El viaje

Laura le salió a recibir muy contenta al pasillo. ¡He reservado los vuelos, el alojamiento y el coche de alquiler!, anunció. Qué bien, respondió Carlos quitándose el abrigo. Mira, exclamó ella mientras se sentaba delante del ordenador, el hotel es un viejo palacio restaurado y producen ellos mismos de forma ecológica las verduras y el aceite, además tienen una granja con animales. Genial, comentó Carlos. Ni siquiera lo has mirado, reprochó Laura, parece que no te hace ilusión. Claro que me hace ilusión, puntualizó él. Y tras acercarse a la pantalla confirmó que el hotel tenía muy buena pinta.

Ella le mostró entonces las fotos de las habitaciones, el jardín y el comedor. El alojamiento tiene incluido el desayuno y la cena, todo casero, detalló. Y luego le leyó el menú que estaba colgado en la página web del establecimiento. También le mostró un plano de la zona y el modelo del coche de alquiler. Es un Fiat 500, explicó, es el más barato pero parece divertido de conducir. Carlos hizo ademán de levantarse pero justo en ese momento Laura sacó un cuaderno en el que había dibujado un cuadrante con los días que iban a estar fuera. Se notaba que había utilizado la regla. Además, estaban destacados en fosforito los nombres de cada día de la semana y subrayadas las horas de las llegadas y salidas.

He pensado que deberíamos organizar qué hacer cada día para aprovechar bien las vacaciones, dijo ella al tiempo que le daba una guía de viaje. Bueno, se excusó él sonriendo, ya sabes que a mí eso de organizar no me gusta mucho, lo que decidas estará bien. Estoy cansado, se justificó tras unos segundos en los que ninguno de los dos dijo nada. Acto seguido la besó en la frente, se levantó, abrió una cerveza, se sentó en el sofá y encendió la televisión. Ella se quedó un rato observándolo. Después guardó el cuaderno y apagó el ordenador. Yo también estoy cansada, dijo, me voy a la cama a leer. Voy en un rato, respondió él sin quitar la vista de la pantalla.

Cuando Carlos se acostó ella aún estaba despierta. Él se metió cuidadosamente en la cama y se quedó en una esquina. ¿No piensas darme un abrazo?, pregunto ella. Pensé que estabas dormida, respondió Carlos, no quería despertarte. Se quedaron así, cada uno en un extremo. Él, en posición fetal, miraba directamente a la pared. Laura, tumbada boca arriba, tenía los ojos abiertos y los músculos en tensión. He pensado, comenzó a hablar de nuevo ella, que si a ti lo del viaje no te apetece me puedo ir con Óscar, sólo habría que cambiar el billete de avión. A qué viene eso, dijo Carlos, ya te he dicho que me apetece mucho. Bueno, discrepó ella, podrías mostrar un poco de interés, no sé, ser más convincente, se nota demasiado que no te hace ilusión. ¿Qué quieres, que dé saltos de alegría?, se defendió él. En realidad, siguió Laura, lo que parece es que te da lo mismo ir o no ir, es como si todo te diera igual, como si todo te aburriera. Carlos suspiró. No te tengo que demostrar que me apetece ir, dijo, te he dicho que quiero y que me apetece. Otra cosa es que tú lo que realmente quieras sea ir con Óscar. ¿Te da igual que vaya con Óscar?, interrogó Laura. Lo que he dicho, matizó él, es que hagas lo que quieras y si lo que quieres es ir con Óscar yo no tengo nada que decir.

Ella se levantó de la cama. Carlos la escuchó hablar por teléfono. Al cabo de media hora ella volvió a acostarse. A Óscar le ha hecho mucha ilusión lo del viaje, dijo Laura, ya he cambiado los billetes de avión. Carlos permaneció en silencio. ¿No vas a decir nada?, preguntó ella. Lo vais a pasar en grande, respondió él.