle un abono de Ryanair y mandarlo a copiar descaradamente. Pueden ocurrir dos cosas: que no volvamos a saber de él (extremo harto probable) o que vuelva con tres tomos. En términos económicos, no sería un gran dispendio si sale la cosa mal, pero tal vez se descubra cómo se lo montan en otras partes y podamos copiarlo. Todo está inventado.

Dicen que viajar cambia, que abre la mente y forja el carácter, pero a los habitantes de este lugar el viajar no se les nota: los cántabros, y no digamos los santanderinos, viajan mucho, pero vuelven de viaje como se han ido, igualitos, más contentos si cabe aún por volver a estar en casa.

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